Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

martes, 24 de junio de 2014

La historia de las palabras y el relativismo

A partir de la teoría del signo de Ferdinand de Saussure se sucede un error que se repite en el psicoanálisis freudiano y lacaniano y en los pensares de las ciencias sociales que lo retoman, como esas formulaciones que hablan del “significante vacío”. La idea saussuriana es contractualista, como la de Juan Jacobo Rousseau, al suponer que lo que liga a un significante con un significado es una convención acordada, un contrato. Es el equivalente a aquella noción de la ley que la supone como el fruto de un debate entre partes que la concuerdan. Es cierto que esto se hace en los parlamentos, pero esa no es toda la historia. La ley, al igual que los signos, tiene una historia que excede al debate contractual que la promulga.

Los signos son creaciones históricas, es decir, que se hacen de hecho. No siempre se los crea de derecho, y la creación de derecho también es un hacer de hecho. Reconocer la historia de los términos habilita a juzgar qué usos se corresponden con su sentido etimológico y cuáles no, es decir, a corregir el lenguaje, lo que no pueden hacer lo que se debe las corrientes contractualistas, ya que admiten que a cualquier término se le dé cualquier significado, según se convenga, cosa que lleva a errar. La pregunta que hay que responder es porqué a un término se lo llama lo que se lo llama, cosa que muchas veces se decidió no por contrato sino naturalmente. Para el caso de los automóviles, se los llama así por una definición convencional hecha al inventárselos al comienzo del siglo XX, o a fines del XIX, que menciona que son cosas que se mueven a sí mismas, lo que por cierto no es así. Es una definición conceptual y equivocada, ya que se mueven entre otras cosas porque alguien los maneja. Si se los llama “carcachas”, como también se lo hace, se alude al ruido que hacen, ya que al andar chocan entre sí las piezas de metal con que están fabricados, y suenan así, “carcachan”. Más sonaban así cuando transitaban en calles de adoquines. Ese es un nombre sonoro.

Tener en cuenta el origen y la historia de las palabras terminará con el abuso epistemológico que hacen las teorías de los significantes vacíos, que juegan injustamente con el lenguaje porque habilitan a debates evasivos, que retrasan la toma de conciencia necesaria para resolver los problemas históricos.

¿Qué es la justicia?

Lo justo y el gusto se relacionan. Justo es lo que gusta. La humanidad, al buscar hacer justicia, intenta darse gusto, pero como no es verdadera del todo, no es del todo verdadera su ley, y por lo tanto su justicia es injusta. Por eso no satisface. La ley humana es opresora en vez que gustosa porque, por ser capitalista, no se propone el placer, sino mantener al sistema de dominio, como un fin en sí mismo, para hacer triunfar a las doctrinas sujetadoras. La ley humana mezclará falsedades con verdades hasta que sea verdadera la clase capitalista, y entonces ella no sería tal, dejaría de ser lo que es. La clase capitalista aparenta que le importa más ganar la competencia que ser feliz, pero eso es sólo una apariencia, lo que no es poco problema.

El término que es la raíz de justo, ius, tal vez sea dativo del de “goce”.


Anexos

1. La justicia vigente, en que litigan partes en conflicto, deriva de la práctica retórica de la Grecia antigua, o más bien de los debates en el ágora ateniense, por los que se desarrolló la retórica. De allí el pragmatismo de los abogados, quienes no deben dedicarse a hacer justicia, ni a encontrar la verdad, sino que deben defender a su cliente, o representado. La práctica de la retórica como paso para decidir la acción política luego de Grecia se plasmó en el derecho romano, del que deriva el derecho moderno, y que establece que ante un litigio las partes tienen que escoger un representante legal, los abogados, para que ellos los guíen ante los magistrados y los tribunales. El problema que apareja esto es que el sistema implementado fuerza a las partes a presentar sus alegatos de la manera que convenga a sus fines, lo que causa omisiones y falsedades en las presentaciones de cada cual, aunque haya mecanismos severos para impedirlo, por lo cual los juicios, en algunas ocasiones, son injustos. Es la falencia de la justicia sofisticada, porque su sabiduría es aparente. Cuando hay un conflicto entre partes, la sociedad interesada debiera intervenir para descubrir la verdad al respecto y luego concluir lo que debe hacerse, cosa que no puede ser pautada mediante leyes, ya que hay casos que no se corresponden con lo que establecen las leyes, a los cuales su cumplimiento entorpece. Tampoco los abogados debieran defender de mala manera a los delitos de sus representados: ya son muchos los casos en que los juicios fueron trabados porque los abogados, en pos de defender a sus clientes, cometieron inmoralidades. Los abogados, de haberlos, debieran ayudar a que se sepa la verdad y se haga justicia de buena manera, para lo cual es preciso cambiar el sistema legal.

2. El traspaso del sistema inquisitorio, derivado de la Inquisición, al acusatorio, en la justicia argentina, es saludable porque es progresivo: ya se sabe del terrorismo legal causado por aquél sistema en que los jueces fustigaron, de acuerdo con lo que consideraban las leyes divinas, y lo que eran las leyes humanas, basadas en aquella consideración, a un montón de gente, entre quienes estaban ellos mismos. Pero el sistema acusatorio también traerá problemas, porque no es comprensivo: busca encontrar a los culpables para castigarlos en vez que entender las causas que los llevaron a cometer los delitos, para resolverlas de modo tal que se deje de cometerlos. Es una justicia superficial, que no va al fondo de los problemas sino que ataca sus manifestaciones, por lo que el fondo persiste mal hecho, y causa nuevamente sus manifestaciones. Es como la medicina alopática, que supone que no hay mal si no hay síntoma del mal, por lo que busca eliminar los síntomas en vez que curar al mal en sí. A esto lo digo valorando a los aciertos de la alopatía y cuestionando a los errores de la homeopatía: a su contraposición le falta la reformulación superadora. Extendido a nivel social, el sistema acusatorio derivará en una ética acosadora para con los delincuentes a la ley estatal, que en realidad terminará siendo un delito en sí misma, ya que los obedientes a esa ley, amparados en ella, cometerán el delito no legislado escriturariamente de violentar a quienes le cometan faltas a aquélla, lo que causará una opresión que reproducirá la violencia: pretenderán imponer a una ley injusta.

De la deuda y los buitres

Los buitres son pájaros que no le hacen mal a nadie al comer cadáveres de animales muertos. Hablar de “fondos buitres” para nombrar al capital financiero ultrarreaccionario -que es casi igual, sino del todo, a la parte que aceptó los canjes de deuda argentina de 2005 y 2010- da cuenta de lo desapasionada que es parte de la humanidad para con esas aves, de la mala noción que tiene de la carroña y de lo envanecida que es para consigo misma: considera mala a una forma de alimentación natural y no reconoce el ecocidio que realiza al explotar a la naturaleza. Es el colmo de la opresión humana sobre el resto de la naturaleza y de la Tierra.

La deuda es injusta. Los préstamos y cobros, en una transición al socialismo, deben ser para ayudarse a vivir. Sostener el actual sistema de crédito -que es insensato-, porque se piensa que se debe cumplir la ley, es consecuencia de que se considera a la ley como un bien absoluto, y causa que se perjudique a la vida para que se cumpla la ley, lo que es un disparate. Si la ley no sirve a la vida, es mala, y debe ser cambiada, igual que no es legítimo reclamar que sea obedecida. La lógica de la deuda es equivalente a la de la creencia de que la humanidad nace en el pecado: se pone a la gente en falta, en una falta de la que se cree que la acción virtuosa puede redimir, o condonar. Ni se nace en pecado ni se debe endeudar. La deuda es anulable por decisión política.

La diferencia entre los llamados fondos buitres y los que entraron al canje es meramente coyuntural: son todos especuladores, que en este caso se decidieron por opciones distintas pero que pueden cambiar de parecer así nomás, según corren los vaivenes político-financieros en esa frivolidad con poco sentido verdadero que es la especulación, o peor, que tiene el sentido perverso de perjudicar a propósito a las poblaciones para gozar de hacerles daño: disfrutan de hacer el mal con impunidad, con el agregado de enriquecerse exorbitadamente en la timba de los valores abstractos, que se mueve por reglas a las que trocan a conveniencia todo el tiempo y según pujas constantes. Es un proceder típico de la cultura privada, que es causado por la castración y por la frustración que apareja su práctica, que moldea a quienes participan de ella de manera tal que les cercena el goce de la vida en común y los induce a perversiones como esa, con el consuelo insatisfactorio de la riqueza y la superioridad aparentes.

Los pueblos del mundo tienen que reconocer que el sistema de crédito es malo en sí y que el vigente es una estafa, ya que causará dificultades hasta que se lo termine y perjuicios hasta que se lo controle. Los especuladores deben ser juzgados por crímenes de lesa naturaleza y de lesa humanidad -aparte de varias otras inmoralidades-. Pero además habrá que hacer un balance que explique más en detalle porqué hay gente que en vez que disfrutar la vida se dedica a hacer esas artimañas. Hasta que la humanidad no comprenda y haga en consecuencia con ese balance, habrá quienes sean llevados a especular, lo mismo que vale para las demás maldades.

También se debe reconocer el lazo esencial que hay entre la economía financiera y la crediticia, lazo que no es sólo económico sino también religioso: así como la fe es una forma alta de la creencia, las finanzas -bancarias, fundiarias, estatales, etc.- superan al crédito -estatal, empresarial, cooperativo, popular, etc.-. Esta relación, entre el capital privado y el público, no es absoluta, sino histórica, por lo cual hay contraejemplos y agregados, pero es relativamente constante en tanto que perdura el sistema que la rige. En términos doctrinarios opone y concilia contraccionalmente al privatismo con el populismo, y contiene en crisis al socialismo.

viernes, 6 de junio de 2014

De la estadística y el desarrollismo

El modelo de desarrollo que se impulsa desde la ONU y desde varias entidades regionales e internacionales, como el CLACSo y la CEPAL, se basa en una serie de indicadores sociales, políticos, económicos, culturales, ambientales, etc. Los cientistas miden y comparan la evolución de esos indicadores y así evalúan las políticas implementadas por los Estados y por los organismos supranacionales. El error que tienen es que dan por supuesto que la serie de indicadores es completa y correcta, por lo cual pueden constatar mejoras en los indicadores, a las que toman por representantes de mejoras en la historia concreta, mientras que la calidad de vida es mala. No es sólo que faltan indicadores de cuestiones que hay que tener en cuenta, como la contaminación urbana, la explotación, la satisfacción y los deseos de las poblaciones, sino que es imposible una medición tal -siempre quedarían cosas sin medir, o no del todo bien medidas, o mal medidas-. Aparte, intentar medir las emociones y los sentimientos -y que sean buenos es el objetivo de la política- sería una falta de respeto para los que sufren y un bajón para los alegres, por lo que los evaluados traicionarían a los entrevistadores. Los científicos tienen que ser sensibles. Por ahora, en algunas cosas, son bastante inmorales.

Lo que debe hacerse es una evaluación sensata de las condiciones de vida actuales, para la que es preciso observar a la historia con sentido común, preguntar a la gente y escuchar. Y dejar de soslayar a las críticas en contrario. Es una falsedad ideológica pretender que se está bien cuando no hay consenso y sí explotación, lo que no quita los logros que hubieron alcanzado los progresistas, que deben ser reconocidos. Lo que les falta es aceptar y resolver las cosas malas que persisten. En esa tosudez que les impidió hacerlo, tuvo un lugar la acusación de infantilismo que se le hizo a la izquierda radical marginada de los gobiernos progresistas, sea la ecologista, la trotskista, etc. Además de ser incierta, ya que esa izquierda radical fona     -infantiles se les dice a los chicos antes de que empiecen a hablar, porque no fonan-, es una acusación bruta: las cuestiones ciertas que plantea la izquierda radical externa a los gobiernos progresistas deben ser respondidas satisfactoriamente para que la calidad de vida sea buena. Es verdad que esa izquierda radical es deshonesta a veces, o plantea las cosas de mala manera, o no comprende ciertas cosas, pero se la debe corregir cuando se equivoca y se le debe explicar para que entienda lo que no entiende, y rescatar y cumplir lo bueno de lo que quiere decir y lo de lo que dice. En muchas cuestiones es el capital el que está equivocado, y el progresismo no lo admite y le es obsecuente.


Anexo relativo a la medición de la pobreza

Un problema de las mediciones estadísticas es que tienen una comprensión de la pobreza que está equivocada, ya que la catalogan según el producto por individuo, lo que, por una parte, lleva la falsedad en la que caen los promedios, que reparten entre los miembros del total estudiado lo que en la realidad está dado diferencialmente; por otra, ignoran que la tenencia de bienes debe ser amoldada a lo necesario, lo que impide reconocer el problema de las clases altas derivado del exceso en la posesión de bienes; por último, ignora a aspectos importantes de la pobreza, como son la pobreza social, derivada de la carencia de relaciones sociales, la ambiental, causada por la contaminación, la amorosa, por falta de amores, etc., lo mismo que sucede al desconsiderarse que la explotación causa pobreza sanitaria.

jueves, 5 de junio de 2014

Qué hacer con la clase capitalista

El comunismo es un sistema que no sólo busca resolver los problemas de los trabajadores y que también debiera buscar la resolución de aquellos de los restantes seres animales, vegetales e inertes, en lo que hace a su opresión por parte de la humanidad, sino que además el comunismo plantea, aunque suene raro decirlo, la solución a los problemas de la capitalesía, la clase capitalista. La capitalesía, en tanto que clase predominantemente creyente, de distintos credos, y esencialmente preconceptual, padece también de una opresión inmensa, que es causada por su sujeción a doctrinas falsas, autoritarias y antinaturales, ya que ellas no reconocen a la naturaleza del deseo, del sentir, del querer y del amar, y por eso la llevan a una coerción pautada, agudizada por el esfuerzo de la competencia empresarial y por el que les requiere la lucha de clases, el gobierno y la geopolítica mundial. La política comunista debe combinar la confrontación a la clase capitalista con su determinación, es decir, hacerle reconocer la verdad y ser verdadera, lo que la lleva a aceptar su desarme.

martes, 3 de junio de 2014

De la cultura del trabajo y el anarcopopulismo

Una cosa que permea desde el capitalismo a la izquierda, pasando por el populismo, es la cultura del trabajo. Incluso entre los proletarios se suele defender al trabajo como un fin en sí mismo. Entre los socialistas hay una crítica al trabajo, y entre los anarquistas también, aunque a veces intentan mandar a trabajar a los ricos, porque, por haber sido infiltrados por el populismo, buscan una revancha contra los ricos en vez que el socialismo, ya que el populismo no confronta con el núcleo del capital, porque es subordinado a él. Entonces, a los ricos a los que confronta el anarcopopulismo, es a los ricos de clase media; no tanto a los capitalistas, y no determina al capital. Los socialistas no han hecho todavía una crítica al trabajo muy extendida, ya que la ofensiva capitalista neoliberal, posterior a la crisis del petróleo de 1973, se basa en una reducción del trabajo, en quitar el sustento de vida del proletariado para subordinarlo, por lo cual éste se aferra a él, y no lo puede criticar todo lo que debe ser. Los populistas hacen una defensa del trabajo como si éste debiera ser un fin en sí mismo, y una meta a la que fuera un privilegio llegar.

El trabajo debe ser un medio para vivir bien, y para eso debe ser según lo decidan los trabajadores, aunque con un juicio completo, es decir, medido, apocado, que no se exceda en la explotación de las demás especies naturales y materiales.