Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

martes, 24 de junio de 2014

¿Qué es la justicia?

Lo justo y el gusto se relacionan. Justo es lo que gusta. La humanidad, al buscar hacer justicia, intenta darse gusto, pero como no es verdadera del todo, no es del todo verdadera su ley, y por lo tanto su justicia es injusta. Por eso no satisface. La ley humana es opresora en vez que gustosa porque, por ser capitalista, no se propone el placer, sino mantener al sistema de dominio, como un fin en sí mismo, para hacer triunfar a las doctrinas sujetadoras. La ley humana mezclará falsedades con verdades hasta que sea verdadera la clase capitalista, y entonces ella no sería tal, dejaría de ser lo que es. La clase capitalista aparenta que le importa más ganar la competencia que ser feliz, pero eso es sólo una apariencia, lo que no es poco problema.

El término que es la raíz de justo, ius, tal vez sea dativo del de “goce”.


Anexos

1. La justicia vigente, en que litigan partes en conflicto, deriva de la práctica retórica de la Grecia antigua, o más bien de los debates en el ágora ateniense, por los que se desarrolló la retórica. De allí el pragmatismo de los abogados, quienes no deben dedicarse a hacer justicia, ni a encontrar la verdad, sino que deben defender a su cliente, o representado. La práctica de la retórica como paso para decidir la acción política luego de Grecia se plasmó en el derecho romano, del que deriva el derecho moderno, y que establece que ante un litigio las partes tienen que escoger un representante legal, los abogados, para que ellos los guíen ante los magistrados y los tribunales. El problema que apareja esto es que el sistema implementado fuerza a las partes a presentar sus alegatos de la manera que convenga a sus fines, lo que causa omisiones y falsedades en las presentaciones de cada cual, aunque haya mecanismos severos para impedirlo, por lo cual los juicios, en algunas ocasiones, son injustos. Es la falencia de la justicia sofisticada, porque su sabiduría es aparente. Cuando hay un conflicto entre partes, la sociedad interesada debiera intervenir para descubrir la verdad al respecto y luego concluir lo que debe hacerse, cosa que no puede ser pautada mediante leyes, ya que hay casos que no se corresponden con lo que establecen las leyes, a los cuales su cumplimiento entorpece. Tampoco los abogados debieran defender de mala manera a los delitos de sus representados: ya son muchos los casos en que los juicios fueron trabados porque los abogados, en pos de defender a sus clientes, cometieron inmoralidades. Los abogados, de haberlos, debieran ayudar a que se sepa la verdad y se haga justicia de buena manera, para lo cual es preciso cambiar el sistema legal.

2. El traspaso del sistema inquisitorio, derivado de la Inquisición, al acusatorio, en la justicia argentina, es saludable porque es progresivo: ya se sabe del terrorismo legal causado por aquél sistema en que los jueces fustigaron, de acuerdo con lo que consideraban las leyes divinas, y lo que eran las leyes humanas, basadas en aquella consideración, a un montón de gente, entre quienes estaban ellos mismos. Pero el sistema acusatorio también traerá problemas, porque no es comprensivo: busca encontrar a los culpables para castigarlos en vez que entender las causas que los llevaron a cometer los delitos, para resolverlas de modo tal que se deje de cometerlos. Es una justicia superficial, que no va al fondo de los problemas sino que ataca sus manifestaciones, por lo que el fondo persiste mal hecho, y causa nuevamente sus manifestaciones. Es como la medicina alopática, que supone que no hay mal si no hay síntoma del mal, por lo que busca eliminar los síntomas en vez que curar al mal en sí. A esto lo digo valorando a los aciertos de la alopatía y cuestionando a los errores de la homeopatía: a su contraposición le falta la reformulación superadora. Extendido a nivel social, el sistema acusatorio derivará en una ética acosadora para con los delincuentes a la ley estatal, que en realidad terminará siendo un delito en sí misma, ya que los obedientes a esa ley, amparados en ella, cometerán el delito no legislado escriturariamente de violentar a quienes le cometan faltas a aquélla, lo que causará una opresión que reproducirá la violencia: pretenderán imponer a una ley injusta.