Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

lunes, 25 de febrero de 2019

De la barra que separa al significante del significado

Así como en las ciencias médicas existe la diferenciación entre la salud y la enfermedad, y en las sociales distintas dicotomías, como la de la conciencia y el inconciente en la psicología, o la de los gobernantes y gobernados en la politología, en la semántica está la diferencia entre el significante y su significado, diferencia relativa porque hay significantes que suenan como su significado, la significación que imita el sonido de su objeto. La relación entre el significante y su significado se hace por convención, es decir, por invención compartida, invención que no es del todo artificial. Es un artificio creado por humanos, así como los otros vivientes significan también. La relación entonces está mediada por la cultura de la que los signos son parte. En economía está la distinción salarial, que diferencia a los proletarios del empresariado capitalista, con el empresariado popular como clase intermedia; en psicología la censura de la moral dominante, que impide o dificulta hacer conciente a lo negado por la doctrina dominante; en política a la escisión representativa la hace el voto, así como en comunicación la hace la mentira. En cada objeto de las ciencias hay una separación operada por algún elemento fideísta. En el derecho está la disimetría entre la legitimidad y la ley. El orden sagrado es lo que reúne a la clase dominante del capital, aunque sea de manera laica, que es de fidelidad extra-clerical.

La fe tiene un lugar importante en la discordancia entre el significante y el significado, combinada con su forma moderna, que es la capitalista, porque es un método de elaboración semántica y porque los credos aportaron mucho para que se generara la doctrina hegemónica. El auge de lo ficticio del capital va en línea con la jerarquización de verticalidad extrema existente en esta etapa de crisis, la de la gran financiarización del capital, así como con el relato de la posverdad, porque la potenciación de la fe y la religión con la ideología liberal moderna ayudó bastante al crecimiento inmenso y descontrolado de la especie en los últimos dos milenios, aumentado mucho desde el siglo XV, y más desde 1750, expansión que está en una etapa mucho más inestable que lo normal, lo de la técnica simple, desde la crisis de 1973, a partir de la cual el capital más especulativo adquirió la preminencia del sistema.

Aquello que desiguala a la verdad de la mentira es la calidad de la adecuación entre el representante y su objeto. Cuando el discurso no representa bien a su objeto se está ante mentiras malas, en tanto que la buena representación se caracteriza por ser más de concordancia entre la idea y la cosa a la que designa. A la vigencia del fideísmo liberal le corresponde la prevalencia del capital ficticio, con un gran incremento de la fraudulencia gobernante y periodística. A nivel bancario esta corrupción moral se corresponde con la aceptación del capital delictivo, el de los tráficos ilegales, los de la trata para la explotación sexual, el de drogas ilegales y el ilegal de armas, que no son los únicos ilegítimos y que se completan con la desidia empresarial ante una ley hipercompleja hasta lo incumplible. Una mala ideación no puede no corromperse, así como todo se corrompe antes o después, y se cae por su propia maldad, que la hace destruirse y caer, pero ¿cómo saber si una ideología es buena? La buena degeneración de la maldad del sistema será una necesidad indenegable, pero ¿cuál debiera ser?

El fetichismo, a nivel comunicativo, se da mediante la verosimilitud, es decir, la apariencia de verdad.