Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

lunes, 25 de febrero de 2019

La dialéctica y el progreso malo

El esquema de la dialéctica, en que a una tesis se le contrapone una antítesis y cuya tensión se resuelve en una superadora síntesis, tiene el error de dar a entender que a los problemas se los debe resolver siempre yendo hacia arriba. En ocasiones, como cuando algo fue mal erigido, la buena resolución del asunto precisa de que se lo baje, de una síntesis bien inferiadora. En el caso del mal progreso operado por el capitalismo, el defendido por la dialéctica hegeliana, de protestantismo liberal originario, hace falta mucho descenso, por lo mucho que se levantó mal para el sistema.

La idea del progreso, según la entiendo, es sinónima de la idea de la revolución, en tanto que el progreso supone una gradación para mejor a partir de cierto estado, en tanto que la idea de la revolución exige una nueva evolución. Las transformaciones menores que caracterizan al progreso, según se lo entiende usualmente, son cambios revolucionarios, pero que no modifican al sistema general por su cantidad menor, pero las llamadas revoluciones también son progresos grandes. El pasaje de un grado al otro implica una evolución nueva. El problema es que la revolución no es necesariamente buena: es más, casi siempre es más buena que mala, pero con males inmensos. Entonces, para los revolucionarios se vuelve necesario establecer una buena definición de la revolución, definir bien la meta de la revolución, a qué estadío social se quiere llegar, así como el modo de alcanzarlo. Sólo cuando hubiera buen consenso social sobre el objetivo y el método se debiera operar la transformación mayor, ya que ésta requiere de que sea la sociedad la que la haga, o al menos de que la ejecute la mayoría de la sociedad. La revolución debe ser mixta, es decir, tanto activa como pasiva, puesta en práctica por la infraestructura social como por la superestructura. La tendencia a la concentración de los sistemas jerárquicos hace que las mayorías sean propensas a ser progresistas, pero eso no se resolverá bien hasta que se haya asumido bien y socialmente la cuestión de lo sacro, porque la jerarquía es el orden sagrado, que en la modernidad es de economía y política fetichista. Hasta ahora las revoluciones generaron ampliaciones en el orden dominante, pasándose de sistemas mono-teocráticos a monarquías clericales y al republicanismo constitucional, en el que la clase dominante se compuso del empresariado laico, que es de culto extra-eclesiástico. Aunque haya habido esta ampliación, estabilizada en la oligarquía actual que es la clase capitalista, sigue siendo un sistema vertical. Una conquista sería la mesarquía, el gobierno de algunos, pero aún así no sería el de toda la sociedad.