sábado, 31 de agosto de 2024

Títulos de nobleza, universitarios y empresariales

 Los títulos de nobleza eran, y son, hereditarios por linaje seminal, pero también había que ganárselos. Algunos reyes llegaron a serlo por victorias militares, no por heredar el título, y luego algunos de sus hijos heredaron el cargo, lo cual fue ingrato (no es algo del todo deseable si se tiene buena razón), por la de deberes, responsabilidades, amenazas y acechos que debieron afrontar, agudizados por su alto nivel social, cosa que se replicó, aunque en menor medida, entre las autoridades nobiliarias inferiores a los reyes, como príncipes, condesas y marqueses. La cuestión del saber está presente porque el significado etimológico de "noble" es el de "sabio": la nobleza es la sabiduría, pero en la acepción predominante sólo se consideraba como noble a quien detentaba un título especial, como si el resto de los hombres no supieran. Luego de las revoluciones liberales se le dio más lugar al talento y al esfuerzo individual, pero el problema persiste, porque ambos responden a condiciones que no son siempre controladas por los sujetos, como la clase social, la estabilidad domiciliaria y las oportunidades educativas dadas por la política, por lo que, con la idea de que los títulos universitarios actuales son justos, y que por eso convalidan bien las diferencias remunerativas entre quienes los tienen y quienes no, se comete una falta, porque así se legitima, por ejemplo, que los migrantes ganen menos, o quienes sufrieron incendios, o enfermedades infantiles y adolescentes. El tiempo y el esfuerzo que pone quien estudia puede ser equivalente al de quien trabaja al terminar la enseñanza secundaria, por lo que no debiera justificar diferencias remunerativas, o al menos no unas tan grandes como las actuales, pero la diferencia principal sigue siendo la que se tiene con los empresarios más grandes, cuyos títulos y fortunas se siguen heredando de acuerdo a la familiaridad estrecha reconocida por las leyes constituidas, tema que nos empobrece hasta a sus beneficiarios más directos porque hunde en la miseria a nuestros semejantes, o sea, que nos causa una pobreza externa que redunda en la propia.