La doctrina que las naciones establecen sobre el pecado afecta mucho al comportamiento individual. Primero incide en la ideología de los pueblos, que la adoptan porque creen en ella y por haberla evaluado, no del todo bien, y se plasma en la ley escrita por vía directa e indirecta según el país, porque determina mucho al juicio en tribunales sobre la práctica de los hombres. En los países de constituciones supraclericales, la doctrina del pecado definida por la iglesia oficial influye más en las leyes institucionales que en los de constituciones en que la iglesia principal y el gobierno están más separados, que le dan más lugar a los reclamos laicos externos a las iglesias y gobiernos de país, así como a las iglesias secundarias. Sin embargo, la separación absoluta entre la iglesia y el gobierno es imposible, porque las iglesias son parte del pueblo y porque el gobierno funciona con asambleas, hasta las reuniones presidenciales lo son, de una forma muy acotada, sin que el sistema actúe lo bien que debe para saldar bien su daño innecesario para la buena convivencia humana. Es un sistema demasiado explotador, que explota más de lo preciso para nuestra buena felicidad. Para que la humanidad viva feliz como desea cuando lo quiere bien, en relaciones bien armónicas para sí misma y con las demás especies, debe entender bien la realidad. De otro modo la ideología se le pervierte y la práctica se le torna perniciosa. La doctrina humana del pecado, como mal acto controlable a conciencia, se compone de muchas doctrinas, incluso las extrainstitucionales, sean grupales o individuales, cuyos adeptos pugnan para hacer primar porque creen que son las mejores, de lo que suceden la práctica y reproducción humanas, por mucho la mayor en la historia de la especie, pero, aún siendo tan grande, el éxito humano es algo insatisfactorio, la especie vive algo insatisfecha, porque obra algo mal, debido a que no asume bien la realidad de algunos temas.
En sus versiones más elaboradas, la doctrina del pecado se subdivide en distintos tipos, desde los capitales hasta los menores, y cada cual es cuestionable porque contiene faltas. Son definiciones que le sirvieron a la humanidad para progresar y vivir pero cuyos errores causaron estragos horrendos y atentan en contra de la buena dicha de la especie y la naturaleza.
La mala práctica humana se debe controlar a conciencia pero no se lo puede hacer del todo, porque hay aspectos de la realidad que la humanidad no puede reconocer, al menos por un tiempo -quizás a algunos nunca-, y entonces actúa algo a tientas, por intentos que a veces sucederán y otras fracasarán, pero, mientras mejor conciba al mundo, mejor le irá. No se debe sobrenfatizar la importancia de la cuestión clerical. El tema del nacionalismo equívoco es muy pesado, por ejemplo, en la guerra actual, así como en política, economía y demás rubros, pero hay varios otros, cada cual importa lo suyo y si se los estima mal se falsea la conciencia social y la conducta humana se vuelve perjudicante. Lo errático del nacionalismo actual se nota al analizarle la etimología a los nombres de los países, que da cuenta de que las naciones se sujetan con mucha fuerza a conceptos que a veces sus miembros no saben cuáles son, como la plata en Argentina, o que, si son bien comprendidos, no valen tanto como se cree, porque importa más la concordia internacional, que dista de ser muy buena aunque algo lo sea. Las identidades nacionales tienen su valor pero también deben corregirse para que la humanidad reconozca bien su historia compartida y se lleve mejor entre sí, cosa que no pasa por el mal reconocimiento étnico, que se vincula al resto de la ciencia y a la jerarquía de las clases propietarias y de poder de mando político.
En el catolicismo vaticano los pecados capitales son la soberbia, la ira, la lujuria, la envidia, la gula, la avaricia y la pereza. A la soberbia se la define como la superioridad de alguien respecto de otros, lo cual no es malo en sí mismo, pero sí lo es a veces, y su resolución depende no sólo de quien sea soberbio de mala forma, sino también de las causas de eso. La ira a veces es una respuesta natural ante una ofensa, es inevitable en ese caso, pero puede adoptar mal modo. La idea de la lujuria viene de luchar: los romanos usaron la palabra "luxus" para hablar de los miembros del cuerpo dislocados en lucha, como queriendo decir que el miembro estaba "luchado" (luxado), y después se lo entendió como dislocación, antes de pasar a referirse al desenfreno exhibitivo y sexual, que no se definen en sí mismos por ser luctuosos ni son necesariamente malos, y que también responden a causas. La envidia es el mirar. Su idea viene del término latino "invidere", que se compuso de "in" para nombrar a lo interno y de "videre" para el ver, pero después se inadecuó su forma y se la definió como mirada maligna, sin agregarle al concepto ningún tramo lexical que denote al mal. La envidia es un sentimiento debido a carecer de lo que tiene otro, lo cual es natural y propende a la igualdad social, pero puede tomar mala forma por desearse cosas malas o por lo que se decida según él. La palabra latina "gula" designaba a la garganta y al cuello, precede a la de "engullir", pero se la transformó para nombrar a la ingesta excesiva, la glotonería, que depende de enfermedades que no conocemos ni controlamos del todo, también sin agregarle una o más sílabas que remitan al mal, con lo que el concepto quedó inadecuado. La avaricia es el querer, que no es malo en sí y es causado. La pereza es la flojera, tampoco siempre mala y debida a causas que deben ser bien atendidas para resolverla bien cuando es perniciosa. Entonces, hay una inadecuación semántica en la definición de los pecados y la omisión de sus causas al juzgarlos, de lo que su culpabilización es algo injusta, por lo que su sanción da un resultado pobre, más o menos bueno o malo según la época y el lugar. Cf. DECEL y Wikipedia.
Aún con todo lo que se desarrolló la humanidad en los últimos 6 mil años, y más desde la revolución industrial del motor a vapor, la especie vive muy mortificada, por enfermedades y pesares naturales pero también por los causados por su propia práctica, que se deben a nosotros mismos y dependen de nuestra ideología.