Hay una serie de valores enaltecidos que le dan soporte a las leyes escritas del liberalismo predominante, el cual es smithiano, metalúrgico, de cristianismo antivaticano, que son muy perfectos, como la pureza, las ideas, lo más fino y abstracto, y que son recusados por sus opuestos bajos, pero el debate gira algo en falso porque no se atiende a la calidad de cada uno, por lo que se reprueba a valores altos y bajos que son buenos y se aprueba a otros así que son malos. Lo puro no es malo en sí, como las ideas no son buenas siempre, pero se equivoca al definir a lo ideal, porque entonces a las ideas se les asigna un grado de perfección que se supone del todo bueno, o próximo a eso, pero que puede no serlo, cuando el ideal se pervierte, lo cual trastorna a la práctica humana y por eso a nuestra especie, a la naturaleza, la Tierra y el universo, aunque a éste le afecta poco. Desde la doctrina de las ideas de Platón, en una cultura ceramista, se les da una entidad exagerada, porque se las considera pasibles de ser excelentes, sin máculas, mientras que la ideología humana está plagada de faltas, muchas más que las reconocidas, y graves. Por otro lado, lo sucio, lo arrugado, lo irregular y lo trastornado tampoco son buenos en sí, pero se los reprueba demasiado. Los valores canonizados son como lisos porque las reglas son rectas. El canon se define por la rectitud, o sea que lo que no es recto es menos propio de sí, pero la rectitud puede ser nociva, así que lo canónico tergiversarse, y entonces el régimen de riquezas se torna decadente, se rompe por ser mal concebido y actuado. Con lo torcido puede pasar igual, así que el problema es el modo de su compostura, cómo coexisten.
De forma algo distinta, un equivalente del canon liberal cristiano se da en las culturas no cristianas, que son liberales a su modo, así como muy pesadas. Los cánones mundiales tienen semejanzas entre sí que dependen del trabajo social, porque las ideas dependen de que se viva, y entonces de las tareas reproductivas, y más si se las lee y escribe, lo que demanda de industria editorial y gráfica, luego computadorizada, o sea, que requieren hasta satélites, por lo que minería, transporte y con eso de toda la producción humana. Lo perfecto es muy vuelto a hacer, y entonces muy elaborado, en tareas muy lesionantes, lo que da cuenta de que el sistema de ideas líder no funciona bien, justifica mal la imposición del orden y entonces rige mal: es muy exitoso para proveerle bienes a la humanidad, prolongarle la vida y agigantarla, pero también la daña mucho, tornándola muy enfermiza, y explota mucho a la naturaleza y a la Tierra, causando mucha muerte y pena, en los seres vivos no humanos y en los hombres. El sistema humano busca honrarse pero no lo logra mucho porque no acepta sus equivocaciones, con lo que reproduce los actos que se le corresponden a las ideas inadecuadas a sus objetos pero tenidas como verdaderas.
Los nombres de Platón y el Adam Smith más famoso implicaron la cerámica, la tierra y la metalurgia, pero el primero fue un apodo, su detentador se llamó Arístocles, y el segundo no se caracterizó sólo por ser telúrico y metalífero, sino que más por su filosofía: padeció la incoherencia nominal extendida en nuestra cultura civil y que puede venir de antes. Por eso se olvidan tanto los nombres de los hombres, porque no nos describen bien, y entonces obligan a relacionarlos con nosotros, sus objetos, de manera muy forzada. Cuando la cabeza ya no tiene fuerza para mantener esa asociación ficticia, se olvida al nombre y se designa a su portador por algún rasgo más propio de sí, fácil de entender, aunque pueda ser algo inexacto. También pasa que se ignora el significado de los nombres y de los apellidos, y entonces hay que asociar de memoria a las personas con el sonido de sus nombres.
Cf. "canon", "riqueza", "Platón" y "Adam" en DECEL y "Smith" en Etymonline, Douglas Harper, Pensilvania, www.etymonline.com.