Álvaro García Linera se pregunta porqué el progresismo y la izquierda pierden elecciones, y dio una respuesta publicada ayer en Página 12, que es la de que fueron derrotados por sus errores políticos, en particular para la gestión económica, que después de una prosperidad inicial se agotó con el tiempo, no se radicalizó con reformas de segunda generación, para la expansión de todas las empresas mercantiles, y cayeron ante una nueva derecha, que es conservadora y extremada. Él trata en especial los casos de Argentina, Bolivia y Brasil. Es verdad que esta derrota no se debe principalmente a la militancia retrógrada en las redes sociales, llamada de "trolls" (cuyas viviendas tienen poco de cavernas, como lo eran las de trogloditas), ni a la furia actual de la derecha, ni a la ingratitud del pueblo, pero estos factores no son inexistentes, sino secundarios respecto al malestar social, que no se debe sólo a la economía, sobrecargada de tareas a consecuencia del modelo de inclusión aplicado por el progresismo bajo constituciones y liderazgos sociales liberales, en que el trabajo social, además de efectuarse para disfrutar y vivir bien, se dedicó a crear plusvalor para el meso y gran empresariado y a pagar deudas abusivas, esto en el marco de una concepción despectiva sobre la fecundación y algo equivocada sobre el pecado, que le puso mucha presión crédica al empresariado de derecha, que propende a la religiosidad estricta y por ende no tolera bien la lascivia ajena -con alguna buena razón porque es algo nociva-, el cual respondió con distintos tipos de ataques, también defendiendo su capital sobrante ante la izquierda, como lo fueron los golpes inflacionarios, que no dependen sólo de la emisión monetaria, sino más de la decisión social que se tome sobre los precios, para la cual los oligopolios cuentan con ventaja, y la persecución periodística y jurídica contra figuras destacadas de estos gobiernos populistas y algunos de sus socios, o mismo el golpe militar de Luis Fernando Camacho y Jeanine Áñez. El modelo progresista fue muy pesado, demandó mucho trabajo -además, por las taras comunes de hoy en día, que se plasman en una burocracia densa y obedecen en parte a las sinrazones clericales, que de algún modo se reproducen en las leyes y los procedimientos administrativos, así como en los reglamentos y gerencias del "sector privado", lo cual empeora en los modelos más redistributivos porque redistribuir las ganancias monetarias nacionales es una tarea financiera de gran escala, que demanda de una contabilidad trazable y reimpresa, y varias otras cosas, pero es preciso mientras que no se solucione bien la desigualdad extrema a que responde-, y entonces fue difícil de sostener a mediano plazo -aparte de que padeció las crisis mundiales de 2008 y 2018-, mientras que la derecha oligarca, amparada en la legislación liberal constituida y los beneficios propietarios que le brindan, lo hostigó desde arriba, con un poder superior, pero el resto del pueblo no fue del todo inocente, porque, ante la crisis progresista, no buscó en masa salidas por izquierda, sino que eligió a una derecha renovada que aplica sus viejas recetas con algunas reformulaciones. Los derechos sociales del progresismo fueron conquistas obtenidas por la lucha social, pero también se la dio desde sus gobiernos, así como hubo alguna ingratitud popular, porque el pueblo, como humano, puede equivocarse, y porque el progresismo en un momento se volvió insoportable, en parte por sus errores pero también por la campaña persistente que se le hizo en contra. A la vez, los errores económicos del progresismo respondieron a causas. En el caso de Alberto Fernández, su emisión de dinero obedeció a la necesidad de costear subsidios grandes sin poder aplicar una reforma tributaria porque tuvo a cerca de medio parlamento en contra debido al voto del pueblo, no por izquierda sino por derecha. Entonces, emitió mucho dinero y el gran empresariado respondió subiendo los precios, el del dólar clandestino en particular, lo que conformó un ciclo inflacionario retroalimentado. Su cuarentena larga se debió, relativamente, al sabotaje que le hizo el macrismo -en particular mediante las caravanas de Patricia Bullrich (quizás inmunizada mediante vacunación clandestina, de dosis que le "desaparecieron" al gobierno porteño de Horacio Rodríguez Larreta cuando recibió su primera tanda) y unas manifestaciones en el centro de la ciudad de Buenos Aires, donde también participaron militantes precursores de La Libertad Avanza-, que promovió el contagio social de covid y la salida tardía del encierro, no absoluto y transgredido, con el pueblo muy infectado, pero bastante vacunado también, e inmunizado por vía natural, luego de miles de muertes y enfermas con secuelas. En Brasil, Lula y Dilma Rousseff nunca tuvieron tanta fuerza como para superar el liberalismo instaurado, lo que redundó en que sus presidencias aplicaran reformismos acotados, acordes a la Constitución brasilera, que es liberal, lo que implicó que la redistribución de las ganancias fuera importante pero pequeña, quedando lejos de ser muy igualitaria, y el descontento popular se volcó a favor de Jair Bolsonaro, o sea, que el pueblo brasilero reaccionó a su desencanto de manera irracional. Luego Lula lo derrotó por una diferencia mínima, y ahora gobierna con medio congreso en contra, lo cual le cercena la radicalización. En Bolivia no se superó al liberalismo: su Constitución establece formas mixtas de propiedad que no deben perjudicar al país, pero el modelo de acumulación sigue siendo plusvalorizante, o sea, que lo perjudica.
Para que el modelo progresista y de izquierda sea más firme, tiene que eliminar, aunque sea parcialmente, la pesadez propia que sea innecesaria para su buena existencia, pero eso no depende sólo de sí mismo sino también de su pueblo, tanto el que lo promueva como el opositor -es decir, que no da lo mismo que la oposición sea extrema o moderada-, en particular respecto al plusvalor y la deuda gubernamental, pero también sobre el control de precios, en especial del dólar, y las cuestiones crédicas y científicas equivocadas. Cuanta menos sobrecarga laboral tenga, mejor le irá, lo cual dependerá de la pelea que le dé la derecha, así que su humor y las provocaciones que se le hagan también importan (es gente a veces muy iracunda porque les trauma recurrentemente la idea del castigo divino y las demás constricciones teológicas, así como por las otras enfermedades y males humanos, como los derivados de la lucha de clases). Para que las reformas progresivas se mantengan, hace falta que el pueblo las apruebe, y entonces que entienda porqué son necesarias y qué problemas y límites tienen, lo mismo que ocurre con las reformas revolucionarias. Más en general, hace falta que se comprenda que los países de Europa y América, entre otros donde ocurre esta crisis del progresismo, son de legislaciones liberales, por lo que sus regímenes son liberales sin importar quién gobierne y donde, cuando hubo presidentes socialistas, ellos ejercieron liberalismos moderados, semejantes a los de centroderecha, en vez que los extremos de la derecha conservadora. También hace falta que los pueblos critiquen bien al periodismo y a la justicia, que es parte del gobierno y sostiene al liberalismo en los países de Constitución liberal, entre otras tantas cosas.
En suma, la radicalización por izquierda no depende sólo de la voluntad de los gobernantes progresistas y socialistas, sino también de la ley, de la capacidad de la clase dominante para hacerla cumplir, de la conciencia y el reclamo del pueblo y demás factores, como la formación de los cuadros dirigentes en puestos de mando, por lo que debe ser preparada y ceñirse a sus condiciones de buena concreción, durante lo cual se debe promover la de futuro lejano, la que sea imposible en el presente y a corto plazo.