Como el maridaje legalizado es hipermonógamo, las relaciones de amistad algo se destruyen, porque quienes las emplean pueden expresar poco sus sentimientos amatorios, verbalizándolos adecuadamente, para no causar escándalos filiares que carcomen los vínculos. Entonces, el buen arreglo de las relaciones de amistad depende del sistema marital, y éste de cómo se reconoce el origen humano, lo cual se entrelaza con la economía y la política: son cuestiones intersectadas; las amistades y emparejamientos se dan en edificaciones catastradas cuyos registros están impresos en archivos del gobierno, por lo que sujetas a la ley constituida, a la que hacen cumplir los ejércitos y policías oficiales por órdenes de jueces, cuya economía es más desigual de lo que debe para que la humanidad disfrute bien la vida, sin abusar ni delinquir tanto como se hace ahora, lo que coexiste con una búsqueda de salvación fundada en ideas imprudentes, que apela a un paraíso imaginario que en lo objetivo no existe como tal, aunque sí se da de otro modo, como el recuerdo de los vivientes que conocieron a los difuntos y que siguen vivos, quienes relatan la historia de lo que aprendieron, por lo que los males del pasado se contarán y se cuentan, así como las bondades, pero no todos en particular porque caen en el olvido, un olvido no absoluto, en que se los recuerda muy en abstracto, lo que es un modo de recordarles. La contracara de ese paraíso mentiroso es el también mítico infierno, con el purgatorio, igual mitológico, entre ambos: son formas tentativas para ordenar la práctica humana, pero que no logran bien su cometido porque responden a ideas primordiales que no están bien definidas, por lo que al desplegarse su lógica terminan mal. Entonces, la redención humana que busca la religión depende de cómo la humanidad se apropie de la naturaleza y se trate a sí misma, de qué relaciones haya entre los hombres y cuál con lo que les sea ajeno, y eso de cómo la humanidad piense y obre la realidad.