En la izquierda se critica mucho a los hábitos de clase alta, como si dependieran de que el mal se encarna en sus miembros, quienes disfrutarían a pleno del sufrimiento del prójimo sin casi ninguna compasión ni arrepentimiento, pero, si bien hay alguna maldad bien acusable en tales hábitos, ellos responden a causas, que si no se solucionan bien impiden darle buena salida al asunto, y si se los resuelve con la extinción de los miembros de esta clase se termina mal porque eso conlleva el vicio de revolucionar de forma perniciosa. La revolución social es una obra colectiva, y corre el riesgo de ser de mala praxis, por lo que se la debe hacer bien, para que no fracase, un tema difícil porque es mal resistida por la clase predominante y por la irracionalidad de su subordinada.
La reeducación mal forzada de esta clase tampoco es buen método, así que se la tiene que forzar de buen modo, además de penalizarle bien las maldades extremas. Cada clase debe reeducarse en distintos temas, porque todas tienen malas conductas innecesarias para vivir bien, sean ideativas o de las más móviles, y toda educación es forzada, porque toda demanda esfuerzo, pero el forzamiento puede ser de distintas calidades, buenas y malas.