Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Sobre la idea del fin de ciclo de los gobiernos progresistas latinoamericanos

Desde la crisis del gobierno brasilero, iniciada con la merma electoral del PT en las elecciones que por poco margen ganó Dilma Rousseff, y luego completada por la pérdida de la presidencia del FpV en Argentina y la posible derrota del PSUV en las legislativas del próximo 6 de diciembre, tomó fuerza la idea, que ya existía desde antes, de que el ciclo de los gobiernos progresistas latinoamericanos está llegando a su fin. Al respecto cabe decir que, si bien puede que eso sea posible, es aventurado señalarlo, ya que los factores y relaciones a tener en cuenta son muchos y cambiantes. Parece una idea basada en una mezcla de certidumbres con el deseo de que esos gobiernos caigan. Eso por una parte. Por otra, está la cuestión de la caracterización de esos gobiernos como hegemónicos. Personalmente, disiento de que los gobiernos progresistas latinoamericanos sean hegemónicos. Es cierto que a nivel regional llegaron a establecer organismos directrices, como la CELAC y la UNASUR, y a liderar el MERCOSUR, pero también es verdad que la OEA, liderada por los Estados Unidos, sigue vigente, al igual que el NAFTA, y que está el reciente TTP. Más bien pienso que los gobiernos progresistas latinoamericanos ejercen una hegemonía subalterna al liderazgo dominante estadounidense, en términos de la geopolítica internacional; pero además, en términos del sistema mundial, los gobiernos progresistas, en los países en que mandan, están subordinados al capital trasnacional, por el dominio del capital trasnacional en el planeta, además de ser capitalistas ellos mismos, aunque populistas, que es el caso de Argentina y de Ecuador, aunque Rafael Correa tiene una formulación más compleja, híbrida con la del Socialismo del Siglo XXI, o de permitir la reproducción capitalista desde posiciones más bien socialcristianas, o socialdemócratas, como en Brasil, Venezuela, Bolivia, Uruguay, Nicaragua y Chile. En ese sentido, los gobiernos progresistas son espacios subalternos de cuestionamiento al liberalismo, acotados, y liberales también en muchos aspectos, lo que a veces es bueno, ya que el liberalismo tiene logros buenos que son mejorables, a la vez que males superables también. Estos gobiernos tienen que ser caracterizados en el marco de una estrategia socialista mundial y a largo plazo, ya que si no se les hacen críticas injustas.

Otro aspecto a tener en cuenta es que estos gobiernos tienen muchos puntos cuestionables, a los que se debe criticar bien para que las críticas sean bien recibidas, lo que no les es fácil porque tienen por una parte mucha presión en contra desde arriba, desde el privatismo, y una responsabilidad inmensa respecto de las naciones a las que dirigen, y por otra parte una rudeza que se los dificulta, rudeza de la que la humanidad no está exenta en general. Por eso es que es necesaria una crítica justa, no sólo para con ellos, pero también para con ellos; pero además está la cuestión de que las críticas que se les hacen a los progresistas no los comparan con los proyectos liberales que se les oponen, como Cambiemos en Argentina o la Mesa de Unidad Democrática venezolana, lo que los favorece y da cabida a que se las acuse de “hacerle el juego a la derecha”, lo que es cierto aunque esa no sea su intención, porque la crítica se circunscribe a los progresistas sin sopesarlos con los liberales. Aclaro sobre esto que los gobiernos progresistas se ejercen en el marco de sistemas dominados por actores y legislaciones liberales, por lo que no podrían dejar de ser liberales incluso aunque lo quisieran, pero, en el marco del liberalismo dominante en el mundo, implementan políticas democratizantes, que aspiran o no a superar el capitalismo pero sí al progreso, que facilita y es una condición necesaria para su superación, aunque también tienen malas prácticas. El peligro es que efectivamente el fin de ciclo suceda y los gobiernos progresistas sean reemplazados por gobiernos conservadores, lo que implicaría un retroceso social y situaría a la lucha emancipatoria en un nivel inferior, aunque la historia no vuelva para atrás, al que luego habría que remontar para pasar a una fase superior. Aquí hay un problema serio con parte de la izquierda, con la izquierda opositora a los gobiernos progresistas, que tiene que mantener las críticas buenas pero que también tendría que colaborar a sostenerlos, aunque exigiéndoles correcciones, y más cuando existe el riesgo de que perezcan ante los conservadores, porque, si no, no se podrá pasar a una etapa superior. La idea de que con una revolución se saltearían etapas tal vez pudiera ser concretada, pero es remota y quizás falsa, y es innecesario optar por ella a la vez que descartar la superación gradual, ya que los avances se hacen de acuerdo a la coyuntura concreta, que casi siempre no está lista para progresos bruscos: pensemos en cómo terminó la revolución rusa. La teoría del “cuanto peor, mejor” es falsa y contraproducente, además de causar peleas vanas entre los demócratas, sean socialistas o populistas. La solución es la de apostar por el gradualismo y la drasticidad según lo permita la correlación de fuerzas.

Me parece que, dado lo que sé, y tal vez me equivoque, no se puede predecir tanto el futuro como para estar seguro de que el ciclo de los gobiernos progresistas llegue a su fin. Ya cayó el gobierno populista argentino y el brasilero está en serias dificultades, lo mismo que el venezolano y no sé el de Ecuador, ni los demás, pero incluso si la tesis del fin de ciclo se comprobara como cierta habría poco qué celebrar, ya que su triunfo se debería no a la superación de esos gobiernos por izquierda, sino a la restauración conservadora, por lo que esa celebración sería un festejo desgraciado, del que tendríamos que recuperarnos con gobiernos que restablecieran las medidas democráticas que estamos perdiendo ahora. La oscilación de los conservadores y los demócratas en los gobiernos latinoamericanos se inició con el modelo agroexportador, aunque tiene experiencias previas, y sería osado pretender que vaya a terminarse pronto, por lo que es probable que el progresismo en declive se recupere en los próximos años, luego de que vuelvan a fracasar los liberales. Hay que tener en cuenta que, en tanto que el capitalismo es pío, y la piedad es falsa, los gobiernos capitalistas siempre van de fracaso en fracaso, alternándose las opciones partidarias como una búsqueda también fallida de las naciones por recomponerse tal como lo deseamos los humanos cuando deseamos bien. Lo anterior no quita que sea necesario un diálogo político que prepare al espacio democrático en general, sea de los progresistas actualmente en los gobiernos o de los opositores, para establecer pautas de discusión que permitan el reconocimiento de los análisis necesarios para la conciencia política que deben tener las sociedades y los gobiernos. Y también la izquierda opositora tiene que reconocer que las sociedades están en un nivel de atraso del que los gobiernos democráticos son poco responsables, estado que impide los avances, aunque en otros casos los que retrasaron hayan sido los gobiernos. Un punto importante es que los proletariados de los países de los gobiernos progresistas votaron mayoritariamente por los partidos de esos gobiernos, lo que no justifica sus errores pero sí da cuenta de que los gobiernos progresistas no pueden implementar los puntos democráticos del programa socialista sin dificultad ˗porque el proletariado, como las naciones, es cristiano en general, y parcialmente procapitalista˗, sino que tienen que estar mayormente concentrados en resistir los ataques de la derecha imperialista a la vez que lidiar con sus propios males, con los males del capitalismo y con la responsabilidad de mantener a las naciones que lideran.


Anexos

1. El privatismo no es que no sea democrático, ya que la democracia representativa es un invento suyo, del alto capital, que impuso su modo de gobierno con las revoluciones liberales. Lo que pasa es que su forma de democracia es de las más restringidas, acotada al sufragio y a las otras garantías constitucionales. En el caso del populismo, la democracia se amplía a los derechos sociales, pero también es circunscrita, ya que no es una democracia directa, o social, lo mismo que le sucede a los demócratas socialistas cuando están sujetos al constitucionalismo liberal. Ahora bien, que la oligarquía sea democrática representativamente, por aceptar la democracia representativa, no quita que también sea antidemocrática, ya que la representación es falsa, por lo que reprime a los intereses sociales que no son tolerados por los representantes, lo mismo que le sucede a los populistas y a los socialistas en los gobiernos representativos, aunque de distintas maneras, ya que ellos están predispuestos de otras formas a aceptar los reclamos sociales.

También hay que tener en cuenta que el apego liberal a las legislaciones capitalistas no les impide la delincuencia ni el abuso de los vacíos legales, que son aspectos no regulados por la ley establecida pero sí juzgables por la moral común, es decir, que no debiera haber que legislarlos, ya que bastaría con tener sentido común para guiar la conducta. Un problema de las piedades es que los piadosos, al suponer que el comportamiento bueno es aquél conforme a la ley, relegan al sentido común como guía de conducta, y lo violentan, excusándose en la ley escrita o en los vacíos legales sin importárles las consecuencias de sus prácticas.

2. Eso de que la izquierda opositora a los gobiernos progresistas “le hizo el juego a la derecha” fue cierto pero en momentos puntuales, y no intencionalmente sino por la casualidad de la coyuntura. Quienes sostuvieron esa crítica omitieron completar la explicación con las generalidades del caso, que concluyen en que la izquierda es contraria a la derecha, lo que es obvio pero no siempre reconocido.