Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

miércoles, 30 de mayo de 2018

De que el autoritarismo obedece a la representación sufragante. Autoritarismo y teísmo

Antes del sufragio también hubo autoritarismo, en tanto que desde la antigüedad se conformó un mando social privado, separado del pueblo, por lo que las autoridades le dieron órdenes a los súbditos, lo que se replicó en las otras instancias organizacionales como división entre jefes y sirvientes. En sí mismo, el autoritarismo es la práctica fundada en las autoridades, por lo que existirá en tanto que las haya, y hasta podría ser bueno. Hasta ahora, desde la era civilizatoria, hay una división entre autoridades que mandan y sometidos que obedecen, división que no es absoluta y que tiene antecedentes en la época migrante. No hubo una autoridad social excelente, es decir, el buen gobierno socialmente consensuado, pero sí hubo acercamientos y alejamientos a ello. En la modernidad, a partir del sufragismo, el sistema de representación política del republicanismo vigente genera que haya una separación entre representados y representantes que ocasiona que ser proclive a estos últimos, o mismo su propia práctica mal consultada, sea despreciada por el grueso de la sociedad, ya que éste no es bien tenido en cuenta para la toma de las decisiones. El fideísmo complica todo el entramado de las decisiones sociales, porque instala una lógica deficitaria para justificar las opciones a escoger, lógica cuya equivocación encima no es reconocida lo debido como motivo operante, pero asimismo hacen las malas ideas, que son las que conducen a la acometida de prácticas ingratas. La asunción social del problema del nacionalismo es otro requisito para la buena convivencia, ya que la coexistencia humana es inter y trasnacional.

En los países liberales se acusa al autoritarismo de los comunistas, que tienen gobiernos sufragados en sistemas de partido único, pero la pluralidad liberal tampoco es muy buena, porque mantiene al régimen liberal, que impone el predominio religioso y capitalista, este último de los cuales se replica en aquéllos más que la religión: ambos sistemas tienen autoritarismos, dados por la representación efectuada mediante el voto, que es una elección confiante, aunque puede que el liberal sea menor que el comunista, porque el liberalismo es más universalista en términos de clase y de concepción que el comunismo, que hasta ahora se restringió bastante al proletariado y a versiones restrictas del socialismo. El liberalismo es de universalismo manipulatorio, porque acepta a la diversidad en tanto que no le amenace el liderazgo: opera la integración subordinada del disenso y, al igual que el comunismo, concentró al mando social legal en pocos humanos, mayormente hombres, incluso cuando los gobiernos fueron socialdemócratas, como pasó en Europa en el momento en que los partidos socialistas ganaron la elecciones. El comunismo no es que no deba focalizar en el proletariado, pero debe hacerlo bien, o sea, que debe priorizar al proletariado por sobre el empresariado popular y el capitalista, pero no del modo en que fuera la dictadura del proletariado de la URSS. La dictadura proletaria debiera ser entendida como una democracia con hegemonía obrera, que requiere de un constitucionalismo acorde. El comunismo debiera operar una subordinación del empresariado más o menos justa, ya que si lo hace injustamente se perjudica a sí mismo. El pasaje de la legalidad capitalista a la socialista debe ser operado más o menos concordadamente por el conjunto de las fuerzas populares, porque la reforma constitucional requiere de un consenso social muy amplio, por lo que se debe encontrar el modo de que el frentismo tenga predominio asalariado, para lo cual al empresariado se le debe garantizar una descapitalización justa, que le enjuicie las faltas con buena moderación y lo conmine a liberarse de la sobreproducción y de la propietarización excesiva, para lo que el socialismo y el proletariado deben ser bien humildes, de lo que no suelen distar tanto.

La URSS fue una unión de repúblicas que tuvo un gobierno de ideología socialista pero con la práctica de un capitalismo de estado, porque no concretó al socialismo, ni tampoco fue soviética desde que los consejos obreros y campesinos fueran abolidos por el centralismo estalinista, que reabsorbió al poder de mando social en los edificios en que hubo gobernado el zar. Aún así, el estalinismo permitió la modernización de los países eslavos, modernización a la que el liberalismo festejó en sus propios países, habiendo tenido un coste humano mayor por la explotación de cuatro continentes y medio y la generación de dos guerras mundiales. Entonces, el estalinismo también debe ser juzgado correctamente, en comparación a la violencia y al éxito de los imperios liberales, que influyeron en la historia de las naciones sometidas, para bien y para mal. Con el maoísmo sucede algo parecido, e igual con el hochiminismo y el comunismo norcoreano: criticarlos mal no sirve para la buena evolución social de la especie. El análisis de las concepciones políticas, y de sus prácticas más concretas, debe ser justo para ser bueno, en lo que hay aberraciones tremendas que requerirán de solución.

El reformismo constitucional socialista debe establecer al ejército socialista para mantenerse, por lo que el ejército deberá ser socialista, pero entonces tendrá que moderar bien su ejercicio, ya que maneja armas de guerra, fabricadas para herir y matar humanos. El problema de la represión armada existirá para los gobiernos en tanto que se fabriquen las armas bélicas, porque el mantenimiento de la violencia suprema requiere que se disponga del armamento superior, es decir, que para resolverlo bien es necesario el desarme relativo, que asimismo precisa de su aceptación interimperial, en tanto que los imperios son los detentadores y fabricantes del armamento más sofisticado. Los ejércitos socialistas deberán ser criticados porque cometerán crímenes homicidas indefectiblemente, por más bien moderados que estén, y podrán recaer en la mala moderación, que hizo al genocidio soviético y al chino, acompañados por el cubano, el vietnamita y el norcoreano, pero la socialdemocracia tampoco estuvo exenta de algo así, en particular al apoyar al imperialismo europeo y a la primera guerra mundial, igual que el anarquismo cayó en esto al ser antihumanista y decadente, o que la socialdemocracia periférica falló gravemente su política, el caso del apoyo del Partido Socialista Argentino al golpe militar de 1955, del que luego se retractara, o cuando la estadounidense omitió cuestionar al imperialismo de su propio país.

El totalitarismo que tanto se le reprochó al comunismo se dio en las naciones religiosas por medio del integrismo fidente, que puede que haya sido superior al ateo debido a la tolerancia, por más fallida que haya sido, tolerancia más aceptada en el cristianismo que en el islam, de carácter muy autoritario, en particular porque la injerencia clerical en el gobierno es mayor que en los estados cristianos. El liberalismo islámico es una parte menor del liberalismo, la ideología del teísmo capitalista, en la que la religiosidad principal es la del monoteísmo abrahámico, que es seguido del politeísmo hinduista y el budismo, con la religión confusionista en un estadío intermedio, ya que existe bajo un gobierno ateo. Las deificaciones menores puede que se hayan plegado al liberalismo, aunque también tuvieron rasgos libertarios, como así pasó con sectores menores de las religiones mayores, como el de la teología de la liberación, un cristianismo socialista. La asunción social de la realidad histórica propende a hacer que la concepción se acerque al agnosticismo y al socialismo. El totalitarismo no sólo que debe existir, porque la sociedad es una totalidad, sino que debe ser bueno, para lo cual la conciencia social debe ser verdadera: debe ser un totalitarismo bien ejercido por el conjunto de la sociedad humana.

El autoritarismo está dado porque un sector alto de la sociedad asume el mando social, lo que se relaciona con la jerarquía porque la jerarquía es el orden sagrado, de lo que responde al clero y al teísmo, que estableció una diferenciación social según las personas adecuaron su conducta a los cánones, compuestos críticamente de acuerdo a la interrelación entre los actores sociales, en lo que solió prevalecer la clase dominante, compuesta en general por el alto clero, el gobierno y los grandes propietarios económicos. La desigualdad social es consecuencia del orden mitológico porque el enaltecimiento privado responde a la obediencia a los estándares dominantes, que son los de la clase dominante, que a su vez cree ser de divinización alta. Es una mixtura entre la apropiación económica capitalista y la autoasunción personal como integrante de la diveza superior, se pensaron que eran divinos, lo verbalizaron así, nombrándose como divinos, autoasunción correlativa a la participación directa o indirecta en el mando político mayor, que es el gobierno, situado en los edificios de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, construcciones altas de las más sofisticadas de las ciudades, que en algunos casos tienen ornamentación angelical, del estilo del neoclasicismo alto, bastante cargado de la ideología social superior. La separación entre un ámbito público y otro privado hace al autoritarismo, preponderando la obediencia en el público y el mando en el privado, que se conforma en agente de la dirección social, de liderazgo crítico por la crisis histórica, que lo deslegitima. Para terminar de resolver al problema del autoritarismo hace falta no sólo la socialización económica y política, sino que se requiere del asentimiento social de la cuestión teísta, entre otros temas, en tanto que la deificación jerarquiza de acuerdo a los dogmas religiosos, a lo que socialmente le corresponde una asignación monetaria, que es la de la tenencia de capitales económicos, ya que a los bienes se los representa en moneda. En esto figura la delación del mito del diablo, con sus submitos menores, como el de los cuernos, el de la fetichización sexual, que no opera sólo ante la infidelidad sexual, sino que sucede también en otras formas de fracaso respecto al cumplimiento de los patrones principales. El diablismo predomina en el proletariado, porque éste no se somete bien al orden dominante, por lo que éste último lo demonizó, en parte por culpa de aquél, por haber creído en la demonización humana. El proletariado reprodujo al mito diablero cuando lo hizo, y lo hizo al creer en él, lo que implica que lo diera por cierto, cuando no jodiera con él, pero todavía no lo refutó concluyentemente, lo que es una condición para la emancipación humana. Entonces, una tarea del socialismo científico es la de desaprobar al mito del diablo. Como filosofía anti-mitológica, el materialismo puede criticar a la figura del diablo, ya que no se encontraron pruebas objetivas suficientes de su existencia exterior a la conciencia. De hecho, la existencia del diablo fue refutada por la geología, que demostró que el magma del centro de la Tierra no es un albergue habitado por diablos.