Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

jueves, 24 de mayo de 2018

¿Qué cambio de matriz productiva debiera ser?

En América Latina la intelectualidad de ciencias sociales discutió el cambio de la matriz productiva económica, porque desde los estudios de la CEPAL se entiende que el modelo agroexportador padece de un déficit fiscal que causa el endeudamiento de las naciones periféricas, endeudamiento que en los países centrales adoptó otras formas, porque las importaciones industriales periféricas tienen mayor valor agregado que las exportaciones de materias primas. El error de la CEPAL es el de proponer que la periferia alcance el nivel de industrialización del centro, lo que es impracticable porque el imperialismo lo impide y sería perjudicial por la catástrofe ecológica que aparejaría, entre otras de las razones para recusarla. Entonces, ¿qué modelo alternativo se debiera adoptar en la periferia? Entre el saldo comercial negativo, la fuga de capitales y los pagos por endeudamiento se suma tanto dinero que para los estados periféricos es imposible afrontar bien los costos del déficit en el intercambio, lo que hace a la crisis de los estados periféricos, crisis que desde las finanzas afecta a toda la producción social en estos países. A su vez, las necesidades de las poblaciones fueron moldeadas desde la estimulación de los deseos por los productos de alta tecnología, por lo que es difícil reducir la importación de los bienes de consumo más sofisticados, que son de los más caros, aunque menos que los bienes necesarios para la agricultura, la industria y los servicios, los bienes de producción económica, cuyos montos son mayores. En la periferia, el único cambio productivo que puede ser exitoso es el de la reforma agraria, en tanto que predomina el modelo agroexportador, pero a su vez éste debiera ser completado con el de la socialización de las empresas industriales y de servicios, y la del gobierno, con las medidas intermedias que sean concretables y según lo que se pueda avanzar en el momento, cosa que depende de la ley vigente, de la predisposición política y de las reivindicaciones sociales, y que sería resistida por las fuerzas conservadoras, que son hegemónicas en el mundo. La izquierda le exigió mal a los gobiernos progresistas, porque incluso cuando la evolución se retrasó, o mal direccionó, por causa suya, eso respondió a los déficits de sus miembros, que son hechos históricos a los que no se puede corregir bien con críticas hirientes o demasiado pretenciosas: nos faltó paciencia. La paciencia es repudiable durante las urgencias, pero la atención mal razonada tampoco sirve para resolverlas bien, por lo que aquélla seguirá siendo necesaria, lo mismo que la aceptación de la imposibilidad de solucionar bien en lo inmediato algunas cuestiones vitales, que podrían ser señaladas dentro del marco del apoyo crítico a los gobiernos progresistas, con las manifestaciones debidas al caso. Es duro asumirlo, pero es mejor que no hacerlo. En eso fallaron tanto los gobiernos como las críticas que les fueran externas, porque no fueron eficientes, pero la falencia es más profunda y atraviesa a toda la sociedad, ya que la base social es la gran definidora de las elecciones, que desde la revolución francesa fueron ganadas por los partidos liberales en su mayoría, que son más fidentes que cientificistas, o, mejor dicho, que tienen un cientificismo supeditado a la religión, al que le cuesta diferenciar las hipótesis de las tesis probadas por el hábito creyente de confundir a las presunciones con la verdad. Para establecer una estrategia efectiva en pos de modificar la matriz productiva hace falta el buen análisis de las condiciones sociales y de las fuerzas en pugna, pero también habría que explicitar a qué se quiere llegar, porque el tema está muy influenciado por el imaginario industrialista del desarrollismo cepalino.

En Argentina el paso del colonialismo a la inserción económica de la agroexportación capitalista mantuvo al sistema de envío al centro de materias primas y de recepción de los productos más elaborados, como lo fueron las armas de guerra, del tipo de los cañones y los barcos, o mismo las escopetas, las espadas, o los muebles aherrojados. La periferia, desde que fuera conquistada por las potencias europeas en la modernidad temprana, que era feudal, desde 1453 hasta cerca de 1750, exportó materias primas a Europa, principalmente metales y productos agrícolas, generados a través de la servidumbre y el esclavismo, pero luego de iniciarse el capitalismo con la revolución industrial se plegó paulatinamente al sistema salarial reorganizando su producción con la adopción de la tecnología de la máquina de vapor, la que permitió la fabricación de barcos y trenes a motor, los cuales fueron usados para reconstruir el circuito comercial de la explotación de los latifundios del café, el tabaco, el cacao, el trigo, la banana, el ganado y otros tantos que se agregaron a las minas metalíferas previas, donde hubo más siervos indígenas que negros, lo que fue acompañado del desarrollo de la industria primaria de bienes alimenticios, sucesora de la de especias y de la curtiembre virreinal, proceso que en Argentina tardó cerca de 70 años en consolidarse, ya que entre la revolución burguesa de 1810 y la conformación del modelo agroexportador latifundista hubo un período de pujas internas que empezó a saldarse con la caída de Rosas en 1852 y que terminó de estabilizarse luego de la llamada organización nacional, entre 1860 y 1880, en la que se compusieron los latifundios del período agroexportador, que inauguraría el predominio terrateniente en la historia de este país, sucedida en paralelo a la del latifundismo del resto de la periferia, que se combinó con las explotaciones mineras y se completaría luego de la crisis de 1929 con la industrialización sustitutiva de importaciones, más o menos liviana en comparación a la de los países imperiales, que fue más o menos crítica según la política de los gobiernos periféricos se tornase más o menos proteccionista. La readecuación del modo de producción, en Argentina, llevó 70 años, de 1810 a 1880, y sin dejar de ser agroexportadora, o sea, que tardó mucho por las pujas internas y externas de la independencia. Entonces, en el marco de la división internacional del trabajo vigente, la periferia no puede dejar de ser predominantemente agroexportadora, menos aún en poco tiempo: puede modificarse algo en términos industriales, pero no mucho, y habría que decidir bien qué industria adoptar, igual que cuál agricultura. Eso, además de ser ecologista, tiene que estar bien adaptado a lo requerido por las fuerzas partidarias mayores, que tienen más apoyo proletario, por lo que ese es un problema insalvable, al que hay que añadir el del marco constitucional, el de las oligarquías y el de la relación con el imperialismo. De allí que en lo inmediato corresponda el proteccionismo capitalista, restrictivo de la financiarización del capital y estatista en materia de servicios públicos y de regulación del comercio exterior, aunque no de forma absoluta: sería un estatismo abierto al sector privado. Para la implementación de un modo superior tendrían que estar dispuestas las masas y las fuerzas que las representan. Dentro de eso puede haber muchas variantes, y para trascenderlo hace falta de un reclamo social superior, es decir, que la transformación histórica puede ser operada científicamente por los partidos socialistas, pero para que esa obra sea exitosa tiene que empalmar bien con las fuerzas proletarias, muy afines a los partidos religiosos, que suelen ser de un favorecimiento al capitalismo que no es socialista a mediano plazo. El desarrollo del progresismo dentro del marco del capitalismo es una condición necesaria para el socialismo porque los asalariados sólo pueden adquirir la cultura necesaria para exigir el socialismo en el caso de que aquél les permita instruirse. El socialismo, para concretarse, tiene que ser anhelado por las masas, por lo que falta mucho para que se lo concrete, pero mientras tanto la política tiene que seguir, por lo que el progresismo deberá conformarse con lo que pueda lograr dentro de los límites fijados por la correlación de las fuerzas sociales, y en particular por la legalidad vigente, que también varía con el tiempo, y más o menos según lo determinado por las luchas dentro de las instituciones republicanas.

El socialismo, para ser científico de buena cientificidad, tiene que aceptar la persistencia del capitalismo hasta que haya la fuerza social suficiente para superarlo, por lo que hasta tanto tiene que plantear al progresismo bienestarista, que es el del reformismo socialdemócrata y el de la democracia religiosa, pero de manera crítica, porque eso permitiría mejorar la calidad de vida de las naciones a la vez que se prepara el reclamo por la socialización de los medios económicos, sin cuya exigencia mayoritaria no se la puede concretar. En particular, para pasar del reformismo capitalista al reformismo pro-socialista hay que reformar las constituciones en un sentido que permita la socialización progresiva de los medios productivos, lo que requiere de mayorías legislativas muy amplias, que a su vez dependen de que la mayor parte de las naciones vote por candidatos que estén a favor del socialismo. Hasta tanto, el reformismo no puede trascender la etapa de la progresividad subordinada a la ley liberal, e incluso al intentar hacerlo, en el caso de que se hubiera logrado la reforma constitucional, el acecho de las potencias liberales seguiría siendo un obstáculo importante, si es que no llegara a deponerla.

La transformación social tiene niveles a los que, desde la perspectiva científica, es necesario articular. El inferior es el de la base social, que determina mucho los resultados electorales y las medidas de lucha reivindicativa. Luego está el nivel de los partidos y las demás organizaciones sociales, entre las cuales se destacan las empresarias, tanto las del empresariado popular como las del capitalista, que es el privado. Una parte menor del empresariado popular ejerce la acumulación del capital plusvalorativo, pero ésta es una acumulación baja, por lo que sería impropio clasificarlo como capitalista. Hay un límite difícil de precisar que separa a la clase capitalista del empresariado popular alto, el de las empresas medianas, al que habría que establecer para saldar la cuestión. Los actores sociales que inciden en el gobierno son muchos, así como sus características son variadas, pero una política científica tiene que reconocerlos bien para plantear una transformación social exitosa, que requiere adaptarse al nivel de la predisposición emancipatoria de las fuerzas mayoritarias, por lo que el reformismo leve e intermedio es insalteable, a no ser que el grueso de la sociedad exija uno mayor.

Esto seguro que requiere de relaboraciones y complementos. Va para el debate.