Las casas de más de un piso son duras de mantener, porque, cuando se rompe algo de arriba, hay que arreglarlo en altura, lo que demanda tareas complejas y peligrosas, que a veces terminaron en accidentes fatales. También llevar el material de construcción a los pisos más altos requiere de mucho esfuerzo, incluso con máquinas electrónicas, que hasta lo aumentaron, por lo mucho más que se construyó a gran altura desde que se las implementara en la industria, y después hay que transitarles por escalera y ascensor, con la limpieza y la pintura externas muy ingratas, el gasto esquelético y de energía del uso y la instalación, reparación y descarte de sistemas de agua, gas, electricidad, teléfono, televisión e internet, aparte de los muebles y demás pertenencias, todas las cuales les entran y salen. En un sistema justo con los trabajadores la arquitectura debiera ser la mínima, porque es un rubro muy pesado, lo que implicaría un desarrollo urbano más horizontal y menos vertical, que sería decreciente, si fuera bien realizado, porque tendría menos edificaciones a pérdida, como las de mal uso, abandono y derrumbe precoz, que abundan por el quiebre económico y la especulación desmedida, y las destruidas en guerra. Tampoco tendría las prescindibles. La explotación arquitectónica también perjudica a la clase dominante, por lo que, dada su naturaleza, querrá resolverla. Tendrá que optar entre mantener un modelo que la daña o cambiar de principios, lo que lleva milenios, pero pocos siglos en escala de vigas de metal. Antes, las grandes construcciones existieron, pero en menor cantidad, y fueron arduas de erigir, como las pirámides y las esfinges, con modelos laborales de terror, peores que el salarial. Las instituciones altas debieran ser las menos posibles, pero a las que están habría que mantenerlas, al menos por un tiempo, porque sacarlas sería una tarea muy pesada y lesionante, además de cara.