martes, 19 de julio de 2016

Sobre el desprecio a la autoría hecho por Roland Barthes

El desdén por el sujeto de la enunciación fue formalizado por Roland Barthes en su artículo “La muerte del autor”, publicado en la revista Manteia en 1968. Esa cuestión es un tema central en el antihumanismo, que es un paradigma que si bien plantea algunas críticas ciertas al discurso moderno sobre el ser humano, que lo entendió como un sujeto conciente y soberano de sí mismo, falló en su caracterización, porque los seres humanos seguimos siendo seres humanos, y no vamos a dejar de serlo por más que algunos lo deseen, ya que nuestros rasgos dependen de nuestra evolución genética, a la que controlamos poco y en la que no debiéramos entrometernos imprudentemente.

Me cuesta entender porqué Roland Barthes se ensañó tanto contra la autoría. No lo explicitó en su artículo, en el que intentó por un lado escindir a la obra escrita del cuerpo y las intenciones del autor, cosa que no se puede hacer porque somos los autores los que las escribimos, y tenemos intenciones al hacerlo. Él mismo tuvo la intención de hacer creer que los autores y sus intenciones eran irrelevantes para la crítica literaria, en lo que siguió a las ideas solipsistas de Stéphane Mallarmé y de algunas vanguardias, que como postulaban la autonomía del arte, la idea del arte por el arte, en ocasiones cayeron en el aislacionismo, el nihilismo, el decadentismo y el ocultismo. Para Barthes la autoría fue un invento de la modernidad, en la que el empirismo inglés, el racionalismo francés y el culto individual aparejado por la Reforma llevaron al positivismo como ideología capitalista y al individualismo y el personalismo como formas de exaltación de la creatividad humana, pero en realidad la autoría no sólo que es anterior a la modernidad, ya que hubo autores artísticos y científicos en la edad antigua y en el medioevo, sino que además cada quien es autor de sus obras: Barthes asumió una acepción restringida de la autoría, que la confinó a las llamadas grandes obras modernas de la literatura. De fondo hubo en él un rechazo al iluminismo burgués, que celebró el progreso de las artes y la ciencia, pero lo entendió y le respondió mal, confundiendo la crítica al modo de concebir la autoría con el asesinato simbólico del autor, lo que fue una impostura y en versiones posteriores condujo a la autodestructividad posmoderna, con esa idea de que no hay futuro, de que la humanidad debe perecer, o desaparecer como un rostro de arena al borde del mar, lo que dijo Foucault en Las palabras y las cosas, en lo que se equivocó, porque confundió a la humanidad en sí misma con la noción que se tenía de ella, e insinuó la necesidad de su desaparición sin reconocer que de lo que se trata es de entender qué es la realidad para ordenarnos para vivir bien. Yo no sé si Foucault fue moderno o posmoderno, hay un debate al respecto, pero sí sé que algunos posmodernos lo retomaron como tal, tipo Esther Díaz y Josefina Fernández. Por otro lado, Barthes recurrió a ejemplos literarios para su argumentación, a la obra de Mallarmé, a la de Paul Valéry y a la de Marcel Proust, que buscaron estéticamente difuminar la presencia del autor, pero eso era un juego literario, cuyo alcance Barthes pretendió generalizar para toda la discursividad, con la ayuda de la filosofía analítica, la de Bertrand Russell, con esa idea wittgensteiniana de que el lenguaje es performativo, que atraviesa a los sujetos sin que éstos importen, como la expansión en la historia del espíritu absoluto, que no existe más que en nuestra imaginación, es un resabio del teismo: somos los humanos los que creamos y recreamos a las ideas y al lenguaje, relaborando discursos previos y también inventando elementos nuevos. Según Barthes, igual que para Eliseo Verón, como solamente se puede retomar elementos discursivos previos la creación histórica original del lenguaje es incomprensible, no pueden dar cuenta de cómo fue que, si en un momento de la historia terráquea no había discursos, en otro, a partir de la generación de las especies animales, sí los hubo, porque se los inventó, y no lo hicimos sólo los humanos, sino que los otros animales también, porque tienen aparato fonador, mediante el cual se comunican, aunque sea toscamente, y no siempre así, ya que hay expresiones de los animales no humanos que son de una sutileza que está al nivel de la nuestra, como el canto de los zorzales, aunque no tengan la misma complejidad ni la misma inteligencia, y en ocasiones son mejores que nosotros, al menos en lo que hace al cuidado del planeta. La cuestión con la intencionalidad es que existe, aunque no sea plena ni constante, y es parte de la comunicación, por lo que se debe entender qué lugar tiene en ella.

El razonamiento fallido de Barthes culminó en postular que el autor es el dios de la obra, cuando no es más que su creador, como cualquier persona cuando hace algo, que no lo hace de la nada sino que utiliza elementos prexistentes, y en intentar sabotear, en vez que superar mediante la crítica, a la razón, la ciencia y la ley burguesas, lo mismo que se equivocó al pretender reemplazarlo por el lector, el receptor, porque la recepción también es una obra, cuyo autor es quien interpreta al mensaje hecho por el emisor.

La producción discursiva animal se inicio a partir de su generación en la Tierra, hace 650 millones de años, en tanto que la humana lleva unos 40 mil: la discursividad humana se inspiró en la de los otros animales, entre ellos los monos, en quienes evolucionó fisiológica y motrizmente el aparato fonador prehumano a la vez que sus relaciones con la socialidad, la psiquis y el metabolismo. Un problema que veo en las concepciones estructuralistas es la negación de la materialidad, con el poco reconocimiento que hacen al cuerpo humano, y menos a su carácter animal, lo que pienso que proviene del idealismo, con toda esa cosa purista de los sacerdotes.

Un último tema es el de la autoría colectiva. El hecho de que haya obras colectivas no implica que ellas carezcan de autor, sino que sus autores son los miembros del grupo que las hicieron y, más aún, habría que concluir que muchas de las obras son colectivas, porque requieren de la participación de muchas personas, aunque hay partes de su elaboración que son individuales, y su hechura no es del todo conciente ni del todo bien planeada, pero eso no debe ser festejado siempre, porque en ocasiones está mal que sea así, y le trae padecimientos a la gente y a seres vivos extrahumanos. Así como hay obras individuales hay obras colectivas, y todas son creaciones conjuntas, porque los humanos vivimos relacionados, entre nosotros y con el resto del ambiente.