Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

martes, 8 de agosto de 2017

De la liberalización privatizadora del Consenso de Washington

Luego del Consenso de Washington, se reexpandió en este planeta el liberalismo capitalista, que se hubo contraído durante las guerras mundiales, tras la reconstrucción europea y la recuperación económica estadounidense, y en su variante ortodoxa, privatizadora, atravesando a los países en general, y tanto a los de gobiernos socialdemócratas como a los de la democracia religiosa. Es el caso del de Carlos Saúl Menem, del Partido Justicialista, el populismo cristiano argentino, de carácter peronista. Lo mismo le sucedió al PRI mexicano, que se convirtió al liberalismo privado, o al PSOE de Felipe González, la tercera vía del laborismo británico, blairista, a Macron, a la socialdemocracia brasilera, o a la chilena. Le sucedió al democratismo uruguayo, el del Frente Amplio, adoptar el liberalismo, aunque haya sido en su vertiente alternativa. Así le pasó a Clinton, con su democracia protestante liberal, capitalista e imperante. Con el ciclo de financiarización del capital retomado tras la crisis del petróleo de 1973, con los gobiernos de Margaret Thatcher en Gran Bretaña, de Augusto Pinochet en Chile y de Ronald Reagan en Estados Unidos, el liberalismo ortodoxo se reexpandió en la Tierra. El ortodoxo es el liberalismo privado, el público es el heterodoxo, pero liberales son los dos, y como ambos son capitalistas, facilitan la acometida de prácticas capitalistas, más financieras que laborales en el ortodoxo, pero el trasnacionalismo proteccionista sostuvo al privatismo, al mantener al capital. Lo impulsó. El capitalismo popular es impulsor del privado, eso tiene de malo, pero ese capitalismo también es impulsado desde abajo por el proletariado salarial, cuando es procapitalista. El proletariado tiene su faceta procapitalista, cuando favorece al capitalismo, así como su contrariedad con él. Es un sujeto revolucionario incierto, en algunas cosas, o en muchas. Al menos hay que recordar a la historia proletaria religiosa, para conocer algunas de las faltas graves del proletariado. También es verdad que el proletariado es liberodemocrático en general, o sea que está enlazado en los sistemas sociales religiosos por medio del democratismo de la religiosidad popular, como lo es el del sindicalismo religioso, el de la CGT en Argentina. El sindicalismo cristiano tiene un vertiente católica y una protestante al menos, debe tenerla en el cristianismo ortodoxo, o sea que en los países de preponderancia cristiana el sindicalismo cristiano es preponderante, así como lo es su ideología. En tanto que parte subordinada de la clase dominante, como anexa al empresariado, las ideas del sindicalismo cristiano tienen un lugar de dominancia subordinada en las ideas dominantes de esta época, siendo sostenes de la moral, la política y el laborismo cristiano y democrático, pero con contracciones internas y externas. Entonces, el sindicalismo cristiano también adoptó al liberalismo como ideología conductiva, como un liberalismo democrático, que aceptó el avance de la financiarización y la propulsó. El sindicalismo es una parte importante del bloque histórico liberal, porque es democrático, pero permite la privatización, porque se mantiene sumiso al privatismo, o cuestionándolo poco, y no lo puede cuestionar lo debido porque es cristiano y bastante procapitalista. La crítica que puede hacer es cristiana, por lo que no atiende bien a los cuestionamientos a la doctrina de Cristo, y su comprensión de la realidad es dificultada por la ideación creyente, sus símbolos, lógicas y mitos; y por su aceptación del capitalismo, al que las iglesias adhirieron y cuya economía es fideísta. Es el modo de acumulación de la economía fidente actual y el de la materialista en curso. Es transcultural porque es transconceptivo, porque el comercio es internacional. El comercio es previo al capitalismo, hubo comercio a partir de la antigüedad, en las culturas urbanas, porque el comercio internacional implicó el intercambio monetario del excedente producido por las naciones, que se hizo en el marco de la coexistencia de naciones con credos diferentes, el islam en sus varias formas, entre Arabia y España, pasando por el mediterráneo africano, el induísmo en India, el budismo en el Tíbet, el confucianismo chino, el animismo africano, el oceánico y el latinoamericano, entre otros tantos credos, como el de los mongoles y los islandeses. Latinoamérica entonces no existía: era un continente denominado distinto, sin un nombre común para las naciones originarias, que tenían creencias animistas, con teísmos imperiales en la nación azteca, la maya y la inca, y divinizaciones menores en las que se les sometieron y en sus externas, cuyo intercambio de bienes no era monetario porque no acuñaban monedas, ya que manejaban poco la metalurgia: la tenían más para la fabricación de objetos sagrados, tenían pocas armas de guerra de metal, y eso durante el período que en Europa fue el del Renacimiento: durante la antigüedad los indígenas americanos tal vez no hayan manejado ninguna metalurgia, por lo que su lucha contra los otros animales era más pareja. El comercio antiguo y el de la edad media en Eurasia y en África supuso la tolerancia intercrédica para comerciar, en particular entre cristianos, judíos e islamistas, pero también con confusionistas, hinduistas y japoneses, que tenían su creencia, tolerancia no exenta de guerras imperiales, a la vez que la fetichización del intercambio de bienes, y su monetarización. La relación comercial les permitió vencer la xenofobia, pero de una manera fetichista, que es terrorífica y que fue conquistadora. De allí que el liberalismo sea terrorífico. Porque su comprensión arcaica de la existencia es sagrada y porque su práctica social es de terror. Aunque el liberalismo proletario tenga las bondades que tiene, el liberalismo debe ser superado por una concepción que haga comprender cuáles son sus males, a la que la humanidad adopte; pero para eso la concepción tiene que ser buena. Si no, se la cuestiona, y además el intento de ordenar racionalmente a la humanidad ya fracasó muchas veces. Sucede fracasando, o sea que es insuficiente. La evangelización de América, África, Oceanía y Asia obedeció al racionalismo, pero este racionalismo fue cristiano.

En América, el ingreso del liberalismo, que tanto predica la tolerancia religiosa, se hizo mediante la evangelización forzada de las poblaciones originarias, a las que se obligó a trabajar de sirvientas. La modernidad capitalista comenzó siendo protestante, en la revolución industrial inglesa, por 1750, pero después se expandió a los países católicos, tras Bélgica y Holanda, tanto Francia como Italia se hicieron capitalistas, y España, Portugal y Alemania, eso a la par de la deposición relativa de la monarquía, en tanto que se le adjudicaba al pueblo el carácter de soberano político, por el democratismo religioso, pero en el marco del gobierno representativo ocupado en general por la clase capitalista, tanto la industrial como la agropecuaria, la bancaria y luego la inmobiliaria y la de los servicios públicos. El capitalismo se inició en los centros imperialistas europeos, que habían conquistado a parte de América desde 1492, y territorios africanos, asiáticos y oceánicos, también desde el Renacimiento, por los descubrimientos científicos para la marina, como la cartografía y la astronomía, pero después se extendió a los Estados Unidos, que permanecieron como potencia secundaria desde 1776 hasta después de la primera guerra mundial. A partir de 1917 superarían a las europeas como potencia mundial hegemónica, inaugurando una nueva articulación geopolítica, y rivalizarían con el bloque socialista. En Buenos Aires, cuando empezó la revolución industrial había una ciudad colonial, gobernada por un virrey de España, que además de católica era monárquica absolutista. Tampoco había la Argentina, que empezó a conformarse en 1810. No era una ciudad feudal, pero se basó en la explotación de los indígenas y de los esclavos, a la que fueron asiduos los jesuitas en otros lugares del virreinato, dados a la producción agrícola y a la industria artesanal, y los expoliadores de las minas, como la del Potosí, y que luego se transformó en el asalariaje vigente, al mestizarse los proletarios de la colonia con las masas migratorias de fines del siglo XIX y del XX. La servidumbre de la gleba y el asalariado son formas de vasallaje diferentes pero subordinadas ambas, lo mismo que pasa con el esclavismo y con la servidumbre colonial. El pliegue de la nación argentina al liberalismo empezó con la ilustración burguesa, la que fuera renacentista, de la que fueron tanto los burgueses monárquicos, finalmente derrotados, como los burgueses independentistas, y entre ellos los demócratas, como Manuel Belgrano, Mariano Moreno y José Artigas, que también fueron derrotados por la burguesía capitalista, de tipo plusterrateniente, y moderna por adscribir al cientificismo clásico privado, que modernizó cristianamente, después de dirimir las disputas entre los caudillos, con la organización nacional, entre la derrota de Rosas y el inicio del modelo agroexportador. Lo que planteó Domingo Faustino Sarmiento para la educación argentina de ese entonces fue la modernización cristiana del proletariado de esta nación, en lo que confundió a la barbarie con el proletariado gauchesco, al que se sometió con las armas sofisticadas, sin reconocer a la barbarie ilustrada, que era la civilizada, mientras que obedecían a mandatos evangelizadores que se aplicaron sobre indígenas, mestizos e inmigrantes, tanto los esclavizados negros y a la servidumbre indígena y mestiza como después se lo haría a los asalariados blancos. El liberalismo ilustrado propulsó la integración del proletariado migrante, durante el modelo agroexportador, más o menos entre 1880 y 1930, y tras la crisis de 1929 se quiso integrar a las masas de migrantes en el capitalismo de sustitución de importaciones, emplearlas salarialmente en una industria mercadointernista, a la vez que educarlas en el liberalismo y en la cristiandad, para favorecer al capital agroexportador, que era el más trasnacional por la inserción de Argentina en el mercado internacional, como parte de la periferia, aquél sector que en la división internacional del trabajo es más propenso a la agricultura que a la industria, y que por eso ocupa un lugar subordinado en la concertación internacional, superado por las potencias industriales y financieras. El extractivismo es parte de la explotación agrícola, por ser rural, y es parte de la poscolonialidad capitalista, ya que el capitalismo actual es extractivista, tanto en el centro como en la periferia, de los que extrae materias primas para la elaboración de los bienes capitalizables de acuerdo a una subordinación de la periferia posterior a la independencia de las colonias. En este continente, el extractivismo existe desde la época colonial, con la explotación de metales preciosos, el oro y la plata en particular, y de las piedras vidriosas, que eran codiciados en las ciudades imperiales y usados en las catedrales para decorarlas y hacerse la joyería. Eran metales y piedras adorados, que fueron usados para la fabricación relicaria, tanto la monárquica como la clerical, y también después para la laica, la bijouterie, que era burguesa porque la tenían las damas de las ciudades, que eran de las clases altas, pero de una burguesidad proletaria, porque usaban a la joyas para levantarse a los hombres. Así como ya había el comercio local, que fue parte de la modernidad renacentista, con la mita y el yanaconazgo, antecesores de la explotación capitalista, a la que la periferia proveyó de bienes desde que fuera conquistada con las expediciones marítimas imperiales, que usaron la técnica de la pólvora, el uso de la carpintería especializada para los barcos, la metalurgia para las espadas, los escudos, cañones y escopetas. Como manejaban la metalurgia, su armamento era superior al de las naciones originarias de los territorios a los que conquistaron, cosa que luego prosiguió mediante la sofisticación armamentista posterior, muy desarrollada con la mecánica, que produjo a los rifles, a las ballestas y a los fusiles, antes que a los tanques y a los aviones, y después con la electrónica, que permitió la robotización de la industria, del armamento y de la comunicación, que hacen a la dominación industrial y financiera de las superpotencias.