Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

martes, 22 de septiembre de 2020

Acerca del populismo estético

 La crítica de Fredric Jameson al posmodernismo no es del todo cierta. Es relevante y muy buena, pero tiene defectos que será preciso enmendar. Primero, porque el posmodernismo es una concepción confusa e incoherente. Tiene rasgos en los que no siempre encajan los autores y las obras consideradas como posmodernos, y que además siempre miden, o sea, que no son ajenos a la medida, aunque sí cuestionen a algunas de las modalidades existentes, no siempre con buenos argumentos. Como noción en sí misma, la posmodernidad es absurda, porque se postula como posterior a la modernidad sin dejar de medir, algo que ya se hacía desde antes del comienzo de la llamada modernidad, a partir del cual la medición aumentó por el lugar que se le dio a la ciencia como criterio para la toma de decisiones. En segundo lugar, el populismo estético, como toma de partida a favor del arte popular, es muy proclive al arte de los pobres, ya que la mayoría del pueblo es pobre, y así como las contras tiene la bondad proletaria. Toda esa cosa de obras cortas y disparatadas, como el teatro de variedades de los cabarets, a la que se identifica como pastiche posmoderno, en verdad ya existía desde mucho antes del inicio supuesto de esta también supuesta nueva era, fechado en los setenta del siglo pasado, cuando ocurriera la crisis del estado benefactor, con su desencanto societal, que si no se canaliza hacia la lucha por la superación del orden vigente puede llevar hacia el suicidio nihilista, que permite el mantenimiento del sistema tal como es. Como gran parte del arte popular es obrero, el socialismo debe reivindicarlo, pero no del todo, por sus faltas, ni de cualquier manera, por las consecuencias de la crítica.

 La idea de la modernidad fue inventada en la llamada era moderna. Por eso supone que la precede una edad media y otra antigua. Son tres subfases dentro de la historia civil más maniobrante de piedras, bastante coincidente con la metalurgia, pero antecedidas por un período muy largo de medición pétrea anterior, y otro mayor de medidas menores. De hecho, el uso de piedras ya se da en las células, que construyeron a los huesos con partículas de calcio, pero se trata de una construcción subjetiva. Con el uso manual de las piedras la construcción humana se objetivizó de una forma que no la hubo antes: se crearon cosas nuevas. Lo que entendemos como modernidad en verdad es la modalidad renacentista, un ecumenismo de predominio monoteísta impulsado en Florencia por su mayor empresariado a mediados del siglo XV d.C. El desarrollo de la técnica desde 1453 hasta la revolución industrial, durante como tres siglos, permitió un gran avance humano, que también tiene grandes costos y que se caracteriza por el salariazgo, es decir, que es un progreso insuficiente para el equilibrio existencial de la especie.

 El nihilismo, si es absoluto, lleva a la muerte, porque rechazar todo mata. Implicaría hasta dejar de respirar. Así que la negación de lo existente no tiene que ser total. Es más, en general hay que afirmar lo que es, ya que la realidad nos permite existir, pero, dentro de lo que es, hay cuestiones que cambiar, en particular en lo que hace a nuestro orden social, o sea, que cierto nihilismo corresponde, pero no cualquiera, y a su vez tiene que fundamentarse en un principio propositivo, porque la negación se sostiene desde cierta pretensión. Entonces, se debe definir bien tanto al nihilismo como al holismo, ya que ninguno es bueno por sí mismo.