Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

martes, 26 de julio de 2022

Inscripciones con pelusa

A propósito de "Imágenes, palimpsestos y figuración", de Margarita Martínez, publicado por Academia.edu en Oxford y en 2019. 

 El simulacro tiene mala fama, como de engaño, estafa o trampa, pero no siempre es para mal. Entonces, hay que criticarlo en concreto, para hacerle bien la justicia. Como ejemplo está el Krosty de Homero Simpson, cuando fue a su escuela de payasos y fingió ser Krosty. En el caso de la edición digital de texto en papel, hay un cambio de soporte, no una pulverización, pero la tecnología nueva requiere de más insumos y más trabajo, por su grado de sofisticación, y por ende contamina mucho más y nos priva de la socialidad que no podemos tener por estar trabajando en tareas tan complejas, lo que antes también pasaba por distintos motivos, cuestión que no quita la necesidad de reordenar bien el tema. Por otro lado, no habríamos accedido a muchos textos si no se les hubiera copiado, aunque a veces hubiera sido mejor, por la saturación discursiva en curso. El libro no está en crisis, o por lo menos en una grave. Si es verdad lo que escuché de una de mis hermanas, la industria editorial del libro es más grande que nunca. Las computadoras pesan, y la luz que emanan requiere de un ensamblaje de piezas plásticas y metálicas, así como de baterías de litio (que cuando se gasten van a contaminar el suelo y el agua) y electricidad (cuya fabricación también contamina y explota), a lo que se suma la "toxicidad" de los escritos opresivos, que nos ponen nerviosos y enojan. En el sentido extractivo, la complementación entre libros y computadoras combina el corte de árboles con la minería de gran escala (léase la etimología de "libro" en el DECEL). El volumen textual en prensa digital siempre será finito, aunque se lo pueda ampliar, pero también es excesivo en términos eco y eudemonológicos, y el enciclopedismo es actual, sea en soporte de papel o computadorizado. No digo "excesivo" en el sentido liberador de Bataille, el de exceder límites ingratos, sino en el de la exageración productiva que nos amarga la vida porque nos impide concretar buenos deseos. Intelectuales somos todos quienes pensamos, pero no todos se especializan mucho en eso. Lo de la espera es bueno pero no debe opacar la necesidad de intervenir, a veces, con urgencia, porque las decisiones políticas se toman a diario y, si se las deja pasar, pueden perjudicarnos, más que si se les responde a tiempo. El espacio público tiene de todo, barbaridades, celebraciones y consuelos. Es duro pero reformable, aunque la lucha tendrá las decepciones a las que estamos acostumbrados, sobre todo en esta época de crisis tan áspera, en que las ilusiones del estado de bienestar despiertan poco entusiasmo, por la ya consabida falsedad de su modelo, que no obstante puede permitir buscar una salida plena, aunque con sus baches, en términos no tan hirientes como los del liberalismo ortodoxo. Lo del panoptismo del mundo virtual no es absoluto. Ya en las cárceles los guardias se pudrieron y quedaron dormitando, u otras cosas de esas que le dieron lugar a las reyertas presidiarias. Las cárceles, a veces, son un quilombo hasta peor que el de afuera, aún con panópticos, cerrojos, videovigilancia, custodios entrenados y armas de ingeniería industrial. En el mundo de la internet, es tanto lo que se publica, que cada quien que lo usa lee casi nada del total, pero, aún así, hay una vigilancia social, que tampoco es del todo mala. El uso de la tecnología por parte de intelectuales muy expertos ya existía desde antes de la internet: la escritura y la prensa en papel son tecnologías, y eran de las más refinadas cuando surgieron, así como hoy siguen en auge, aunque no de forma exclusiva dentro del universo de la retórica gráfica, y los grandes intelectuales forjaron su imagen pública con sus intervenciones, pero sin usar computadoras hasta hace unas décadas. Ahora publican como las estudiantes pero gozan de más prestigio y llegada, porque tienen más fama y años de estudiar y criticar, lo que en muchos casos no redunda en opiniones sensatas. La instantaneidad es un problema, que antes se daba en opiniones rápidas, que eran verbalizadas ante poca gente o silenciadas, pero hoy pocos leen las posteadas por la gente poco conocida, así que no cambió tanto la cosa, salvo en la profusión de aparatos electrónicos y en su uso a veces compulsivo y otras zarpado aunque calmo. La verticalidad no se desfigura tanto: para escribir, salvo rudimentos, hay que haber ido a la escuela, aunque no se llegue a la universidad, y, si bien hoy la posibilidad de publicar escritos se amplía, la cantidad de veces que se los lee depende, en parte, de la promoción institucional. La imprenta causó una revolución que no terminó con la jerarquía mal verticalizada, pero fue bueno que ocurriera. Un problema es que no se habla tanto, porque se comunica por escrito más que antes. Algunas de estas publicaciones digitales son privadas, acotadas a grupos pequeños. Otro es el costo de los aparatos y el de su uso, que en países como Argentina implican déficits comerciales que amplían las deudas públicas y privadas, o merman poder adquisitivo para comprar en rubros más amigables, por lo que perjudican a la economía popular. Escritores somos todos quienes escribimos, pero, que seamos buenos o no, es otro tema. La cuestión de la memoria y de la distracción por la recurrencia constante de mensajes nuevos es grave y habrá que resolverla. También pasa que recordamos cosas creyendo que fueron de tal modo y que resulta que no fueron tan así, y encima, cuando nos informamos para dilucidarlas, los datos que leemos tampoco son del todo ciertos, y por eso tanto hartazgo con el periodismo, o tanta búsqueda de castigar a la ligera, y votos enervantes. La pérdida de espacio de los grandes intelectuales es relativa: ya Carlos Marx escribió su mayor obra en manuscrito y en una especie de exilio, y eso no impidió que se la conociera después, ni el ruido que hizo hasta ahora. Habría que ver cómo fue la escritura de los otros grandes pensadores, de lo que sé poco, quienes no fueron personajes, salvo quizás en privado, y poco en público, sino que opinaron más en serio, y sus ideas todavía están en debate, mientras que las frívolas son poco recordadas, porque se les vence pronto su tiempo de interés. La imagen importa, o sea, que hay que cuidarla bien, lo que no suelen hacer quienes la usan para obtener malos beneficios, que perjudican a nuestros semejantes, aunque es verdad que se les da más cabida inmediata y que eso se reproduce mes a mes. De todas formas, ganar la competencia por la imagen no es tan importante como disfrutar bien de la vida (y es mejor empatarla bien), lo que no se da tanto cuando se es muy supérfluo. El papel también emite luz, la que refracta de sus fuentes externas, pero son luces distintas y tienen consecuencias distintas para la salud. Cada quien que escribe es autor de lo que escribe y tiene estilo, aunque sea malo. El pastiche no es siempre fatuo, ni lo fatuo carece de toda gracia. Hay pastiches espléndidos, como los collages de Hanna Hoch, y las grabaciones digitales hacen alguna preservación, en tanto que no se las borre o deterioren. Su destructividad no es absoluta, como perduran los escritos de los libros, a los que no habríamos leído si no se les hubiera impreso, pero es verdad que se puede leer de sobra, y que eso no hace bien.