Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

martes, 12 de julio de 2022

La posmodernidad y los imperios

 ¿Qué es la posmodernidad? Hay un debate sobre si estamos o no en la era posmoderna, para saber lo cual hace falta definir bien qué es la posmodernidad en sí, porque, de ignorárselo, se le pueden dar significados falsos, que mientras que no se los reconozca como tales trabarán la salida de la discusión, y por eso su consecuencia objetiva, que es la de las prácticas que intentan solucionar la crisis histórica de la sociedad humana. La modernidad es una era caracterizada por la medida, pero en las anteriores al Renacimiento también se midió, así que el tema no es tan fácil de sortear. Primero, la que llamamos "modernidad", ya se daba antes, pero de forma como oculta, porque no se le daba tanta atención al método, aunque sí para cuestiones clericales se lo perfeccionara mucho, mientras que persistían la agricultura y la industria, la primera de las cuales llevaba como 7 mil 500 años de urbanismo, y las dos tuvieron medidas primitivas, meso y paleolíticas, así como cálculos previos a la humanidad. Sin embargo, si bien se mide desde hace mucho, con la modernidad florentina del medioevo metalúrgico se le dió a la medida más valor. Hubo un cambio en cómo se tomó a la medida, que eclosionó en la revolución industrial y se recontrapotenció hasta ahora, pero nunca con una que satisfaga los buenos deseos de la especie como que del todo. A partir de los ´60 del siglo pasado, cuando más o menos se fecha el inicio de la posmodernidad, no es que se haya dejado de medir, sino al contrario, se mide más que nunca, y con una sofisticación nunca antes vista, pero con mala dirección, un medir perverso, que hace que el sistema sea tan potente como catastrófico. Si la posmodernidad es una era posterior a la medida, no la vivimos, porque hoy se da una hípermodernidad, en que al plusvalor se lo mide de a trillones, hasta con moneda de internet, ya no sólo en billete, ni en bonos y acciones, ni en transferencias por computadora. Entonces, ¿en qué era vivimos? La modernidad nos decepcionó porque fracasaron sus promesas, era obvio que iban a fallar, porque se les buscó concretar sin la razón requerida para hacerlo bien, creyendo que se la tenía, como hoy la humanidad cree en falso tener una idea del todo bien acabada de la historia, con lo que se manda la producción, que por eso es tan desastrosa. Ya la modernidad no se interrogó del todo bien por la calidad de la medida, proponiéndose como una era de medir, sin admitir que el modo, en sí, no es bueno ni malo, por lo que hay que ver de cuál se trata, y corregirlo si es malo, para lo cual se debe tener una idea cierta sobre el pasado, ya que, si se lo entiende mal, la práctica a futuro pierde. 

 Después de que cayera el imperio romano hubo una época de dominio del clero vaticano por sobre el laicado occidental a Jerusalem, algo que en la Grecia precristiana fuera interrumpido por el auge de la ciencia y las artes concentradas en la academia, un espacio laico, que también fue pagano y de esclavitud, lo que entrada la modernidad laica del siglo XV d.C. se repitió como monoteísmo salarial, una forma mejorada de aquélla pero todavía insuficiente, en tanto que la verdad del universo no se asume como corresponde, lo que es una condición necesaria para que la humanidad se comporte como cabe al buen trato y a la buena decencia. Para honrar la producción y alcanzar la buena dicha, se debe resolver bien el dilema religioso, que es económico porque la economía es religiosa y porque las iglesias son edificaciones habitadas por hombres, como las casas, pero más grandes.

 Hay una serie de características que se le atribuyen a la posmodernidad, como lo fragmentario, que, por ejemplo, fue propia de los manuscritos de Karl Marx, y de muchas obras de arte modernas; otra es la desmesura, en lo que no se diferencia del liberalismo, atroz para algunas cuentas, y una tercera la ebriedad, que existe desde mucho antes, aparte de que estos rasgos no caben por sí mismos dentro de lo ajeno al medir. La explotación es muy quebrantadora, y existió desde antes de la esclavitud, aunque no sabemos mucho de cómo fue, es decir, que se nos complica comparar las explotaciones primitiva y urbana, pero la salvaje también fue dura, y la urbana es reformable. En la era más nómade, anterior al arado, también hubo sentadas, o sea, un civismo, en los recesos de la caza y la recolección migrante, mucho menos tecnificado que éste, sin metalurgia ni arado, y también con mistificaciones mentirosas, con los desaciertos de los brujos, especialistas en el fuego, quienes ya padecieron la división del trabajo tribal, con animismos encantadores pero igual equivocados, lo que les fregó a sus pueblos la libertad para decidir cómo vivir tanto como las tiranías patriarcales y los grandes imperios, en que vivieron algunos de nuestros antepasados, o sea, que sin los imperios no hubiéramos nacido, de lo que les debemos la vida, aunque no nos guste y sean para mal. Sin reconocerlos como antecesores nuestros, no se los puede juzgar bien, y sin juzgarlos bien no se los puede derrocar bien. Por otro lado, derrocarles mal no tendría sentido, porque nos mataría y saldría mal. Con la brujería y el patriarcado se da lo mismo: que sólo se les puede reconstruir bien con una crítica justa, que señale tanto sus males como sus bondades.