Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

miércoles, 5 de julio de 2017

De la mala comprensión de la burguesidad en el socialismo y de algunas de sus consecuencias

A la palabra “burguesía” y a sus derivados, como “aburguesarse” o “aburguesamiento”, se les enfatizan más sus significados connotativos que los denotativos. El significado denotativo es el más propio de un concepto, el principal, que usualmente se liga a su forma y a su etimología, aunque esto no siempre es así. El connotativo es secundario y accesorio. Tiene su importancia, pero deriva de aquél. La connotación no puede existir sin la denotación, pero la denotación sí puede hacerlo sin aquélla. La burguesía, en sí misma, o sea, en su sentido denotativo, es la clase de humanos que reside en las ciudades, porque los burgos son las ciudades. Entonces, abarca tanto al proletariado informal como al asalariado y al empresarial, así como al empresariado capitalista, siempre que sean urbanos. Esta es una cuestión básica que no está reconocida por la izquierda, en todas sus variantes, lo que redunda en el ejercicio de diversos tipos de mala discriminación, porque, al entenderse al término de acuerdo a sus significaciones connotativas, que además varían caprichosamente, los socialistas descalifican a las personas por cuestiones de importancia menor, como comprarse un auto, tener un teléfono nuevo, ascender en el trabajo, vestirse con ropa de moda, cambiar los muebles, fundar una empresa y así, cuestiones que son tildadas de “aburguesamiento”, sin que se reconozca que el aburguesamiento es la urbanización, o sea, que todos los urbanos somos burgueses, incluso los socialistas. La crítica clasista cabe al presente humano, porque existe la estratificación social, pero las fallas en su comprensión dentro del socialismo aparejaron malas prácticas que hacen a la injusticia histórica, y a la degradación del socialismo; y ésta sólo es una de sus fallas. En tanto que el socialismo no haya alcanzado un nivel humanista respetuoso para con todas las personas, persistirá debilitado, porque las personas mal consideradas por él le rehuirán y porque las demás, aunque sean bien consideradas por éste, le reprobarán sus perjuicios. El socialismo no sólo maltrató a la clase capitalista, al empresariado no capitalista, al lumpenproletariado o al proletariado populista, sino que, más precisamente, tuvo un sistema de prejuicios y de malas consideraciones que lo llevó a fracturarse múltiplemente, desde el nivel macro hasta el microsocial, sin que hasta ahora se haya asumido la crítica debidamente, por lo que su degradación persistirá. Para superar a la religión el materialismo tiene que elevar su nivel, lo que requiere reformular a la concepción socialista en los términos de un integrismo humanista que sepa transformar bien a la sociedad, para lo cual tiene que entender bien a la historia. Además, el clasismo socialista es bastante sinvergüenza, porque el socialismo, en gran medida, es de la clase superior: oscila entre el sector medio de la clase media y el bajo de la alta. De allí su complejo de culpa de clase. La adscripción a las clases superiores no debiera ser objeto de culpabilización, porque la clase de nacimiento no se elige y es parte de la historia personal, incluso si alguien cambia de clase al vivir, y porque pertenecer a éstas hace a la pobreza social de sus miembros: ser de las clases medias y altas implica padecer la desigualdad social y la división social del trabajo, por lo que los socialistas de las clases superiores tienden a sufrir su separación de los integrantes de las inferiores y a estar en las clases propensas al trabajo más calificado, pero además porque el tema es el de resolver las injusticias sociales, no el de aumentarlas mediante maltrato. El maltrato revolucionario en verdad es antirrevolucionario, y predispone mal a la lucha, con la secuela de derrotas que eso aparejó.

Una cuestión conexa a la de la mala comprensión del aburguesamiento es la del pacifismo, que fue catalogado como pequeño burgués por los leninistas y los trotskistas, que intentaron forzar a los revolucionarios a adoptar el militarismo sin haberlo debatido lo suficiente con las fuerzas proletarias. Quieren imponer la estrategia. Lo que corresponde es que la estrategia sea decidida colectivamente y según un análisis completo. Mientras que no se pueda hacerlo, la política socialista debe adaptarse críticamente a la predisposición luchera y reivindicatoria de las fuerzas progresivas. El militarismo debe ser un componente revolucionario, pero la forma que adopte tiene que ser efectiva, para lo cual se lo tiene que restringir a lo indispensable, porque si no la confrontación bélica destroza a las sociedades, lo que le resta apoyo a los revolucionarios, que además solemos ser inexpertos en materia militar, y podemos querer permanecer así. Lo que corresponde es que se aborde el tema de manera prudente. Ya antes les falló el pronóstico, cuando en la década del setenta creyeron que al sublevarse las guerrillas en acciones puntuales, como las del ERP, las masas se levantarían insurgentes, por lo que tienen que averiguar qué métodos de lucha quieren las masas.