Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

jueves, 21 de septiembre de 2017

Pietismo y corrupción

Para esta entrada trabajo con la acepción de la corrupción que se refiere a la transgresión de lo que se considera como conducta honesta, la del rompimiento del mandato moral dominante. El pietismo, entonces, es una fuente general de corrupción porque postula mandatos incumplibles, al basarse en una ideología que contiene falsedades que no son reconocidas como tales y que implican exigencias insensatas, por lo que sucede fallado, y combinado desde la revolución industrial con la acumulación de capital. El pietismo es la parte religiosa del idealismo capitalista, cuya contraparte es la del ateísmo socialista, más dado al materialismo pero también proclive a la creencia, y que también reprodujo al fetichismo de la mercancía, ateísmo que a su vez se divide en el gobernante, que es capitalista, de una cualidad diferente que la del capitalismo religioso, a la que hay que analizar, y en otra parte que no gobierna, que no suele ser capitalista, pero que contiene a miembros que de gobernar serían procapitalistas, por su afán de incrementar la generación de valor abstracto, que se mide en capitales. El idealismo capitalista es el sistema ideológico de la producción vigente. La noción de “productividad capitalista” contiene tanto a las ideologías propulsoras del capitalismo como a las prácticas no ideológicas, sean las económicas o las que les son colindantes. Entonces, el concepto de “producción”, remite a toda la práctica social, sea generadora o no de valor de cambio. La clase capitalista ordena a la producción de valor abstracto, que es una forma pura acumulada y que la diviniza, ya que al ascender en la escala social los capitalistas adoptan una estética purista, de formalización privada, con motivos perfectos, concordantes con el ascetismo estricto de la religión privada, la alta. Es una estética fina y austera, como la de los trajes, que son la vestimenta primordial de los capitalistas, despojada de colores alegres, con trazos bien medidos, confeccionada por sastres expertos y con hilados ligeros. En los trajes se refleja la estética capitalista, más bien austera y penosa, lo que se replica en la pesadumbre que causan a las sociedades los planes de ajuste, pero también, aunque en menor medida, el progreso mal direccionado del capitalismo populista. Son grises, o negros, mayormente, o azulados y acelestados, con camisas blancas y zapatos lustrados, de cuero encharolado, relucientes, a la moda del iluminismo capitalista, que es fidente en su mayoría. El iluminismo siempre fue, en general, capitalista, o al menos precursor del capitalismo, y también fue fidente, pero el oscurantismo también fue fiero, aunque no fuera capitalista. Aquél fue un motivo originador de la ideología dominante actual, cuya esencia abstracta se reformuló en términos positivistas y estructural-funcionalistas, en los liberales en general, y el motivo al que replican es incierto, porque su materialismo es insuficiente, está subordinado al idealismo capitalista. En torno de él están las ideologías alternativas, que son inciertas también. Las hay de extrema derecha, y hasta heterodoxia liberal, y de izquierda, desde el centro al extremo, y todas con fallas y entrecruzamientos, que las hacen erráticas, por lo que malas cuando yerran sus miembros, y están atravesadas en general por formas del culto divino, hasta las ateas, con la mística diablera que tuvieron. El misticismo nietzscheano, tanto en su etapa zoroástrica como en la dionisíaca, fue teísta, como lo son las religiones, las alternas y las oficiales. La mística alternativa buscó reemplazar al terrorismo de las iglesias oficiales, con el carácter castigador que tiene, por cultos simpáticos, o amenos, pero ese intentó fracasó porque condujo a pretender concretar las aspiraciones personales de forma excusativa, sin asumir a la realidad verdaderamente. De allí la excusatividad de algunas personas, que buscaron argumentos de ocasión para hacer lo que querían, en vez que fundar su práctica en su buen querer. Como los varones rastafaris, que sedujeron a las mujeres con el relato de Jah mientras que pretendían garchárselas, a la vez que ellas aceptaron los términos de esa relación, cosa que sucede de otros modos en las demás creencias, en las que las personas pactan su convivencia, incluso la sexual, que tiene sus normas de cortejo, en que las intenciones suelen deber quedar implícitas, en relación con el orden dominante, que impera algo desobedecido y en crisis, porque no se basa en un saber suficiente. Las personas, al no poder hablar fácil de lo que les sucede, porque hacerlo les exigiría confrontar con el orden vigente, cuyos adeptos, de las distintas clases, las reprenderían, buscan excusas para concretar sus deseos prohibidos, y hablan para hacerlo con los permitidos, o los efectúan ilegítimamente cuando los deseos son en verdad malos. La concreción plena de los buenos deseos requiere de que hayan sido socialmente autorizados, lo que depende del acierto de la conciencia del género humano.

La corrupción es como las enfermedades del cuerpo: todos las tuvimos más o menos, las tenemos, así sea en forma latente, y las volveremos a tener, pero hay mucha diferencia según cuántas y cuáles tengamos, y es mejor no tenerlas, lo que depende de la práctica social, y por eso de la conciencia de la especie. Es una enfermedad de carácter moral, pero para diagnosticarla bien hay que tener un sentido moral verdadero, que debe ser eudemonológico.