Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

miércoles, 4 de enero de 2017

Locura, religión y capitalismo

La locura es definida históricamente, y supone una definición de cordura, de normalidad y de razón, se la define de acuerdo a un patrón de salud psíquica y mental, pero como la definición de la salud está hecha desde el orden dominante, funciona mal en algunos aspectos, por lo que no siempre se la comprende bien. A ciertas alucinaciones se las considera como trastornos, pero a otras se las acepta como sanas, como cuando los sacerdotes alucinaron lo que estimaron como palabras de los dioses, lo que les valió reconocimiento y prestigio, y gozaron de la aceptación social en sus comunidades, aunque no siempre, porque hubo casos de sacerdotes a los que no les creyeron sus relatos de revelaciones divinas, por las pujas intraeclesiásticas. Las alucinaciones son bastante normales, los sueños son algunas de ellas, pero en ciertos casos pueden hacer mal. Algo similar sucede con los comportamientos desviados de la norma, a los que a veces se tomó por locos, sin que siempre hiciesen daño, y sin cuestionar a la conducta normal perniciosa. Insisto en que la acumulación de capital es una práctica loca, y de locura mala, porque es perjudicial, pero la psiquiatría ordinaria no la considera así, porque está a favor del sistema vigente, y así como eso hay muchas prácticas malas más que no son tomadas por insanas, como los rezos, que son verbalizaciones imaginarias hechas para seres tomados por divinos en cuya existencia se confía, no se sabe que haya alguien oyéndolas, y la verdad es que no lo hay, y luego los rezantes buscan señales de que sus oraciones fueron escuchadas por los dioses.

La locura, desde una perspectiva materialista, tiene que ser evaluada según el funcionamiento fisiológico y psíquico y según las consecuencias de la práctica individual y social, pero de acuerdo al paradigma del disfrute de la convivencia humana, porque si se pone como meta vital a otros objetivos, como salvar el alma, acumular propiedades o cumplir con las normas, la definición se tergiversa, porque lleva a una convivencia ingrata.