Ahora está en boga hablar de lo tóxico, pero se lo hace de forma hipócrita, señalando la toxicidad ajena sin admitir que es propia, porque las toxinas ajenas son externas a quien las alude, le pertenecen por fuera suyo, coexistiéndole como objeto cercano: no las tiene dentro suyo ni en sus manos, pero le son próximas; las tiene cerca. Tampoco se admite bien la toxicidad propia al acusar la ajena, que es tanto exo como endócrina, en lo que incide el humor y la ideología porque, como la ideología se usa para juzgar y dirigir la conducta, determina cómo se valora a sí y a ello mismo, no de forma del todo absoluta, y qué se hace, por lo que redunda en el ánimo y en la secreción de las drogas creadas por las glándulas humanas, que son subjetivas en los hombres, están adentro de nuestros cuerpos. Las drogas ingeridas e inyectadas dependen de los órganos de los seres que crean a sus componentes, pero también de otros procesos, de trabajo y consumo.
Como regla, para no dar muchas vueltas, cabe la sobriedad general, o sea, embriagarse cada tanto, si se opta por hacerlo a veces. Si se quiere embriagar seguido, como día por medio, la dosis tiene que ser pequeña, o quizás mediana, pero es mejor no estar al límite de lo peligroso. También hay que asegurarse de que las drogas a ingerir sean de buena calidad.