La ley constituida supone un modelo de virtud empresaria que responde a los preceptos de las religiones oficiales, por lo que premia más a quienes lo obedecen, que en general pertenecen a las iglesias más valoradas en ella misma, de los credos más promocionados por la ley. Así se crea un sistema de premios y castigos conforme al espíritu instaurado en las constituciones. Hay una tendencia a ganar más o menos plata según se adecúa la conducta individual a la forma en que se concibe la virtud, de lo que, quienes más se comportan como más se cree que debe ser, ganan más que quienes más se conducen en los términos definidos como pecaminosos, pero la definición de la virtud y del pecado no es del todo veraz, por lo que se desprecia mal a unos y se premia a otros con un enriquecimiento excesivo que les perjudica porque les empobrece lo ajeno y le sobrecarga de bienes a lo propio, con lo que se desgracia de modos distintos la vida de la sociedad.