Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

sábado, 12 de marzo de 2016

De los bailarines, cantantes, instrumentistas y acompañantes en las fiestas, y más

Un objetivo a lograr para las fiestas es el de que bailarines, cantantes, instrumentistas y acompañantes intercambien de lugares y roles entre sí, lo que no puede ser con instrumentos sofisticados, que se pueden robar o romperse, pero, más que eso, que se establezcan relaciones de diálogo expresivo entre ellos, y en particular entre los bailarines e instrumentistas, semejantes a las que suceden entre los músicos cuando conversan musicalmente, de igual manera que podría existir la economía lúdica.

Para eso la gente tiene que saber que ensamblar importa más que ensamblar bien, porque si no se censuran entre sí cuando no lo hacen bien, lo que excluye a los que no son diestros, cosa que es más mala que ensamblar mal porque el estableciemiento de relaciones sociales es más importante que los logros estéticos.

El intercambio de lugares es parecido a lo que los candomberos llaman el entrevero, que es cuando, una vez terminados los bailes ceremoniales, que ya debieran haber dejado de hacerse, la gente baila libre, en parejas, suelta o de a grupos, en relaciones transitorias, muchas veces poco duraderas y que se transforman contínuamente, lo que se acota a los bailarines y no lo suficiente al resto de los presentes.

Otro objetivo es que las fiestas puedan improvisarse local y autogestivamente, para lo que es preciso subordinar el tránsito automotor a las necesidades de socialidad barrial, ya que las fiestas tienen que poder hacerse en la calle, que es el espacio público local, además del orden productivo necesario para eso. También estaría pendiente la aceptación de formas livianas o abiertas de desnudismo, e incluso para luego la cuestión de la aceptación pública del sexo explícito en lugares sociales.

A la cuestión del diálogo entre los bailarines e instrumentistas la aprendí de Hugo Samek, un percusionista musicoterapeuta, hijo de Elsa Stagnaro y Alejandro Samek, que la hubo estudiado en Senegal, donde en los bailes tradicionales era el bailarín que entraba al centro del toque quien dirigía relativamente al ensamble de instrumentistas, que seguían sus pasos de baile, a su vez correspondientes a la estructura del tema, y en particular interactuaba con los tamboreros solistas. Lo mismo aprendí de Samek que en algunas comunidades africanas se hubo implementado un sistema de economía lúdica: mientras algunos hacían las tareas de labranza otros tocaban ritmos acordes a sus movimientos corporales, y luego rotaban, mientras que cantaban. También me enseñó que los africanos hubieron modulado su habla y sus toques de manera que confluyeran sus sonoridades, por lo que con los tambores expresaron sonidos iguales a los de sus palabras, de igual modo que su fonética fue percusiva, así como me dijo que, mediante los bailes, cantos y toques, algunos africanos llegaron a curar la esquizofrenia, pero no sé más de eso.

En los cantos del los esclavos algodoneros del sur estadounidense persistía esa cuestión del ludismo en la economía, como tanto persiste en la economía actual, cuando la gente juega mientras trabaja.