Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

lunes, 9 de octubre de 2017

Análisis de la palabra “familia” con conclusión sobre el proletariado

Esta palabra, en su significado restringido a la especie humana, es muy polisémica, tiene varios grupos de acepciones.

Uno trata de la servidumbre, la esclavitud y la domesticidad, por lo que incluye a las esposas y a los hijos dentro de ese último término. Es una definición patriarcal, que prioriza la perspectiva paterna de los dueños de las haciendas, quienes denominaron a sus mantenidos de distintas maneras según la función social que ejercieron. Que los mantuvieran no sólo implicó que los sometieran a sus reglas, con las crisis del caso, sino también que les permitieran vivir y crecer, lo que requirió que los jefes latinos se organizaran para combatir a sus enemigos mayores, los de los grupos humanos circundantes a ellos con quienes libraron guerras, luego de que antes se hubiera expelido a las llamadas alimañas y maleza, que en verdad fueron los seres vivientes de otras especies que compitieron territorialmente con los humanos que se asentaban en el lugar en el que aquéllos estaban. El régimen de la hacienda coexistió a las guerras con las poblaciones vecinas. El patriarcado romano antiguo, sucesor del de los griegos, fue bélico, además de comerciante y religioso, cuyas familias pasaron del paganismo al cristianismo, así como fuera conquistador. Este grupo semántico de la familiaridad también trata de la casa, de la vivienda. Es el grupo aceptivo de carácter más económico. Remite también a los oficios.

El siguiente es más sentimental, y refiere a la intimidad, la amistad, el amor, la obsequiosidad y la confianza, la que también se hace presente en las otras acepciones, ya que es una actitud común a la familiaridad social que sea y porque la fe en la Roma antigua fue transentitaria, atravesó a las entidades sociales.

El tercero es más político, remitiendo al estado, a la nación, a la patria, al país, a las corporaciones, al ejército, a la escuela y a la religión.

El cuarto es más cotidiano, y contiene a lo habitual, lo corriente y lo común.

En abstracto se trata de agrupaciones humanas, de “homilías”, no sólo en el sentido religioso, sino en el más amplio de “ligas de humanos”, basadas en la satisfacción de las necesidades vitales, y en particular en la alimentación. Por eso la voz latina “alo”, sustantiva del castellano “prole”, permitió la generación de la de “alimento”. La voz “alo” se refirió a la crianza, a la educación, al sustento y al mantenimiento; a la creación, al incremento y al desarrollo; al favorecimiento y el engrandecimiento, a enaltecer, porque alimentar implica permitir el crecimiento de los vivientes, sean de la especie que sea: los significados subsiguientes al nutricio son metáforas derivadas de éste. Entonces, la alimentación es esencial a la familia, lo que puede que implique que la palabra que la designa provenga de la latina “fames”, que quiere decir “hambre”. La adolescencia y la adultez también derivan de “alo”, y por eso llevan a su morfema transformado en torno de las eles de las palabras con que las nombramos, las puestas en letra cursiva. Los adolescentes son humanos en crecimiento, y los adultos otros ya crecidos. De ser así, de provenir la palabra “familia” de la del hambre, los familiares seríamos aquellas humanas ‒los hombres incluidos bajo este concepto, ya que la mayoría de la humanidad es mujer, y porque se puede variar a la regla de generidad de las palabras‒ liadas por el hambre, ese sería su sentido etimológico, al que se habrían agregado los de las restantes necesidades básicas. Luego se le habrían puesto otros tantos por analogía con éste, como los de las familias de tipos discursivos, o los de las especies biológicas. La humanidad descubrió al hambre antes que a las producciones culturales más elaboradas que las indispensables.

Entonces, hay un problema con la definición del proletariado, porque, si bien por una parte con la palabra que lo nombra se designa a las clases inferiores, esa definición no reconoce que las clases superiores también son alimentadas, y más en general mantenidas, por sus inferiores. Equiparar al proletariado con las clases dominadas supone que éste depende de aquéllas para vivir, como mantenidos, ignorando que esto es recíproco: los patriarcas, como los demás superiores, también vivieron de la práctica que se ejerció para mantenerlos. El proletariado, más que de una posición social, depende de una actitud, la de dedicarse a lo necesario para vivir, que está presente en todas las clases cuando lo está, y que no lo está cuando los humanos, de la clase que sea, dedican su práctica a cuestiones innecesarias para eso, lo que prima en la capitalesía pero también se da en la religiosidad, que es transclasista, a lo que hay que entender bien porque la religiosidad algo bueno aportó a nuestra historia, puede que bastante, pero aún así debe ser superada por la conceptividad verante. Se debe distinguir a la verdad de la creencia, y darle a esta última el valor que se merece, que es el de los pensamientos que deben ser bien comprobados.

Las siguientes son fotografías del diccionario del jesuita Santiago Segura Munguía con las palabras “proles”, “proletarius” y “alo”.


Nótese que dice “[-alo]” después de “proles”.



La clase capitalista adopta el modo patriarcal ‒que le precede desde antes de la antigüedad por el rol de los hombres dado por nuestra corpulencia, que facultó a que la gran mayoría de nuestras sociedades fueran más machistas que feministas‒, al suponer que mantiene al proletariado, como un padre con sus hijos, la idea pastoral del rebaño, porque en general es pietista de alta formación, o sea que sus miembros recibieron educación sacerdotal, aunque haya sido la universitaria, o mismo la de su vulgarización, la que se da al vivir, que les asignó una misión existencial de auxiliares en el ordenamiento que los cleros pretendieron para las sociedades, lo que redundó en una hegemonía de clase fallida, acorde con lo malo del paternalismo vigente, el seudoprogreso y la fraudulencia política y económica del sistema creyente. El de la clase dominante es un plan algo loco, y por eso hay tanto lío malo, pero la dominada tampoco es tan buena. Es toda la humanidad la que se tiene que transformar para vivir bien, manteniendo y mejorando lo bueno y suprimiendo o reformando lo malo. El patriarcado deberá ceder paso al gobierno igualitario, que no debe ser pastoral sino social, y verdadero, y deberá ser eso aunque no lo sea. La moral eudemónica persistirá aunque no se la cumpla, y algo triunfará porque las personas querrán y lograrán acaso ser felices, pero la especie vivirá mejor si asume mejor a la realidad y practica en consecuencia con eso.

La acepción que establece que el proletario es quien sólo le aporta su prole al estado está algo mal, porque responsabiliza mal a los obreros, al suponer que éstos debieran aportarle grandes bienes, al omitir que se les roba parte de su producción y al no reconocer las otras cosas que dan, como así que habilita a pensar que las mujeres y los hijos e hijas no son proletarios, pero tiene el mérito de representar que los propietarios mayores le aportan al estado más que su prole, o sea, que le brindan su progenie y sus grandes propiedades, pero sin criticar su adquisición y tratando, implícitamente, sobre todo de los hombres, y casi nada de las mujeres, porque es una acepción privada y patriarcal, acorde al aristocratismo patriarcal en que fue forjada, y captista, aunque en la edad antigua y en la media la captación no se hiciese tanto en valores abstractos y más en bienes tangibles, pero sí con la divinización de los grandes propietarios, de quienes se pensó que eran más cercanos a los dioses que la gente común, a lo que no resolvió bien el pietismo popular. Esta definición no reconoce a la extracción de plusvalor, por lo que asume que los que aportan las grandes propiedades son sólo los capitalistas, por lo cual faculta a la perpetuación de la lógica de la expoliación privada del valor monetario generado por el pueblo, que a su vez se conjuga con la que el empresariado, tanto el privado como el popular, le efectúa al asalariaje. La acumulación capitalista no es sólo la de las empresas industriales, sino que se complementa con las agrícolas, las de transporte y servicios, y las comerciales, sean legales o no, y con la exacción de capitales estatales, por medio de impuestos a la plebe, subsidios a las grandes empresas y por sobornos privados, dados a los gobernantes para obtener réditos, o por las estafas debitales, y aparte está la especulación bursátil, estas últimas de las cuales son de las mayores, las de gran parte del capital privado, que en mucho se fugó a guaridas fiscales. La producción humana de capitales abstractos terminó en gran medida estacionada en lugares apartados, siendo un capital inútil, vano, una abstracción pura sin sentido, como lo es la idea de dios. Las dos precisaron de esfuerzo ingrato, pero parte de las otras prácticas sociales también deben ser transformadas.

El patriarcado debiera ser reemplazado por un “aducado”, por el gobierno de las adultas y de los adultos, que debiera corresponderse bien a las exigencias atendibles de adolescentes, niñas e infantes, pero en tanto que a la práctica la guiara la buena razón. Al gobierno no se lo debe entregar a los menores, porque no saben lo suficiente para gobernar bien, dada su minoridad etárea y porque sus cuerpos e intelectos están en desarrollo, pero deberán ser bien representados y tener lugar en él.


Fuentes

Obra y vocablos latinos antedichos.

Wikcionario, vocablo “homilía”.