Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

lunes, 30 de octubre de 2017

La fraudulencia es transclasista. Para que el trotskismo asuma su desastrosidad

Una cosa que cabe cuestionarle al trotskismo es su condena al lumpenaje, a la vez que lo hubo recreado. El trotskismo cometió una laceración social, por su carácter sádico. El trotskismo tiene un componente sádico, porque el naturalismo del marqués de Sade es parte de la historia del materialismo y porque su rudeza es bastante común, por lo que cometió una laceración social, como lo hizo lo aristocrático del materialismo, porque la aristocracia se basó en la laceración de los esclavos, que permitió la erigencia de las universidades, esclavos a los que obligaron a trabajar dándoles latigazos, lo mismo que hicieron en las minas americanas durante el colonialismo moderno. Esa laceración fue como la de esos chistes miserables de celebración del avance del macrismo por sobre el fernandesismo, que le respondieron mal al maltrato recibido por parte del populismo argentino, y yo mismo la hice en alguno de mis peores momentos. La ironía, bastante presente en el trotskismo, tiene un carácter hiriente. Es común ser miserable, e inevitable. Nadie puede no ser miserable nunca. El trotskismo tiene negada su proveniencia privilegiada, como el marxismo. Marx nació en una familia de padre viñatero, propietario de viñedos. Sus familiares eran medianos burgueses prósperos con tierras para cultivar la vid. Trotsky fue hijo de un chacarero, un propietario rural mediano, casado con una mujer más educada que él, que si recuerdo bien era de la nobleza baja. Ambos renegaron de su origen, pero lo tuvieron. Fue parte de su historia. No pudieron cambiarse su pasado. No podrían haberlo hecho: al pasado no se lo puede cambiar. Entonces, se lo tiene que reconocer, porque eso explica que fueran universitarios, que accedieran a la educación de mayor nivel social, requiriente de la explotación colonial, con su servilismo, y de la de los proletarios europeos. Los dos fueron grandes intelectuales porque acudieron a la universidad, cosa que pocos podían hacer en sus sociedades. Fueron de clase media, y siempre vivieron en un nivel social acomodado, aunque estuvieran arruinados, y eso, en el caso de Trotsky, mientras que hacía la revolución rusa, con todo el riesgo y el esfuerzo que le aparejara. Fueron altos fracasados, porque explayaron sus proyectos societarios en sociedades fracasantes, sin la llegada ni el peso para imponerlos, la política de una minoría poco potente por haber sido poco numerosa. El ateísmo es socialmente minoritario, además de haberse dividido en muchos fragmentos, algunos de los cuales son socialistas. Entonces, no puede gobernar. Y donde gobierna no lo hace tan bien. El gobierno ateo depende de la predisposición gubernativa de las naciones. No cabe forzar su imposición social, porque aunque resultara después se caería, porque tendría la base falsa. Lo primero que debe ser es que sea verdadera la base de las naciones, o por lo menos es una condición indispensable para el buen socialismo.

Que Trotsky y que Marx hayan sido miembros de la clase media ascendente implicó que su manutención de crianza haya sido hecha a base del latigamiento de los indígenas sometidos por el imperialismo europeo moderno, cuya superior cientificidad le permitió expandirse por los otros continentes, y conquistar mucho de ellos, adonde sus adherentes instalaron explotaciones de la naturaleza a cuyos trabajadores los latigazearon para sustentar al régimen de la aristocracia, del que ambos adquirieron productos básicos, como el café, el tabaco y los sucedáneos del algodón, así como enseñanza superior, régimen al que combatieron sin que se asentara mucho su pasado propietario. De habérselo hecho la izquierda no tendría tantos prejuicios contra la llamada pequeña burguesía, a los que debe reemplazar por una crítica justa, ya que hasta ahora apenas se explicitó socialmente la crítica al pietismo, bastante presente en el empresariado menor, por lo que grandes masas de la población mundial apenas si saben que la religión es cuestionable, lo tienen olvidado, por lo cual persisten en una religiosidad naturalizada. La política de la izquierda debe asumir explícitamente su propietariedad, porque ella se enmarca en su historia y para no ser falsa.

Al escribir de la deshonestidad del trotskismo me refiero a su fraudulencia, a su carácter estragoso, como cuando adoptó la estrategia guerrillera, que ocasionó desastres, con el pasaje a la clandestinidad, el mantenimiento de identidades falsas, el corte de relaciones, retomadas de formas perversas, la manipulación de los obreros para la movilización armada, cuya estrategia fue mantenida en secreto, hacia dentro y fuera de la sociedad; la consecución ilegítima de los fondos para la compra de armas y demás, eso aunque la responsabilidad mayor sea la de la clase dominante. La acometida de desastres es general. Todas las personas, de la clase que fuere, cometimos desastres, y muy graves, que aparejaron distintas clases de degradación social, a la vez que a otras cosas las hicimos bien. En el caso del trotskismo puedo señalar lo hiriente de sus críticas injustas, y lo empobrecedor que fue su postura recusativa del fernandesismo, el cual, aunque sea bastante indefendible, podría haber disminuido la pauperización de grandes masas de proletarios asalariados, y de empresarios pequeños, operada por el macrismo, lo que a su vez le habría servido para ganarse la simpatía de algunos de los trabajadores peronistas. Sucede que al trotskismo le falta hacer una buena crítica del proletariado que le permita entender porqué éste no está preparado para la política revolucionaria que pretende de él. Entender al retrasamiento proletario le permitiría plantear una política más efectiva, que sería más justa para con el resto del democratismo, que también tiene su retraso. Debiera adoptar una posición de respeto crítico para con el democratismo menos adelantado, por respeto a sus miembros y porque éste es mayoritario. Los errores del trotskismo son perdonables, para mí, porque son comunes, y son bastante menores dentro del orden social, pero dolerán cuando los reproduzcan y sería mejor si se los corrigieran.

El dilema del trotskismo es el de pasar a la clandestinidad y promover una insurrección obrera que fracasaría casi seguro o adoptar una postura socialdemócrata, a lo que es reticente, porque la comprende mal, como un parlamentarismo burgués, el mal llamado “cretinismo parlamentario”. Debo recodarles que el ejército zarista estaba destruido por la primera guerra mundial. De no haber sido así la insurgencia bolchevique hubiera perdido. Debo recordárselos porque no lo admitieron casi nada. El trotskismo debiera adoptar una política socialdemócrata movimientista, en alianza desde una posición subordinada con el populismo de este país, ya que para más que para eso no le da su incidencia social, ni la predisposición electoral de la nación, pero en eso tendría que relacionarse en alianza política con el resto del comunismo ateo, con el que tiene mucha más afinidad que con las otras fuerzas sociales, incluyendo a muchos proletarios, que en su gran mayoría son peronistas, sino macristas. A lo que es la coyuntura histórica, me parece, habría que precisarlo, el materialismo ateo tiene que plantear una crítica al fideísmo, al pietismo y al idealismo capitalista desde la política democrática, favoreciendo la socialistización de las naciones según quepa a sus características, y progresando falladamente incluso en el marco del capitalismo, sea creyente o verador. Otra opción sería la de aliarse críticamente con el democratismo creyente pero sin congruencia electoral, o sea, competir electoralmente a la vez que relacionársele denunciándole los males y sosteniéndolo en lo que corresponda ante el privatismo. Eso le permitiría ampliar sus relaciones sindicales, estudiantiles, vecinales y las demás de su inserción en los movimientos. Tienen el problema de haber disociado su cotidianeidad de su política, lo que es un problema grave, al que no podrán resolver hasta que asuman bien a su propietarismo.

El trotskismo no debiera ser trotskista, porque eso es un personalismo. Habría que definir qué concepción tuvo Trotsky de la historia y de la estrategia revolucionaria para nombrarla en sus propios términos, de modo tal de enunciar a la filosofía de este hombre con un nombre no personalista, lo que a los trotskistas les facilitaría sus relaciones con el resto del materialismo comunista, que también tiene el problema del personalismo, o mismo con las personas que no son socialistas. El del personalismo es un tema difícil. Se lo puede mantener, ya que se continuará siendo seguidor de personas, pero se debiera reducirlo definiendo a las cuestiones tratando de evitar los apellidos cuando quepa, y asimismo hacerlo cuestionando a los propios referentes, para que sea más fácil criticarles las fallas.

El trotskismo suele confundir al lumpenaje con la deshonestidad, o la fraudulencia, o mismo con la malevolencia de las personas. Catalogaron de lúmpenes a personas que no eran harapientas, pero sí malas, lo que es un error y es injusto con el lumpenproletariado, que tiene necesidades básicas insatisfechas que requieren de su solidaridad política, aunque también éste sea cuestionable por las maldades que cometen sus integrantes.

La estrategia debe ser la de propulsar la liberación social adaptándose críticamente a las circunstancias, lo que es bastante variable y precisable.


Lo de que Marx y Trotsky hayan sido de clase media capaz que está mal, porque su nivel intelectual fue aristocrático, cercano a la parte baja de la clase alta, superior al del empresariado mediano. Fueron tanto aristocráticos, en sus estudios, como demócratas, en su política. Parte de la historia del ateísmo científico institucional, que es urbana porque es universitaria. El universitarismo requiere del funcionamiento de las urbes, por lo que es consecuente a su erigencia y construcción. La clase universitaria requiere que muchos de las masas trabajen para mantenerla en actividad, por lo que es de clase alta en sí misma, pero a ella acceden de las clases bajas. Aristocratiza porque sofistica al conocimiento, pero entonces hace a una mejora oligárquica, que es insuficiente porque para que no lo sea el conocimiento más elaborado tiene que ser social. Es la única forma de que sea suficiente. La vida buena que proclaman las iglesias, a la que buscan, no puede lograrse en tanto que el conocimiento social no sea verdadero, y para eso tiene que ser ateo, pero al menos cabe que la humanidad sea agnóstica, ya que de verdad no sabemos que los dioses existan por sí mismos.


Lecturas

María Seoane, Todo o nada. Biografía de Mario Roberto Santucho, sin datos.

León Trotsky, Mi vida. Intento autobiográfico, Buenos Aires, CEIP, 2012.