Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

viernes, 5 de mayo de 2017

Hegesías, inductor al suicidio. Para la facilitación de la lucha socialista

Este hombre, apodado “abogado de la muerte”, nació en la antigua ciudad griega de Cirene cerca del año 300 a.c. Fue miembro de la escuela local, la cirenaica, una de las impulsoras del hedonismo, pero como Hegesías no encontró fácil al placer, sino que lo hizo en poca cantidad y entre mucho dolor, terminó proponiendo que la gente se suicidara, porque pensaba que la vida no valía la pena. Debe haber sido uno de los primeros “cuervos de la parca”, pero la necrofilia tuvo luego una tradición vasta, que persiste hasta hoy en día en juegos macabros como la ruleta rusa, o el de la “ballena azul”. El tema es ampliable, lo trataré ligero. La actitud de Hegesías tuvo adeptos en el escepticismo indiferente y en el pesimismo exagerado. Luego, durante la edad media, se reprodujo en la morbilidad católica, con los ritos autoflagelantes, las visiones apocalípticas y las diabólicas, que se esparcieron por fuera del credo, entre las mujeres que adoptaron la identidad de brujas. Esto hizo a las concepciones terroríficas, que se plasmaron en la literatura funesta, y luego en la cinematografía, como la de Alfred Hitchcock, y en muchos rituales aquelarreros y mal drogados. Quienes participaron de esta cultura, sufrieron en vano, innecesariamente, por carecer de razón. Padecieron penas que se podrían haber evitado, y generaron otras, porque embrollaron a quienes no eran miembros de sus sectas en sus prácticas malvadas. El anarquismo y la cultura dark retoman esta cuestión. Tienen una estética negra, mortificante, calavérica, propensa a la depresión y a la ruindad, como el heavy metal, el hardcore, el punk o la cultura de los piercings, las ataduras y los tatuajes, presente entre los skaters y los sexópatas. Hacen a la adoración de los ornamentos funerarios.

La actitud suicida se replicó en las demás corrientes socialistas, y de peores formas en ocasiones, como lo testimonian los muertos en la lucha y los campos de concentración soviéticos, o esa cultura del heroísmo que induce al combate penoso. Ante esto, debo decir que enfrentar al sistema peligrosamente es riesgoso y hasta fatal, por lo que hace falta encontrar un modo de lucha que sea consistente pero que nos permita vivir tranquilos, porque el disfrute de la vida importa más que la revolución, ya que es su objetivo. Luchar por la felicidad de manera ingrata es un contrasentido, aunque no se lo pueda hacer sin amargura. De allí que la política materialista deba atender a la predisposición progresista del proletariado, exigiéndole responsabilidad revolucionaria en lo que quepa pero soportando lo que tenga de retrasado, para que la vanguardia no se desacople demasiado de la retaguardia. El objeto es el de que la lucha socialista interceda suavemente, aunque con firmeza, o buenamente duro, para lo que tiene que adaptarse críticamente a las circunstancias, lo que nos permitiría placernos durante el combate a la maldad del sistema, repartiendo bien las responsabilidades, lo que es necesario para establecer una lucha bien organizada y de largo plazo. En esa adaptación cabría que se supere el complejo de superioridad clasista que cunde entre una parte importante de los socialistas universitarios, porque la superioridad social nos fue impuesta históricamente, porque el acoso clasista es ilegítimo y porque la lucha emancipatoria necesita financiación, que también podría provenir del empresariado menor, y hasta de sectores del capitalista, como ya sucedió sin que los socialistas lo explicitaran, porque el complejo de superioridad no lo permitió. La liberación social es un asunto humano, y la opresión responde a la maldad de todas las clases, aunque la capitalista sea uno de sus tipos centrales.

El complejo de superioridad del socialismo, dado por lo que hay de equivocado en su comprensión de la injusticia, en tanto que éste es una doctrina que en su mayoría proviene de las clases superiores, sea la alta o la media alta, ya que el materialismo es una filosofía universitaria, lo deja indefenso ante el acoso clasista proveniente de los estratos sociales bajos, que lo predispuso a una política servil al proletariado que le es inferior, falseándose la relación mutua. Así como cabe que la clase más propietaria de bienes fabricados acepte la socialización que deba ser, el proletariado inferior también tiene que corregirse en lo que debe hacerlo para la convivencia grata.

Hegesías fue claramente fraudulento. En vez que suicidarse él mismo, que es lo que hubiera correspondido a su prédica, se dedicó a observar el derrumbe existencial de sus discípulos, y de la gente bien predispuesta en general, de lo que obtuvo una seudogratificación, lógica que persiste entre los anarcoindividualistas más perversos. Las razones que tienen para criticar a la gente bien predispuesta valen algo, porque la idea dominante de lo que debe ser el buen carácter tiene su falencia, pero la reacción que adoptaron para enfrentar a la maldad del sistema es incorrecta. La maldad humana, sea la del sistema dominante o la de sus clases dominadas, persistirá, por lo que el debate sobre cómo coexistir durará también, así que las maldades seguirán siendo cuestionadas por el tiempo que sean, y provengan de donde provengan. Pienso que Hegesías no debiera haberse suicidado, pero sí concordar su planteo con su vida.