Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

lunes, 22 de marzo de 2021

De que, para que la democracia funcione bien, el pueblo tiene que encarar bien el problema teísta

 Como la concepción que se tenga determina a las prácticas de las que trata, para que la obra en común de la humanidad, que es su esencia, tenga buen resultado, nuestra sociedad tiene que gozar de una ideología suficiente, lo cual depende de la teología. Como la teología influye mucho en la política y en la economía, es necesario que sea impecable, aunque nunca lo vaya a ser del todo, pero para eso hace falta que la humanidad repiense su idea del universo y de la historia, con todo lo que eso implica en el examen de la propia vida, de la moral y de las faltas, las propias y las ajenas, y en el nacionalismo y las tradiciones, entre otros temas, o sea, que no es algo fácil de hacer, sino una transformación histórica macrosocial e integral, que ni siquiera está del todo bien planteada, por lo que sus seguidores cometerán errores, y hasta de los graves e irreparables si no se controlan como es debido, un tema que es propenso a fallar porque el ser humano es imperfecto, y le cuesta mucho admitir lo falaz de sus mistificaciones, entre otras necedades, como la del poder social y el enriquecimiento desmedidos, que se dan a la vez que la lucha de clases y la competencia política internacional, con guerra, hambrunas y enfermedades, entre muchos otros males. Para que haya una teología suficiente, la humanidad tendrá que cuestionar a la vigente, para descubrirle las falsedades, que coexisten con sus verdades importantes, y hacerlo tanto como para que el cuestionamiento baste para que a la realidad se la entienda tal como hace falta para que se goce bien la vida. En cierto sentido, el comunismo sería más pecador que el capitalismo, porque se da más a los placeres, pero bien logrado pecaría con menos producto, y eso entre otros requisitos, porque la lascivia, para darse bien, debe atender bien a los sentimientos personales, que se juegan mucho en las relaciones fornicantes, a las que se interpreta mucho desde paradigmas fetichistas, en particular el demoníaco, el cual se da en la izquierda como manera falsa de entender la divinidad y el lugar propio en el mundo, pero que también es cuestionado. La reducción de la producción humana será un requisito para el éxito del comunismo, porque la humanidad no podría funcionar bien con semejante nivel de fabricación, que además está mal repartido, porque se basa en un ideario de la existencia que tiene alguna falsedad medular, ya descubierta por la ciencia pero poco apreciada por la sociedad, y que está en línea con el plusvalor y la jerarquía de las clases sociales. Los negocios requieren de cierta autorización moral, que se vincula con el relato del clero, presente en la ley, pero de forma relativa. El progreso social, de todos modos, sucederá mientras que no se determine bien la cuestión teísta, pero estará incompleto y tendrá más penas, por lo que habrá que combinar las dimensiones revolucionarias.

 En Latinoamérica, el progresismo retomó los gobiernos de Bolivia y Argentina, no así el de Paraguay ni el de Honduras, de golpes de derecha anteriores al de Brasil, donde hace poco se declaró la inocencia de Lula, y al de Ecuador, este por traición interna y que quizás sea revertido en las próximas elecciones, pero sus gestiones no podrán tener mucho éxito si no concretan el socialismo, que es necesario para resolver la crisis aguda del capitalismo actual, en que las ganancias se acumulan estrepitosamente en pocos dueños de empresas, lo que causa un empobrecimiento generalizado que es permitido por la ley, pero, para concretar el socialismo, hay que tener una base social suficiente, además de una organización superestructural que funcione bien, lo que no es fácil de garantizar y sería atacado por el bando rival, cuyo éxito dependerá, en parte, de las propias fuerzas, que se ordenan según las ideas que tengan sobre la política y su estrategia, las cuales se vinculan con las religiones, es decir, que la religión incide en la política de las bases revolucionarias, para mal y para bien. "Lawfare" significa "guerra legal", algo parecido, pero distinto, a la judicialización de la política, que siempre está judicializada porque el poder judicial es uno de los tres poderes del gobierno republicano. Se refiere a los golpes conservadores nuevos, en los que el ejército no toma el gobierno como en los setenta y ochenta, pero participa del derrocamiento, en articulación con los tribunales, el parlamento, la prensa y las grandes empresas, lo cual opera con variantes por país y ejecutó una difamación falsa de algunos de los presidentes y candidatos progresistas para sacarles el cargo y reinstaurar las políticas más afines con el liberalismo ortodoxo de la aristocracia cristiana, de corte agustinista, que se mal enriqueció de a miles de millones de dólares estadounidenses defraudando a sus pueblos, los cuales todavía no ven mucho al socialismo como la solución necesaria para la pobreza, pero lo van intuyendo, y algo lo plantean, también con el riesgo de que se reviertan, y con insuficiencias. El planteo de Emir Sader en "El camino de salida del lawfare", publicado hoy en Página 12, omite un tema importante, que es el de que el pueblo cayó en la trampa difamatoria contra el progresismo por no tener el conocimiento político suficiente, de lo que tiene poca culpa, por lo muy atareado que está debido a la sumisión, lo difícil que es la política y porque está muy trampeada, aparte de por la falsedad general, pero de lo que tiene que hacerse cargo, porque es la única forma de que enfrente bien el asunto, una cuestión que se irá tratando a la larga si es que no pasa nada muy raro. En la democracia el pueblo es el factor principal para el gobierno, por lo que sus decisiones son centrales para la transformación histórica.

 El llamado "lawfare", en verdad, es un golpismo oligárquico perfeccionado, de tipo purista, una relaboración del golpismo militar de los setenta que apela menos al ejército por el descrédito en que éste cayera después de su última serie de gobiernos, pero en términos del mantenimiento de las injusticias del capitalismo se le parece, y hace a una fase posterior de la crisis en curso, con la irracionalidad acumulativa más desarrollada que hace cuatro décadas. El andamiaje jurídico y la correlación social de las tropas políticas que tuvieron los gobiernos de estos golpes nuevos es la misma que dejaron aquéllos. Hacen a formas extremas de la legalidad constituida, que fueron moderadas por el progresismo pero sin que se pasara a un orden suficiente para la coexistencia excelente, que tampoco sería del todo bien armónica.

 La persecusión conservadora no se acotó a autoridades y aspirantes al poder ejecutivo, sino que también involucró a dirigentes menores y a dueños de empresas de prensa, como los del Grupo Indalo. También, de distintas formas, se hostigó a la base militante del progresismo y la izquierda.

 El sujeto revolucionario es policlasista. No se acota al proletariado, tal como se lo suele entender -como la clase que menos cobra, con sueldos de subsistencia o poco mayores que ella, que es la más familiera-, porque se compone de quienes quieren la revolución, que provienen de las distintas clases, pero su mayor parte es de obreros pobres.