Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

jueves, 23 de junio de 2016

Del sentido originario de la obra y la intencionalidad del autor

El estructuralismo se dedicó a intentar dilapidar la idea de que es importante conocer el sentido originario de la obra y la intención del autor, argumentando que centralizarse en el primero aparejaría cierto autoritarismo, que prescribiría cómo se debe leer una obra y menoscabaría la atención a las lecturas que se hicieran de ella, y que, como los humanos no somos sujetos plenamente concientes de nosotros mismos, y reelaboradores de saberes previos, la autoría es una ficción, con eso de que el sujeto es hablado por el discurso, que es una metáfora equívoca: los que hablamos somos los seres parlantes, la fonación y la escritura son actos corporales, hechos por los animales humanos que somos. Aquella idea se basa en algunas elaboraciones de Freud, de Barthes y de Althusser, y fue retomada por Lacan y Foucault, y capaz que por Derrida, según algo que leí suelto sobre él que no me basta para asegurarlo. En Argentina, este desarrollo fue sistematizado en la semiosis social de Eliseo Verón, que postula un análisis discursivo sin sujeto, en que los elementos significantes circulan en los discursos sin que importe lo que sus autores quisieron decir con ellos, lo que torna al estudio en antisentimental y en insensible, haciéndolo incapaz de entender el interés afectivo de la comunicación. Algo de aquello, sobre la censura al interés en las interpretaciones extraeuropeas de las obras eurocéntricas, hay en el paradigma poscolonialista.

Los humanos, cuando nos comunicamos, tenemos necesidades emotivas respecto de las personas con las que nos comunicamos: establecemos charlas para ponernos de acuerdo con quienes estimamos para concertar nuestras prácticas, y por eso nuestras intenciones son importantes, ya que son las que impulsan al acto comunicativo, de igual modo que el sentido de lo que queremos decir es importante también. Si no se le presta atención a la intención y al sentido originario de la expresión, la comunicación es comprendida mal, y la transmisión de mensajes es entendida como un ejercicio desabrido. Ahora bien, decir esto no quita reconocer que el inconciente existe, es un hecho histórico y responde a la incapacidad humana para hacer concientes nuestros deseos reprimidos, lo que a su vez es consecuencia de la práctica que responde a la conceptividad ruda: la humanidad, al sostener morales falsas, impide que los deseos naturales que no se corresponden con ellas sean expuestos con facilidad, lo que apareja su represión. De allí el inconciente, lo que no se puede decir o no se piensa siquiera, porque no se ordena a la práctica humana para que eso suceda, al orientársela hacia prácticas alienadas de ese ansia. El inconciente es síntoma de la alienación perversa porque es su consecuencia. Por otro lado, atender al sentido originario de la obra no debiera obstaculizar el reconocimiento de las interpretaciones que se hicieran de ella, y también críticamente, porque, así como las obras son cuestionables y celebrables, también lo son sus intepretaciones, que son otras obras asimismo. De igual modo, es necesario hacer una crítica de la intencionalidad discursiva, por la existencia de la manipulación ideológica, que se basa en intereses malos.

Lo más importante del asunto es que la humanidad pueda ser verdadera, o sea, que pueda asumir la realidad abiertamente, la subjetiva y la objetiva, porque eso permitiría hacer conciente a lo que está inconciente, reprimido por la censura moral establecida por la conceptividad vigente. Por eso es que la cuestión religiosa es primordial, está al nivel de la economía y de la política, ya que la práctica social humana se da con esos y los otros factores imbricados, aunque a este boceto analítico se lo pueda corregir, al haber históricamente una jerarquización cambiante entre los factores, que son todos materiales pero cuyo orden principal va de lo simple a lo complejo, pero con la existencia de la sobredeterminación y de las determinaciones alternativas. La asunción de la realidad es un proceso que forma parte del ordenamiento socialista de la práctica humana.

Hay una relación directa entre la falsedad, la opresión, la explotación y la mala alienación, porque la falsedad, al trastornar la comprensión y el sentido de la vida, causa una práctica que reprime a lo que no se condice con ella, y que a su vez en instancias más graves lesiona a las personas, no sólo a los trabajadores: estos cuatro factores son generales, afectan a la humanidad de distintas maneras, históricamente y según la clase social de cada quien. Piensen en los empresarios quebrados, en los traumas psicológicos de las monjas o en los altos militares reventados por las guerras, y esta ejemplificación es escueta. Por medio de la falsedad es que la humanidad se aliena de sí misma, niega su sentir y se lastima. El proyecto socialista es el de establecer un orden social que le dé al sentir el lugar que debe tener como factor definitorio de la práctica, pero eso requiere de que la humanidad sea verdadera, porque componer al sentir con la práctica necesita de educación buena.