Siendo que la práctica es la acción reflexiva e intencional, el sentir no sería una práctica, porque es espontáneo. Sin embargo, es controlable concientemente. En esa tensión entre el sentimiento y la mente se da la interacción entre el inconciente la conciencia. Hay que controlar los sentimientos para participar de la vida social, pero hacerlo es ingrato: los somete hasta hacerlos inconcientes cuando el orden social no quiere asumirlos porque está interesado en otras cosas. Eso es un modo malo de la alienación, pero tampoco habría que pensar en que el orden debiera obedecer acríticamente al sentir.
El sentir es prerreflexivo y aintencional, pero también es reflexionado y voluntario. Es una acción fisiológica, y debe ser el parámetro para medir la calidad de la vida. La satisfacción de las necesidades básicas, los derechos sociales y demás, apuntan a la que la gente se sienta bien. Lo que pasa es que la comprensión falseada de la cuestión confunde una cosa con la otra, lo que trastorna a la práctica gubernamental progresista, que terminó haciendo sentir mal para que la gente se sintiera bien. Un contrasentido, pero algo exitoso.
El objetivo, entonces, es que la práctica social humana permita vivir y haga sentir bien a las personas, lo que requiere de una conceptividad verdadera y del orden social que se le debiera corresponder. El sentir es pre-práctico, pero es el segundo objetivo de la práctica, porque es lo que más nos importa a los humanos después de vivir, en general, no siempre, ya que lo tenemos todo el tiempo y ya que nuestra vida es grata según sea él. Las conductas ingratas son alienantes de mal modo porque hacen sentir mal: la alienación mala es injusta. La justicia social requiere que la humanidad viva bien para sí, lo que no puede ser con religión ni con órdenes productivos mal planteados.