El fanatismo político es sucesor de la devoción religiosa, porque implica la
acriticidad, o sea, la negación de la crítica, hacia sí mismo. Los políticos fanáticos no son autocríticos, lo que deriva de la devoción religiosa porque ésta estableció una lógica parecida, la de la llamada “fe ciega”, que en verdad es una adscripción incuestionante, que toma a la doctrina adoptada como una verdad absoluta.