lunes, 3 de junio de 2019

Crítica al fernandezismo

En Argentina está por ganar el fernandezismo en las elecciones presidenciales, aunque no es seguro, con un programa centrado en el restablecimiento del mercado interno dentro del marco liberal de la constitución en curso, que es capitalista, lo que se combina con el pago de la deuda del gobierno estatal, contraída con el FMI y acreedores privados, en su mayoría macristas, que suma cerca de 470 mil millones de dólares, de los que 160 mil son con el fondo, que declara en cesación a quienes no cumplen los pagos acordados, dificultándoles el crédito internacional, o renegocia los contratos a cambio de políticas de ajuste, que terminan impidiendo la transformación progresiva mediante la imposición del giro político hacia las reformas privatizadoras. Sería un gobierno liberal proteccionista débil, de estabilidad precaria, inserto en el orden internacional como exportador de materias primas para el pago de los intereses debitarios en primer lugar, mediante la adquisición de dólares con una economía latifundista y de enclaves mineros, que buscaría reducir sus importaciones con la defensa del empresariado nacional, incapaz de competir con los precios menores de China y otros países de industrialización superior, con o sin mano de obra más barata, que tendría que sostener las explotaciones de soja, petróleo y metales, así como los grandes emprendimientos de obra pública, que tienen lados ocultos como la prostitución sexual explotadora, el pago de sobornos, la corrupción de gobernantes y la represión a las oposiciones, lo que le generará mucha resistencia social, acrecentada por la negativa a las contrarreformas, así como tendrá que mantener una tasa alta de explotación laboral para incrementar el producto bruto interno, ya de por sí muy magnificado, cuestión que dificultará la buena politización popular, muy afín al catolicismo, por lo que la búsqueda de soluciones seguiría limitada entre opciones liberales o, a lo sumo, como posibilidad remota, de socialismos ateos sometidos, ya que la reforma constitucional que superara al liberalismo requeriría de un gran consenso social y bien articulado entre los partidos y movimientos progresistas, que debiera estar hegemonizada por los socialistas, para lo que no están preparados ni la sociedad ni los partidos y movimientos de izquierda. El fernandezismo puede que sea inevitable e implicaría un progreso, dado en el seno de una situación nacional catastrófica, pero también sería insuficiente, es decir, que requeriría de cambios posteriores, así como tendría que sortear grandes obstáculos, bastante condicionados por la merma presupuestaria del pago de la deuda, determinante central para el empleo público y los derechos sociales, por lo que el tema seguirá candente.

La cuestión de la inserción internacional de este país dependerá de su diplomacia y del modo en que establezca sus vínculos con los bloques mundiales, dentro de lo cual la reforma constitucional es necesaria porque permitiría darle continuidad a la protección del empresariado nacional inferior tanto como impedir la acometida del fraude de la deuda al que se acostumbró la oligarquía nacional, entre otras tantas cosas, y eso como fase previa o contemporánea a la de la abolición del salariazgo y del teísmo, con sus implicancias en la producción que les es externa, pero todo en el marco y como parte de la evolución internacional.

El pago de la deuda de los gobiernos nacionales enriquece al capital privado, que es el bancario pero que proviene del gran empresariado agrícola, industrial y de servicios, que fueron de los primeros grandes prestadores por acumular en gran escala desde la revolución industrial, de lo que luego recomplejizaron la tenencia de capitales dinerarios, con acciones, bonos de deuda emitidos por el banco central, bajo potestad del poder ejecutivo; cobros de juicios trasnacionales, ¡hasta con títulos transables!, y así, una especulación propietaria sin buen sentido y con consecuencias pésimas para la humanidad y el resto de la naturaleza, mucho peores que lo necesario para el buen predominio humano. Los bancos comenzaron en el Renacimiento, en la Italia florentina, aunque deben tener antecedentes medievales y antiguos, pero son posteriores a la agricultura y a la industria. La cultura judeocristiana tiene mal resuelto el problema de la usura, ya que es de mala usura. La usura hasta podría ser buena, pero tendría que ser medida bien, con buena razón, por la gente. Los detentadores de estos capitales son los principales usureros internacionales, y no son sólo los judíos capitalistas, sino los de muchas adscripciones filosóficas. La usura fue autorizada por la iglesia católica luego de las luchas protestantes contra la ley que la prohibía, que era la del Vaticano, pero el permiso que se le dio está moderado mal, porque se toma por inocua a la compulsión por adquirir valores abstractos, que se diera tempranamente entre algunos comerciantes judíos. No obstante, es un problema que excede a Occidente, ya que al este de Europa, que es lo que define al Oriente, también sucede, igual que en África. La mundialización del capital, de raigambre no sólo judeocristiana, sino crédica en general, por el fetichismo humano, que facilitó el acople entre el imperialismo europeo y sus imperios sometidos, cuyas generaciones se empezaron a conocer desde antes de las primeras migraciones desde el Cuerno del África, por donde hoy está Somalía, previo a surgir como civilizaciones y reinos chicos por el resto de África, la península arábiga, Europa, la región índiga, las de Rusia y Mongolia, el Asia insular, Oceanía y América, esta mundialización, aparejó el auge de la usura desmedida, celebrada en capitales ficticios, de teísmo junista poco reconocido.