Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

lunes, 27 de febrero de 2017

El poder de la apariencia

Los liberales ganadores tienen bien clara la magnitud del poder de la apariencia. En Occidente y en Rusia, por su formación cristiana, saben que tienen que demostrar buenas intenciones y comportarse debidamente al presentarse en sociedad, a nivel superficial, lo que se dice “mantener las formas”, o los buenos modales, porque así se ganan la simpatía de quienes los escuchan, que responden a estos preceptos bíblicos, y después de obtener el prestigio que aquellas suscitan se ocupan en secreto de desempeñar malos negocios, tanto en el estado como en el ámbito empresarial privado, a lo que se le llama la “doble moral”, que rige tanto para los negocios como para el ocio religioso, en tanto que se basa en una concepción fallida, pero vigente, por lo cual les garantiza su éxito en las relaciones humanas, que es superficial pero que existe, y que apareja tantas penas. La izquierda, ante la mala ética de las apariencias, adoptó una contraética inversa, la de exhibir rudamente las verdades ocultas, algo en sintonía con la actitud diablera, que a veces lleva a malas prácticas, por lo violenta, pero que es sincera en otras, aunque en el gobierno la izquierda muchas veces fue bastante hipócrita, dado que la impostación dominante de las naciones la llevó a adoptar poses frívolas y a que la competencia política y económica la indujo a entrar en la lógica pugilista, que busca ganar de cualquier manera. Es la famosa supeditación de los medios a los fines.

En tanto que las naciones sean aparentes, lo que está pautado por la creencia ˗porque la creencia es aparentante, al facultar a no indagar lo suficiente para sostener un juicio˗, la apariencia gozará de un prestigio grande, del que se aprovecharán los negociantes pietistas y que le dificultará el éxito al materialismo, que tendrá que revaluar sus maldades previas, ya que no hacerlo, y repetirlas, le aparejará desprecio social. El materialismo tiene que reconocer la frivolidad humana, para enfrentar la suya propia y porque hace a su desgracia, ya que el iluminismo socialista tiene una idea inocente del proletariado, que en parte es cierta y en parte equívoca, lo que lo lleva a entregarse a un sujeto histórico medio perverso, que lo abusa a la vez que lo cobija, porque le falta la razón suficiente para ser bueno lo que debiera y porque está traumado él mismo por la violencia histórica, lo que se replica de distinto modo en la clase superior. La relación del socialismo científico con el proletariado extrauniversitario tiene que ser de mutualidad crítica, y la política emancipatoria tiene que repartir bien las responsabilidades, que están excesivamente recargadas entre los militantes.