Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

lunes, 13 de febrero de 2017

El mayor problema interno del materialismo es su rudeza

La socialdemocracia es entendida equívocamente, porque tuvo un carácter imperialista en Europa, y después de la crisis petrolera de 1973 adoptó el socioliberalismo de la mundialización capitalista reciente, la del consenso de Washington, y además tiene connotaciones positivas por la seguridad social y el estado de bienestar, que se ampliaron al resto del mundo incluso en gobiernos religiosos, y siempre procapitalistas, pero de modelos distintos al del capital financiero. El democratismo religioso occidental, al menos, adoptó el modelo del estado de bienestar, de raigambre socialdemócrata, aunque también antecedido por proteccionismos capitalistas, como el de Otto von Bismarck, y no sé de África, ni de Asia, ni de Oceanía al respecto, pero sí que Japón lo implementó. El modelo socialdemócrata, de un estado de bienestar proteccionista y garante de la seguridad social y de los derechos humanos, requiere de una reformulación que repare sus fallas, que las tiene y graves, y debiera explicitarse que aspira al socialismo, ya que a veces esto no fue reconocido, en parte porque esa aspiración fue descartada, tanto por las urgencias coyunturales históricas como por desidia ideológica, o por rudeza política, sino olvidada o puesta en suspenso, lo que motivó críticas al centroizquierda por parte de la izquierda, al igual que los ultraizquierdistas le reprocharon la rutinización y la subordinación de las naciones a la mala productividad, lo que en algo fue causado por la aceptación acrítica del pietismo, debida al peso de la religiosidad internacional.

En realidad, la socialdemocracia, en sí misma, más allá de su aplicación histórica concreta en los gobiernos, es una postura política que busca construir el socialismo mediante reformas gubernamentales, de manera gradual, y más o menos drástica según las circunstancias, influenciables con la movilización social, que son poco favorables para una transformación profunda inmediata, por lo que, en ese sentido, el trotskismo oscila entre la política socialdemócrata y los raptos de furia rupturista, porque, al no haber asumido socialmente la vía socialdemócrata, por considerarla tibia, o sobrestimar a veces sus falsedades, y sin contrapesarlas con la retrogradación de las masas, a las que idealizan como sujetos revolucionarios heroicos, mientras que son en gran medida conservadoras y votan masivamente a los partidos religiosos y procapitalistas, les asalta la bronca cuando se ven en la disyuntiva de aceptar las concesiones, y mandan todo al carajo, lo que dificulta la política democrática conjunta, que aunque sea retrasada y mal direccionada es necesaria para el avance prosocialista. A los partidos comunistas les sucede algo parecido, en tanto que no se asumen como socialdemócratas, pero la política de ambos lo es, porque acuden a las elecciones y ocupan puestos de gobierno, y para bien. Los partidos de izquierda, y las organizaciones anarquistas, tendrían que aceptar que, en tanto que las masas son relativamente conservadoras y procapitalistas, por su religiosidad y su alienación ideológica, y por su frivolidad, no son un sujeto revolucionario, en cierto sentido, porque en otro sí lo son, y esto varía históricamente, pero tienen que caracterizar bien al proletariado, para acertar la crítica social y la política, lo mismo que más en general tendría que suceder con la comprensión histórica, y la de la capitalesía y el empresariado menor en particular.

Al despreciar al reformismo los socialistas revirados favorecen al retroceso social, dificultando el triunfo de los partidos menos conservadores cuando la intención electoral está más derechizada y saboteando a los progresistas moderados cuando tienen más chances de ganar o cuando gobiernan, lo que redunda en beneficios para la derecha, al punto tal de que tenga que recordarles que medidas como la expropiación de las fábricas recuperadas, o el subsidio al gas, y así como esas muchísimas otras, como el boleto estudiantil, o la jubilación universal, son de corte reformista, y son revolucionarias, aunque no bastan para transformar radicalmente al orden político ni al propietario, lo que requiere de una reforma constitucional. De no aceptar esta vía, el progresismo antirreformista terminaría haciendo que los obreros sean aplastados por los ejércitos, lo que sucedió varias veces, o marginándose en micropolíticas que a veces sirven para la crítica pero no para la transformación social operada desde el gobierno, y que otras no revolucionan nada y son bastante miserables. También tengo que recordarles a los anarquistas que las reivindicaciones de la protesta social son reformistas.

La concepción que engloba a este planteo es la de la ecosocialdemocracia movimientista y libertaria, que tendría que articularse críticamente con el democratismo religioso procapitalista, de formas que deben definirse según las circunstancias concretas, a la vez que ser autocrítica permanentemente.

Cuando se le achaca a la socialdemocracia su neoliberalismo reciente, y su imperialismo, se debe recordar que las naciones imperialistas no fueron muy críticas respecto del sometimiento de las periféricas, y que votaron en masa a candidatos liberales durante décadas, porque, si no, se desliga la crítica a los gobiernos y partidos de la referida al proletariado, aunque éste tenga una responsabilidad menor, y capaz que ni tanto, porque el imperialismo no podría haberse sostenido sin el apoyo de los proletariados de las naciones dominantes, que naturalizaron los privilegios derivados de éste, convirtiéndose el saqueo imperialista en una precondición necesaria para los gobiernos centrales y para las plataformas de campaña de sus partidos políticos, inclusive los progresistas, que abordaron al tema críticamente, y con apoyo a las naciones oprimidas en algunos casos, pero sin poder plantear abierta y reiteradamente la política desimperializante, omitiendo el tema en muchos casos, política que le mermaría en gran medida los recursos a los países que se benefician del dominio geopolítico, perjudicando los intereses frívolos de sus votantes, como lo son los consumistas. En eso al proletariado de los países centrales le falló la solidaridad internacionalista, lo que tendrá que ser abordado de buena manera, entre otros temas porque esa falla responde a su situación de precariedad social, y de mala educación, así como todas las fallas tienen sus causas. El turismo de masas, esa supuesta gran conquista del estado de bienestar, es un producto indirecto del imperialismo, y de otros sometimientos en las naciones dominadas, así sean autosometimientos a la productividad compulsiva, por lo que el turismo masivo impidió la politización de las masas, en cierta medida, al dedicarse éstas a cumplir sus obligaciones laborales en procura de las vacaciones, en vez que a luchar debidamente, lo que les habría beneficiado a sí mismas porque podría haber permitido establecer un sistema productivo menos estricto, que permitiera el descanso y la recreación cultural durante el año, en mayor medida que hoy en día, en vez que relegarlo al verano, y habría aparejado menos contaminación, y el mantenimiento conservacionista de lo que ahora son los destinos turísticos, que fueron urbanizados irracionalmente, con su secuela de ecocidio y degradación ambiental. El turismo de masas debiera ser reemplazado por un turismo ecológico, y en un sistema productivo diferente, que priorice el descanso durante el año y que fomente que el receso laboral sea efectuado en las localidades de residencia usual, aunque con excepciones que debieran ser repartidas igualitariamente.