Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

miércoles, 17 de abril de 2019

De la ficcionalización del capital

La pérdida de la noción de realidad en esta etapa del capital ficticio es tan grave como para que Bolsonaro haya pisoteado la memoria del holocausto al decir que el partido nazi fue de izquierda justo al salir del monumento a los muertos. Un colmo del delirio histórico, en la diplomacia del presidente brasilero, alineado con las dictaduras militares del Cono Sur americano, así como con el anticomunismo franquista, fascista y nazi. Que el presidente de Brasil cometiera semejante barbaridad es peligrosísimo en términos históricos, porque da cuenta de la irracionalidad en las relaciones internacionales, que, sumada a la crisis del capital, irresoluble en sus propios términos, puede desembocar en una guerra mundial, con el riesgo de las armas atómicas. Una explosión atómica podría desencadenar el aniquilamiento entre las partes contendientes. La guerra atómica destruiría a miles de millones de hombres y mujeres en pocos meses, hasta en semanas y días podría hacerlo, sin contar a las otras especies vivas.

El problema con el sistema capitalista es que el socialismo no basta para desarmarlo del todo bien, porque queda la república jerarquizada y la nación creyente, además del patriarcado y demás. Los países comunistas en verdad son repúblicas estatales de gobiernos tripartitos con partidos únicos como representantes del pueblo, de lo que las elecciones se hacen entre distintos candidatos del mismo partido, al igual que son capitalistas y sus pueblos bastante de religiones teístas, aunque más ateos que los liberales y que la India. Ni el socialismo ni el comunismo pueden darse bien en un grupo de países, ni el ateísmo es seguro, por lo que no cabe tomarlos como realizados, sino como aspiraciones de capitalismo heterodoxo, con sus jerarquías y verticalidades sucedáneas, en términos tanto de mando social representativo y economía empresaria como de mala práctica atea, que llegara a ser hasta macro-homicida, con una participación en las guerras mundiales semejante a la conservadora, aunque tal vez menos bárbara, dada la intención revolucionaria del socialismo, y también con diferencias sociales, que debieran ser menores, otra cuestión indagable. Se les suele repetir el predominio de dioses masculinos, en línea con el machismo: el orden político replica un tanto al sagrado. Habría que hacer la cuenta de ambos sistemas, el liberal y el socialista, y proporcionarla bien para solucionar el debate, porque eso nos permitiría medir sus males, cosa necesaria para hacer las correcciones, o saber de las objeciones y reparos que se deban tener en cuenta, aunque tampoco fueran del todo suficientes, también porque faltaría estimar sus bondades. Contar los muertos es importante para el balance histórico. Por eso está el debate sobre si los desaparecidos argentinos de la última dictadura militar fueron 30 u 8 mil, ahora que lo que hay es una dictadura civil, que asumió mediante un golpe blando, el nuevo modo de los golpes aristocráticos, ya que el macrismo ganó las elecciones por medio de una maniobra tramposa entre parte de los medios de prensa, la justicia y los servicios de inteligencia de los ejércitos del capital hegemónico, que en Argentina es el del imperialismo estadounidense desde después de la primera guerra mundial. La clase seudo-beneficiaria de ambos gobiernos, el de la dictadura de entre 1976 y 1983 y el macrismo, es la misma, clase que siempre se beneficia en falso, sin importar la presidencia que haya, amparada en los tratados internacionales, la constitución, la estrategia imperial y los golpes militares, pero que es más o menos premiada e impugnada según el presidente que haya. Es una clase que gana sí o sí en el actual régimen legal, porque sin importar quién sea presidente el gobierno es liberal por mandato constitucional, que es el de las entidades eclesiásticas, empresarias, gobernantes, sindicales y demás, en el estado que sea dentro del bloque histórico principal, desde que las asambleas constituyentes modernas legalizaran los principios de las revoluciones burguesas. En los países de ley comunista el empresariado principal es el del partido gobernante, que dirige las empresas públicas de manera constante, sin los cambios de autoridades en plazos como de entre 4 y 6 años, que se dan en las democracias liberales normales, que las hay raras también, cambios que afectaron el rendimiento en la provisión de los servicios, hasta de muy mala forma, como el abandono que les hizo el menemismo para devaluarlas y justificar su privatización, luego renacionalizada a alto costo por el kirchnerismo, en esa oscilación entre "destruir para vender barato" y "comprar caro lo antes vendido a bajo precio" que caracteriza a la relación entre el gobierno argentino y el capital, una patología política de tiempos del liberalismo, como un reflejo poco conciente que favorece a la clase dominante y que está en los planes de reprivatización del FMI. En todo caso es una lógica del liberalismo católico, entre sus vertientes orto y heterodoxa, compulsión enmarcada en la ley corriente. Con el pago de la deuda pasa lo mismo. La clase del capital ortodoxo, que acumuló primero sobre todo con el salariazgo, antes que con el cobro de intereses y la especulación bursátil, presta la plata, o sea que luego cobra las rentas del crédito, y cuando gobierna toma los préstamos desde el poder ejecutivo, se queda con las partidas de distintas maneras, muchas veces legales, como la de la compra de dólares al banco central, y después le deja la deuda a la nación, con condiciones de renegociación sujetas a las políticas de austeridad del fondo monetario, lo que aumenta la exacción de capital abstracto de la periferia al centro, que es donde más se concentra la presencia de capitalistas del mundo, quienes luego giraran las sumas mayores a los bancos principales de las grandes ciudades, y a otros de urbes menores pero también protegidas por regímenes fiscales de privilegio, de modo parecido al del enriquecimiento de los capitalistas que residen en el país. Es un proceso de acumulación dineraria trasnacional que se concentra sobre todo en los centros imperiales, que son los de producto bruto mayor, retenido en pocas manos, de utilidad comunitaria bastante pobre y que como meta existencial no satisface bien, menos ahora que defraudó sus promesas de felicidad, y que se repite en medida menor en la periferia, asimismo escalonada en países secundarios y terciarios. Más bien son escalas interpuestas, no se dan en forma pura. El capitalista es un sistema que pierde crédito, que domina en pesimismo, pero que tampoco es reemplazado por otro mejor. Es que superarlo, con su salariazgo, podría llevar siglos, como mucho llevó el traspaso del esclavismo y la servidumbre, todavía perdurantes de forma marginal. Para eso hará falta la crítica de la esperanza, porque en tiempos de deceso histórico a ella se la propuso como inspiración para aguantar hasta los tiempos mejores, pero sin la asunción debida respecto a la necesidad de cambiar el sistema de forma integral, por lo que desembocó en el progresismo capitalista, que deja pendiente la socialización económica, la política, la crítica al teísmo, la igualación de géneros y demás, o las aborda de manera liviana.

El Fondo Monetario Internacional es fetichista hasta en su nombre, porque la moneda se inspiró en la diosa Juno.