En la
izquierda está la idea de que la apertura aduanera a las migraciones debe ser
abierta del todo, sin restricciones de ninguna clase, lo que será un problema
ya que el socialismo, cuando gobierne, deberá atender bien a los flujos
migrantes, en condiciones de crisis política y económica más o menos grave, por lo que la
libertad de paso absoluta tal vez no sea adecuada. Tampoco hay que suponer que
los migrantes sean buenos del todo, lo que no quita que deban ser priorizados,
dada su precariedad.
El
socialismo tiene el problema de que cuando está en la oposición a la
presidencia cada tanto exige cosas sin el realismo suficiente, exagerando las
pretensiones, sin tener en cuenta las posibilidades de concretarlas, con un
discurso más para la acumulación propia, o para la descarga de broncas, o como de búsqueda de motivos, que para
la atención conjunta del asunto, impedida por distintas causas, prédica que
puede fingir buena voluntad mientras que apunta a herir al adversario, y sin
declamarlo por explícito, cosa que lo deslegitima en parte ante la sociedad.
Por ello, si asume la presidencia, tiene el obstáculo de tener que adecuar sus
aspiraciones a la realidad, lo que lo puede inclinar bruscamente a políticas de
moderadas a entreguistas, más si toma el mando ejecutivo debilitado y equívoco, lo que le pasó más al socialcristianismo, de finales tan amargos.
El socialismo, para ganarse el apoyo proletario, debe demostrar que es mejor
que el capitalismo, para lo que tiene que superar su inmadurez, presente de
diversos modos en cada cual de sus vertientes, cosa que precisa de que las
reivindicaciones partidarias se enganchen bien con las obreras, en el marco del
gobierno capitalista. Esto último demanda la crítica al proletariado, porque es
el que pauta los tiempos de la revolución social. Los partidos socialistas
deben entender el marco completo de la lucha de clases para operar bien en
política, lo que incluye entender bien al proletariado entero, con todas sus faltas y méritos, además de al
empresariado, los gobiernos, las iglesias y los demás grandes actores
políticos. Sólo entonces se podrá plantear una política bien conciente. Eso exige
dar cuenta de un actor político muy grande, heterogéneo, contradictorio y fervoroso, que también puede ser lento, conservador y retrógrado, de conductas algo bárbaras y desconcertantes, tozudo para aceptar
algunas cosas, y tanto más, sujeto que existe con sus organizaciones sindicales y barriales, sus
vínculos religiosos y estatales, su participación en las instituciones y
empresas, sus adscripciones partidarias y deportivas, su entretenimiento, su prensa y así.