Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

lunes, 27 de abril de 2020

Son bancos particulares...

Las empresas que gestionan los bonos de la deuda gubernamental tienen sillas, en que las personas se sientan para entablar contratos dinerarios, o sea, que son bancos. Los bancos salieron así, con prestadores y acreditados que efectuaron sus acuerdos y pagos en bancos de plaza, los de las plazas de las ciudades renacentistas. Antes hubo otras formas de préstamo monetario con intereses, que también se entablaron en lugares asentados: se les sentó la gente, donde se asintió y se asentaron contratos, primero verbales y después escritos. Después el negocio bancario creció muchísimo, con edificios de medianos a gigantes, hasta colapsar en grandes crisis financieras, como la de 1929, la de 1973 y la de 1995, la última de las cuales, la de 2008, desperdigó restos de agencias bancarias y le dejó el camino fácil a las empresas financieras chicas, que, al no ser reconocidas como bancos por la ley, quedaron exentas de las restricciones a especular con la deuda, por lo que absorvieron los grandes flujos de capitales que no se destinaron a la banca que, además de ser proscrita, con la quiebra de la Lehman Brothers y la depreciación de los bonos inmobiliarios perdiera la confianza de los inversores, grandes empresarios de los rubros agrícolas, industriales y de servicios, cuya liquidez se completó en las apuestas con la que los ejecutivos de las finanzas acapararon de pequeños y medianos ahorristas, quienes le cedieron su dinero a los fondos de inversión para obtener intereses.

Estos son bancos ultrafinancieros, con una fineza de la más alta y costumbres muy rigurosas y tajantes, de piedad muy estricta, a la que se obedece en apariencia y forzado, que no manejan préstamos comunes, de asalariados y empresarias populares, sino que transan las acciones y bonos de las corporaciones y gobiernos de los estados nacionales, que pertenecen a multimillonarios.

El problema con el préstamo es la mala usura, es decir, que si los préstamos fueran justos se los podría mantener, pero para eso la sociedad tendría que tener la razón y la ley que fuesen precisas, y mejor sería que esa mediación no existiera, ya que, como hace mal, dificulta el intercambio por los cálculos matemáticos, a los que no todos, ni siempre, dominan mucho, quedando las partes en negociaciones desparejas, es una complicación a la que habría que prescindir, así sea a la larga si es que persiste la especie. Para decidir que no se use más la plata la sociedad debiera estar de acuerdo con eso, al menos con el asunto explicitado en la ley suprema, por lo que, mientras que no se lo haga, no se la podrá dejar de usar, pero sí, a corto plazo, se podría reformar las leyes de modo tal que se inhibiera la usura mal medida, lo que le daría mucho capital al pueblo, convirtiéndolo en un gran inversor compuesto de mucha gente, cosa que tampoco sería buena de por sí, por lo que se tendría que ajustar lo suficiente la inversión popular. También se tendría que fomentar que el proletariado se enriquezca y que el empresariado mediano se empobrezca un poco, así como recortar los excesos de la clase alta. La usura es el sustantivo abstracto del uso, es decir, que en sí no es mala -e incluso no se acota a la de las ganancias monetarias-, pero se la debe honrar porque la vigente, según se la suele entender, como robo legal, sí lo es.

Hay una conexión íntima entre la mala usura y el fetichismo, porque si se entiende a la realidad en términos distintos de lo que es la práctica se vuelve mala, en particular la ahorrativa, pero el problema también viene desde abajo, porque el fetichismo popular está muy extendido, e influye en los negocios, aunque su mala usura tenga otros determinantes, como lo son los reflejos de la piedad popular en las instituciones no bancarias, aunque ella no esté equivocada del todo: así como algo le falta, tiene su buena razón.

Como la credibilidad social hace a la de los capitales, el capital depende de que se crea en él, y se cree en él, aunque no sólo por esto, según la utilidad que tenga, la cual responde a su veracidad, mas no del todo: el crédito también se consigue con el manejo de las apariencias, que tampoco es necesariamente malo, pudiendo no serlo si las cosas que se muestran fuesen tal como se las presenta, excepto cuando lo bueno es mentir.

La infracción debitaria del gobierno argentino es contractual, ya que se incumplieron las fechas de pago estipuladas en los contratos de los préstamos, pero no es fiduciaria debido a la negociación, que mantiene la confianza de los acreedores por medio de las promesas de pago futuro, pero, como la lógica de la deuda es falsa, seguirá así, sin ser bien satisfecha a pleno, y permaneciendo inevitable, mientras que dure el sistema que la soporta, lo que contiene distintos tipos de salidas, algunas transitorias. Sin embargo, como la crisis causó emergencia social, el pago de la deuda debe dejar de ser prioridad, supeditándose a las necesidades de subsistencia de la especie, aparte de que debe ser denunciada su ilegitimidad, de modo tal que el pueblo la reconozca mucho y reclame la reparación correspondiente.

Para que las empresas funcionen bien, la sociedad tiene que tener una fe lo suficientemente verdadera.


Fuente

Alfredo Zaiat, "Oferta de canje de deuda: quienes son los 10 acreedores más poderosos", en el Página 12 del día.