Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

viernes, 7 de octubre de 2016

Crítica del concepto de posneoliberal, con nota sobre la liberalidad de las costumbres y el socioliberalismo

Los gobiernos progresistas latinoamericanos de este ciclo actual rebatido, fueron liberales, del liberalismo heterodoxo, por regirse mediante el constitucionalismo liberal, permitir el libre tránsito de mercancías dentro de los estados naciones, favorecer al capital trasnacional en los rubros económicos no protegidos por los aranceles, mantener la propiedad privada de los medios productivos mercantiles y demás. El proteccionismo es un tipo de liberalismo, que protege al mercado interno de lo que el gobierno disponga mediante las leyes. El tema es que estamos acostumbrados a asociar al liberalismo con el liberalismo ortodoxo, pero el otro también es liberal, reconocer lo cual sirve para plantear la necesidad de superar los aspectos liberales que están presentes en el proteccionismo. Esa disputa es entre liberales trasnacionalistas y liberales nacionalistas, con variantes menores, que se refleja como una puja política económica entre los capitalistas medios y bajos, más asociados al mercado interno, y los altos, más transfronterizos. En ella el sector progresivo es el del capital subordinado, porque el otro es elitista, y la izquierda tendría que operarla bien, porque es una circunstancia histórica concreta que define al orden humano actual: se lo tiene que apoyar críticamente, en tanto que la correlación de fuerzas sociales no esté preparada para superarlo, porque ese apoyo crítico facilita la preparación de su superación, que requiere de consenso social, o sea, de que las masas estén educadas al respecto de la cuestión, para lo cual se necesita que estén insertas lo mejor posible en el sistema productivo económico y escolar, con politización y crítica mediática comunicativa.

Otra forma de denominar a ambas concepciones es liberalismo aperturista y liberalismo proteccionista, o progresista y conservador, en tanto que el capital trasnacional es hegemónico y pugna por mantener su superioridad y que el populismo es de un progresismo limitado, y a sabiendas de que las definiciones no son perfectas, por lo que no dan cuenta de todos los hechos comprendidos en ellas.

Es necesario recalcar en el carácter liberal del proteccionismo porque el liberalismo es una doctrina integral, aunque sea de una integralidad falsa, por lo que se plasma en las prácticas sociales extraeconómicas y extrapolíticas. Un aspecto poco reconocido del liberalismo es su carácter consuetudinario, la liberalidad de las costumbres. La noción de liberalidad ya estaba presente en El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, de 1615, pero su triunfo político tardó casi dos siglos en empezar a plasmarse, con las revoluciones liberales democráticas iniciadas en 1789 y continuadas hasta tanto después, tal vez hasta la descolonización africana de las décadas de 1960 y 70, habría que estudiarlo mejor. La liberalidad de las costumbres es la libertad para actuar individualmente, sólo coercionada por la ley, en tanto que el socialismo se propone que la libertad individual sea decidida socialmente, y priorizar también la concertación social de las prácticas individuales.

El socioliberalismo es la política de los gobiernos de partidos socialistas adaptados a las legislaciones y a la correlación de fuerzas sociales dominada por actores liberales, por lo cual la crítica a los gobiernos socioliberales tiene que comprender bien a los determinantes de sus fallas, que son tanto internos como exteriores a sí mismos, y también tener en cuenta que, en sistemas dominados por el capitalismo, la caida de los gobiernos socioliberales es sucedida en general por gobiernos de derecha. Los partidos socialistas que gobernaron liberalmente no es que fueran liberales, sino que debieron sujetarse a la ley vigente y a la correlación política, que sí lo eran, pero tuvieron rasgos liberales concientes e inconcientes, como le sucede a los miembros de las sociedades liberales en general. Para superar este problema es precisa la reforma constitucional, que requeriría de amplio consenso social, que se podría lograr menos difícilmente con gobiernos progresistas, tanto socialistas como social y demócrata˗pietistas, ya que, aún siendo éstos dos últimos de centro y centroderecha, están a la izquierda del capital privado, que es de derecha y que prioriza sus superganancias a costa de la degradación del empresariado medio y bajo, y del proletariado, cosa que impide más la formación de un frente social y político emancipatorio. Hay que tener en cuenta que los gobiernos progresistas tienen la presión desde arriba efectuada por la clase dominante y las restricciones que les impone la ley, y por otro la presión desde abajo, que mezcla intereses democráticos con tendencias derechistas pautadas por la religiosidad popular, que por ejemplo se opone a la renta básica universal, aún a costa de su propio sufrimiento, sea éste causado por la falta de ingreso o por padecer la delincuencia aparejada por la pobreza lumpenproletaria, en esa lógica sacrificial de preferir perjudicarse a criticar los ideales falsos y a aceptar la gratificación de la vida ajena en términos diferentes a los estipulados por los credos. Cabe señalar que el socioliberalismo sólo es permitido en aquellos países cuyas constituciones aceptan que los gobernantes sean ateos, en tanto que en algunos otros eso está prohibido, por lo que en ellos el progresismo gubernamental sólo puede llegar a ser sociopietista.