Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

sábado, 1 de octubre de 2016

La irresponsabilidad zapatista y el voto práctico

Los zapatistas, con todos los méritos que tienen, cometieron la falta de desentenderse de las elecciones, al ser antipartidarios, lo que es una falta porque, si bien ellos pueden prescindir del estado mexicano, al estar recluidos en la selva Lacandona, el resto del país, que son como 125 millones de personas, no puede hacerlo, y necesita de políticas gubernamentales para lidiar con sus problemas. Los zapatistas podrían responder muchas cosas a este planteo, como que los intendentes perredistas de los municipios cercanos a ellos les asesinaron a algunos de sus miembros, o que los partidos populares participan de la corrupción de la clase política, o que el malgobierno es insanable, pero incluso eso no es suficiente, porque podrían llamar a votar por las alternativas menos corrompidas y señalárles todas las críticas que encontraran, cosa que hubiera permitido que en vez que tener gobiernos privatizadores desde hace 22 años, cuando estaba Ernesto Zedillo, habrían tenido gobiernos proteccionistas, que son bastante malos pero que le habrían ahorrado algunas penas a la nación.

El voto práctico debiera incluir el corte de boleta para los partidos más de izquierda, según se lo merecieran.

Desde posiciones ultraizquierdistas, en general anarquistas, pero a veces trotskistas también, aunque pocas, se impugnó a la participación electoral con el argumento acusatorio de que es burguesa, porque no distinguen a la burguesía de la capitalesía y porque los anarquistas no reconocen que sí participan del sistema, en un montón de aspectos, por lo que sostienen un antisistemismo falso; pero además, porque tienen una idea romántica, e impracticable, de la insurrección popular, ya que, para triunfar, una insurrección tendría que derrotar a los ejércitos profesionales de la clase dominante, lo que, además de ser muy poco probable, aparejaría muchas lesiones y muertes, por lo que la gente común es reacia a esa forma de lucha, y se le distancia. Cuando triunfaron las revoluciones burguesas, los ejércitos monárquicos no tenían más que mosquetes y cañones, en tanto que ahora tienen supermetralletas, tanques, aviones, drones, agentes informáticos, armas químicas y tantas otras más. En la revolución rusa, que tanto se exalta como ejemplo de estrategia, el ejército zarista estaba destrozado por la primera guerra mundial: de no haber sido así la insurrección obrera habría sido aplastada.

La adopción de posturas políticas que respondan a las circunstancias está dificultada por el acoso idealista de izquierda, que merece importancia porque el democratismo progresista necesita del apoyo de los izquierdistas fanáticos. El asunto podría resolverse mediante el establecimiento de relaciones críticas.

La democracia representativa no es que no sea burguesa, en el sentido de establecida por la burguesía que derrocó a las monarquías europeas y coloniales y que luego se volvió capitalista, pero no es sólo capitalista, porque incluye subordinadamente a las otras clases sociales, aparte de que la nobleza que sobrevivió a las revoluciones burguesas se tornó capitalista, pero en general con tipos de renta diferentes a los del empresariado. De allí que sea aceptada, aunque crítica, e hipócritamente a la vez, por el proletariado. Entonces, la postura a tomar respecto de ella debe ser la de su aceptación crítica y la de la búsqueda de su superación, que requiere de consenso social para triunfar. En tanto que no haya consenso social para superar el modelo de la democracia representativa, se debe participar en él críticamente, y se lo debe superar desde adentro, porque el proletariado no es una clase armada militarmente.