Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

sábado, 22 de octubre de 2016

La subasta en lo de Elba Cino

Debía ser el año 2000 y fui una tarde a lo de Fredy, el Bacino, que con su madre Marilí estarían como de ocupas chic en el caserón trasero del antiguo palacete de Agustín P. Justo, en el Belgrano aristocrático de entre la estación Carranza y el hipódromo. Si bien era un apartamento fraccionado, tenía todos los lujos: cochera, techos altos, piso de madera, patio con pileta y parrilla, enredaderas viejas, marmol, habitaciones en desuso, una de las cuales era una sala de juegos que tenía un invernadero y daba al patio del techo, una colección de ediciones de un libro sin vender que escribiera Marilí sobre Perón, varias otras cosas más de esas, y las comodidades comunes, como las cloacas, el gas, la electricidad, el agua y los electrodomésticos. La cama de Fredy era un colchón tirado en el piso que juntó olor a puchos y un poco de aliento a alcohol. Me acuerdo que fui con otra gente, capaz que eran el Colo, la Diega y Daniel Alvaro, no lo tengo claro, un día en que habían alquilado el lugar para una subasta de antigüedades. En esos días estaba Mavi rondando por ahí, María Victoria Guma, hija de quien entonces era un senador provincial de Buenos Aires, porque tenían tierras en Maipú, cerca de Mar del Plata. La joda era la de ir a ver las antigüedades y juntarnos y charlar. Entré en el apartamento y, en la sala de estar, estaba Osvaldo, el rematador, un viejo pelado de voz carrasposa, dirigiendo el remate, y seis o siete ofertantes, que se disputaban los objetos mientras que una pareja recorría la casa mirando las cosas, y estuvieron así como media hora, hasta que se fue la pareja, y después la siguieron, aunque no hubiera más interesados en comprar nada. Al rato, cuando estaba en la cocina, se me acercó Fredy y me preguntó cuántos de los ofertantes eran verdaderos, a lo que, después de apenas pensar, debo haber respondido que cuatro o cinco. Resultó ser que en ese entonces eran todos simuladores, que seguían haciendo como que participaban del remate aunque no hubiera compradores potenciales dentro de la casa.