Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

jueves, 16 de enero de 2020

De que la justicia social requiere la buena concreción del comunismo

El progresismo capitalista, el que no es socialista, como gran parte del peronismo, o el cardenismo y el varguismo, deberá aceptar que la justicia que busca depende de la socialización suficiente de los medios productivos, pero así también de la verdad científica necesaria, que además tiene que bien adoptada por la sociedad mundial.

En Argentina el peronismo, y en los otros países sus reformismos liberales populistas, deberán asumir que el pago de las deudas financieras es nocivo hasta para los pobres, mucho menos de lo que lo es con los cobradores, por el mal enriquecimiento, extrapolado a lo fantástico para un lado y reducido hasta la muerte para el otro; pero, como la mala administración de las finanzas que hoy se hace tiene una relación estrecha con las creencias, si no se resuelve bien el problema de la creencia no se podrá terminar de resolver bien el de las finanzas, y éstos se conectan con los otros. El manejo del dinero precisa de la suficiente buena razón social, o sea, que para que las finanzas no existan en crisis la sociedad mundial tendría que entrar mucho en buenas razones. De otro modo sería imposible.

Luego de haber sido al revés, y antes de volver a ser lo inverso, el ideal determina la conducta, y la conducta la credibilidad, que a su vez condiciona la participación en las instituciones y el prestigio social, que hacen al enriquecimiento personal y de clase, aunque no de forma transparente, sino con extrañezas, cosas raras, no del todo bien entendidas, y demás temas. Por eso es que hay una correlación no absoluta entre la ideología de cada quien y la apropiación individual, marcada porque los estatus individuales se tienen en sociedades legisladas, en cuyas leyes se plasman las concepciones institucionales, la gran mayoría de las cuales son teístas y que premian y castigan a la gente según se estime su práctica en comparación con la moral inscrita en la ley, que responde a los libros y demás relatos sacrificiales, que son menos cuestionados que reforzados por la prensa. De acuerdo a la moral instituida -la oficial, que es mixta y compuesta, de un eclecticismo formado por varias partes e insuficiente-, la ideología dominante -múltiple, evolutiva y confusa-, prima en la ley escrita en las constituciones y los boletines legales firmados por los titulares de los poderes del gobierno. Así, aunque con insultos frecuentes, las naciones evalúan la conducta de sus ciudadanos, no sólo en las instituciones, sino que el juicio sobre la práctica individual que se hace entre mujeres, intersexuales y hombres también es popular, replicándose en los pueblos algunos de los prejuicios de la ideología incorporada en la ley. A lo sucio, con contradicciones, crisis, muchas malas razones y yerros legales, con interpretaciones falsas, muy ficticias, lejos de que se haya establecido una ley lo suficientemente verdadera en todos los países, de tipo trasnacional, ley debida a la interpretación social de la realidad y que se efectúa en sociedades con ejércitos, cuestión que condiciona los debates científicos, políticos, jurídicos y demás, que existen entremezclados: no son géneros puros. Lo mismo pasa con la tenencia de los medios de comunicación, que incide mucho, y bastante para mal, en la conciencia social y en la popular, también intersectadas, ya que el pueblo es la gran mayoría de la sociedad. La ideología principal de los medios de comunicación es la de sus dueños. Los reveses y rebeliones son menores. Entonces, el credo religioso de los dueños de los medios de comunicación tiene mucha influencia en la conciencia social, pero más lo tiene su ideología completa, con sus doctrinas políticas y económicas, y las demás, a las que los miembros del clero nutren sin definirlas del todo: dependen, entre la gente de otras instituciones -como los sindicatos y las asociaciones de empresarios-, de las universidades, que a su vez se relacionan con la de las iglesias, en parte por la pertenencia de algunas de las primeras -donde se educan algunos de los trabajadores y empresarios-, a las segundas, que tienen mando clerical, por lo que una ideología santificada.