Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

lunes, 24 de abril de 2017

Del ser social humano y la conciencia, con anexos

El marxismo supone que el ser social determina a la conciencia, pero el tema requiere una complejización, por una parte porque falta aclarar que se trata de la socialidad humana. No hablamos de la socialidad de todas las especies concientes. Un tema es el de la ampliación de la cuestión a las restantes especies animales, y el de qué conciencia vegetal existe, y al pasar señalo que Nietzsche le atribuyó intencionalidad a los seres inorgánicos en La voluntad de poder, como en el parágrafo 629, lo que da cuenta de la falsedad de su teoría, porque ese planteo es animista, aunque tenga aspectos rescatables. Otra cuestión es la de que, por un lado, la conciencia humana depende primero de nuestra conformación orgánica, o sea que es animal, y por otro que es un aspecto de la socialidad que incide en ella: la conciencia humana es parte de nuestro ser social, no son dos entes distintos. Entonces, la conciencia humana es natural y es determinada por la congnoscibilidad individual, que se atiene al entorno, y dentro de él a la socialidad, y a su vez permite la influencia individual en la sociedad y en el ambiente.

En otros pasajes de aquel libro, Nietzsche dijo que la cosa en sí es inconocible, o que no existe, porque fue escéptico fenoménico, pero después le adjudicó entidad a los seres inorgánicos, así que su tesis es incoherente.

Los vegetales tal vez no piensen, porque no tienen cerebro, aunque habría que saber si no piensan de otro modo, pero sí tienen conciencia sensitiva, ya que reaccionan a los estímulos lumínicos, incluso direccionando su crecimiento hacia donde hay más luz, lo que da cuenta de que tienen la capacidad de decidir para dónde crecen.


Fuente

Friedrich Nietzsche, obra citada, Madrid, Edaf, 2000, pág. 426.