Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

lunes, 17 de abril de 2017

Las tres 8 no cierran

Además de por el endurecimiento de las condiciones de trabajo, que extendió la jornada a 9 horas en algunos casos, o a más, o que la segmentó esparciéndola durante todo el día, o porque los empresarios trabajan a veces desde que se levantan hasta que se acuestan, lo mismo que los políticos, las madres, quienes crian hijos y demás, las tres 8 no cierran porque hay que transportarse hasta el lugar del trabajo. Está claro que la política no es un trabajo, igual que el emprendedurismo, pero son prácticas que requieren un esfuerzo equiparable con el de aquél: son atareadas. La cuestión del transporte fue empeorada por la invención del vehículo motorizado, sea ferroviario o automotor, porque no es bien fabricado ni usado: se lo fabrica de más, y de mala manera, y se lo da por supuesto como medio de transporte, tanto público como privado, y entonces no se prioriza la cercanía al lugar del trabajo, por lo que muchas personas tienen que viajar entre una y seis horas por día para ir y volver del trabajo, y entonces el tiempo de ocio es más reducido. Termina siendo una jornada de 7, 9, 4 y 4 horas, por inventar un ejemplo, que en concreto tampoco es exacto. Habría que sumarle los ratos de estudio extralaboral, o de capacitación, y tantas otras cosas, y ni así están satisfechos a veces los laboristas, porque en ocasiones son laburópatas, maniáticos del trabajo, sean patrones u obreras, incluidos los hombres entre ellas. La opresión laboral no es sólo culpa de muchas de las patronas, porque los mismos trabajadores a veces la recrearon, porque la cultura laborista tomó al trabajo como un valor al cual aferrarse maníacamente, generando sobreatareamiento. Esto es bien claro en la cultura peronista, que prefirió el mal trabajo al ocio, como si estar ocioso fuese malo en sí mismo, lo que deriva del antihedonismo pietista. El hedonismo también tiene que ser bien definido, porque puede ser bueno: tampoco lo es en sí mismo, y debiera ser implementado en el conjunto de la práctica social, ya que el trabajo, la política, la crianza y las otras podrían ser más o menos gustosas, como lo son a veces, pero eso está impedido por los malos juicios religiosos, o los idealistas ateos.

La definición del hedonismo no puede ser hecha preformativamente, porque se lo debe definir en concreto, de acuerdo a las circunstancias: es algo que las personas debiéramos poder elegir cómo hacerlo bien, pero para eso tendríamos que tener el juicio necesario, y la libertad, lo que es obstruido por el idealismo vigente, que conduce a la producción humana. Los humanos nos conducimos con las ideas. Con las ideas pensamos qué hacer. O sea, que antes de actuar, pensamos en lo que haremos, y lo pensamos poco, y mal, muchas veces, de lo que cometimos mala práctica. Así como es humano equivocarse, es humano cometer mala práctica activa, en la que las malas ideas tienen influencia. Las ideas no son el único determinante de la práctica activa, hay otros, como las circunstancias. La crisis humana vigente lleva a actuar forzado, y entonces la mala práctica se reproduce. Van juntas la crisis y la maldad humana, pero el sentimiento humano existe y es sentido por cada humano en cada momento despierto, e incluso en los sueños, por lo que causa análisis, porque las personas analizamos nuestro sentimiento y la realidad objetiva para agradarnos. El asunto es que la testarudez nuestra es un problema central para la evolución humana, porque en mucho se debe a nuestra propia incapacidad para admitir que nos equivocamos, y cuando se lo hace no se suele recontar cada cosa, y extensamente, en que lo hicimos: más se señala haberse equivocado sin explicar en qué, y sin dar lugar a que los otros lo señalen.