Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

jueves, 13 de abril de 2017

El pueblo, el proletariado y la clase dominante

El pueblo, al que entiendo como la suma del proletariado bajo y asalariado, y del empresariado pequeño y mediano, o como las clases baja y media, fue sostén de la monarquía durante mucho tiempo. Adoraban a los reyes y a la nobleza, conflictivamente, igual que al clero. A veces los repudiaban y les luchaban en contra, pero otras tantas los enaltecieron. El régimen monárquico no se habría sostenido sin apoyo popular. Llegado un punto, al desarrollarse el empresariado burgués, recordemos que dentro de los burgos también hubieron trabajadores sirvientes, que fueron burgueses sin ser patrones, el régimen monárquico estalló, porque no le daba la cabida reclamada y porque esta clase tomó mucha fuerza, como para impulsar revoluciones, que se apoyaron también en el descontento de la clase sirviente para con la monarquía, pero en algunos países la monarquía supo tomar los reclamos democráticos de las revoluciones burguesas, y adoptó el carácter republicano y constitucional, que le permite persistir. Muchos obreros y pobres incluso la adoraron, como a Lady Diana. De manera análoga, el pueblo contemporáneo sostiene a veces al sistema capitalista, y ni que hablar del pietismo, por lo que ambos son difíciles de superar, incluso gradualmente, pero entonces el socialismo y el democratismo están lidiando con un sujeto revolucionario parcialmente fallido, y al que no siempre reconocen como tal, lo que trae bastantes problemas, porque las facciones partidarias demócratas pretenden liderarlo, para lo cual se pelean entre sí, y aquél les responde más o menos, sin que se lo critique, lo que agrega agresividad a una socialidad ya de por sí conflictiva. El sujeto revolucionario, en realidad, no es el proletariado, o el pueblo, sino aquellos humanos que quieren a la revolución, o sea que se compone de las facciones organizadas y democráticas, sean socialistas o no, que se pelean entre sí para representar a un sujeto parcialmente idealizado, que contiene elementos tanto progresistas como conservadores, y hasta reaccionarios. De allí que el sujeto revolucionario no pueda concertar una política conjunta, lo que tiene a las fuerzas progresistas contrariadas entre sí.

Más precisamente, el sujeto revolucionario es histórico, y no se compone de un grupo estable y coherente de personas, porque, dentro de la humanidad, muchas tienen intereses tanto revolucionarios como antirrevolucionarios, en relación al sistema vigente, por lo que, si bien en general puede haber un interés progresista preponderante en el proletariado asalariado, respecto de la sumisión económica, también hay en él apuestas conservadoras en materia religiosa, con sus implicancias políticas, y su progresividad económica las más de las veces se acota al reformismo religioso procapitalista, de igual manera que el empresariado menor puede querer emanciparse de la opresión religiosa, aunque ésto no suceda tantas veces como quisiera, y tiende más a pretender la democratización del capitalismo, lo que es un interés revolucionario de intensidad entre baja e intermedia. Los partidos democráticos, socialistas o de capitalismo popular, debieran ponerse acuerdo, según la correlación de fuerzas vigente, para establecer una relación crítica que permita un avance gradual, porque más que eso no se puede concretar. Pensemos en la URSS. Parecía que se iba a lograr de todo y terminó imponiéndose Stalin, y muchos de los proletarios soviéticos lo apoyaron a veces. El socialismo tiene que desidealizar al proletariado, y buscar convivir bien mientras que lucha, porque la calidad de nuestra vida es más importante que la lucha y porque la retrogradación de las masas implica que la cuestión revolucionaria tardará mucho en resolverse.