Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

miércoles, 3 de junio de 2020

Para juzgar las protestas

Para juzgar por completo las protestas se debe saber del rol de los militares y policías encubiertos que se infiltraran en ellas para provocarles la represión armada de tropas mayores. Si no, no se puede criticar lo suficiente la violencia manifestante ni la institucional. Más en profundo, para alcanzar la justicia se tiene que conocer mucho de la historia de esta modalidad policial, en particular su operatoria dentro de las organizaciones críticas al orden vigente, ya que, al no sabérsela, se le permite intervenir, lo que redunda en que las estrategias y las tácticas de los partidos y movimientos son descubiertas y delatadas en secreto por los agentes, mujeres y varones, insertos en ellos, y es promovida su derrota mediante distintos tipos de maniobras, que no se sabe bien cuáles son.

La operatoria de los servicios secretos es una militancia oficial encubierta, de gente paga que adhiere a la constitución y que milita en tareas deshonestas justificándose en causas mayores, que llegan a lo religioso: se promueve su desempeño con argumentos que apelan a la justicia, pero que la entienden de una forma particular, en línea con la ley suprema y con variantes, que hacen a las agrupaciones internas de los servicios, que tienen sus confrontaciones, y que se basan mucho en la idea de la justicia divina como entidad superior a la ley humana, cosa que da para justificar cualquier cosa. La mala práctica empresarial también deriva de las justificaciones teístas, ya que los empresarios que creen en los dioses y en los dogmas que los tienen por núcleos centrales juzgan la conducta ajena desde tales creencias, con sus agregados laicos, por lo que, cuando se transgreden sus normas, se sienten autorizados a castigar de acuerdo a lo que consideran que son los designios de los creadores del mundo, o de sus representantes en la Tierra y el gobierno, pero eso no implica que nunca tengan buena razón: sucede que creen tener la suficiente buena razón cuando no la tienen, en parte porque ella es social. No la pueden tener pocos individuos, porque, como la razón guía al resto de la práctica, que es social, y cuyas consecuencias son sociales y ambientales, no basta con que unos pocos la detenten para que el orden social funcione bien, sino que la tiene que tener el conjunto, y los pocos que dirigen desde arriba tampoco la tienen del todo. Tienen una buena razón algo aparente.