El llamado ajuste que efectúa el privatismo no es un ajuste en verdad, porque si lo fuera sería gustoso. Es un seudoajuste de las finanzas estatales, a las que en falso se toma como desequilibradas por el gasto público del liberalismo heterodoxo, al que la religiosidad estricta del ortodoxo consideró como una fiesta a la que le replica con un remedo mortificante. Es el miércoles de ceniza en términos de política económica, posterior al martes de carnaval, que tampoco se salió de la lógica divina: es de deificación baja. El liberalismo pendula según la lógica del combate entre el carnaval y la cuaresma, o sea, entre el pietismo privado y el público, en tanto que este último incluye a deificaciones comunes tomadas por buenas, como los cristos populares y sus santos subsiguientes, e incluso a algunas malas adaptadas simpáticamente, como los diablos risueños, lo que hace a la confluencia crítica del democratismo piero con el ateo socialista.
La divinización privada es una truchada enorme también, y contiene a dioses más estilizados, más finos, y más proclives al terror porque la privatización es aislante.