Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

lunes, 6 de noviembre de 2017

De varios temas a la crítica de la maldad humana

En los estudios universitarios, que se inician en la escolarización prescolar, existe la improvisación etimológica falsa. Los estudiantes y maestros la hicimos muchas veces, aprendimos equivocándonos. Una de las taras etimológicas es la de la palabra “equivocaciónˮ, a la que se puede entender mal como una advocación igualera, por tomar a “equiˮ por “igualˮ, cuando en verdad ese prefijo se refiere a una de calidad errante, afuerante, a lo que designa el prefijo “exˮ, que antecedió al de equi. Ese equi no significa igual, sino externo, pero además está el asunto de cómo se plasma la evocación en la transformación de la realidad mediante la práctica, que siempre es planeada. Sucede que hay malos planes también. La evocación es bucal. La bucalidad es central en la producción discursiva porque la dicencia es de palabras pronunciadas con la boca y emitidas por seres humanos, que somos cuerpos animales de subclase mónida. La conducción escrita es posterior a la oral, con la que coexiste. La discursividad del sistema vigente requiere de la repetición oral de las ideas que lo impulsan, lo que es un acto de la sociedad humana. Falta reconocer el lugar del proletariado en el mantenimiento del sistema capitalista, que sucede por la vía indirecta de alentar al pietismo y por la de tolerar al capital, a lo que hace en crisis. Para la transformación revolucionaria verdadera hace falta que el grueso del proletariado critique de verdad al sistema vigente, a lo que omite cuando es deshonesto, anticrítico. El proletariado fue anticrítico muchas veces, y de mal criticismo otras tantas. A eso el socialismo tiene que admitirlo.

Una cuestión que seguirá pendiente es la del juicio justo al sadismo. El marqués de Sade ejecutó grandes maldades, y bondades también, y el catolicismo debe haber exaltado los malos aspectos de su conducta, porque Sade fue entre diabólico y ateo, por lo que promovió en disidencia a la revolución francesa. El materialismo sádico es cínico porque Dolmancé, uno de los personajes de Sade, fue cínico. Eso es parte del lugar del sadismo en la historia del materialismo, lo mismo que su diablismo, con sus cuentos de seudocornudos. El materialismo tiene una historia de mistificación diablera, a la que Sade reprodujo en sus relatos pornográficos, lo mismo que alentó a la revolución burguesa, que era a la vez antimonárquica como propulsora del pietismo popular, entonces medio capitalista, de la acumulación incipiente de capitales monetarios empresariales.

El cinismo es parte de la historia del materialismo, un materialismo proclive al relacionamiento con los perros, lo que en sí no significa más que eso, que es común a mucho de la humanidad, pero que a lo largo de su historia produjo ciertas cosas, lo que lo hace criticable. Una cosa es vincularse con los perros y otra la misantropía, aunque es verdad que cierta misantropía nos cabe a los humanos, por nuestras maldades. La cuestión es qué hacer con el odio causado por nuestra maldad. A eso le cabe la crítica de nuestra maldad, la crítica de la maldad humana, que es tanto transclasial como estratificada, y su evaluación debe ser justa.

Que la revolución burguesa no era esencialmente antimonárquica lo da cuenta el hecho de que las monarquías de España, Gran Bretaña, Holanda, Suecia, Dinamarca y no sé si más en Europa, además de las árabes, se adaptaron al capitalismo. La revolución capitalista implicó que las clases feudales se reformaran incluyendo al empresariado urbano más próspero en la dominancia humana, y aceptando al modo capitalista de producción, el del idealismo laico que había comenzado a resurgir en el Renacimiento y que produjo una revolución filosófica mediante la ilustración, sucesora de la reforma protestante y de la contrarreforma católica, que modernizaron al cristianismo. Cuando se popularizó la circulación de las biblias, gracias a la imprenta de Gutenberg, los fieles laicos que empezaron a leerlas quisieron ejercer su propio credo de la misma, lo que aparejó la socialización falsa de ese relato escrito sobre el universo y sobre el lugar de la humanidad en él, con sus narraciones subsiguientes y sus contradicciones. En eso el materialismo fidente propulsó al empresariado urbano a eficientizar su economía, a lo que luego le buscaron el correlato político, para lo que se aliaron en crisis con el proletariado que les era inferior, al que luego abandonaron en una posición subordinada mediante el salariazgo. Hicieron una separación falsa de la iglesia y el gobierno, así como una deposición superficial de la monarquía, de lo que la clase dominante se compone del empresariado capitalista, que contiene a resabios de la dominancia previa.

Las iglesias cristianas le traspasaron al liberalismo capitalista el prejuicio contrario a la ideología, con un argumento falso pero efectivo, el de que las ideologías son malas en sí mismas, a diferencia de las religiones, como si las religiones no fueran ideológicas y como si fueran buenas en esencia, lo que no es porque parten de una idea insuficientemente comprobada. Por eso es que el liberalismo descalificó mal al comunismo al acusarlo de ideológico, lo que en sí no es malo y es inevitable, ya que las concepciones humanas lo son: son conjuntos de ideas que se refieren a la realidad, al deber ser, al conocimiento y a la práctica de la especie.