Entre otras cosas, es para criticarlo bien, porque tiene muchas faltas. Es una obra en proceso, o sea que las notas fueron retocadas, y reiteran varias veces los mismos temas. Para escribirme, hacerlo a juanchaves.baires@gmail.com.

domingo, 26 de noviembre de 2017

Todos los habitantes de las ciudades en torno de las fumigaciones sojeras tenemos glifosato en el organismo

El glifosato se transporta por el aire, mediante el viento y la lluvia, por lo que las ciudades en torno de las fumigaciones tienen resabios de glifosato en su territorio, que se suma al que llega mediante las inundaciones y los ríos, y que se deposita en las reservas de agua de las redes de agua potable, que son las que abastecen a la industria de la bebida, por lo que el glifosato está presente en mínima cantidad en el agua que se toma en estas ciudades, que se agrega a la de los vegetales, que tienen los restos volatilizados de las áreas periurbanas, o mismo a los de los cereales cultivados en los latifundios. Entonces, hasta los mismos capitalistas tienen glifosato en la sangre. Las dosis mínimas del glifosato puede que no causen cáncer, pero pueden aportar a la generación de enfermedades menores, como la diabetes o el asma, e igual a la de otros males menores. En grandes exposiciones causan cáncer, deformaciones fetales y leucemia infantil. La tasa de morbilidad notoria del glifosato alcanza a una porción pequeña de la población, pero aún así es inaceptable.

El uso de agrotóxicos, todos los cuales causan enfermedades, depende del latifundio, porque la producción en masa con poca mano de obra, en grandes extensiones de terreno, precisa de pesticidas eficientes, cuyas consecuencias para la actividad capitalista fueron estudiadas antes de que se supiera de sus efectos posteriores, por lo que los estudios que los justificaron fueron incompletos, porque omitieron investigar las consecuencias naturales de su objeto. Los agrotóxicos sojeros son de los peores para la salud humana, pero los otros tampoco son inocuos, y peor es el latifundismo, que no es reconocido como una patología social, cuya instauración y mantenimiento causó más muertos y pesares que los de la soja transgénica hasta ahora.

Los estudios médicos particularizados pueden sacar conclusiones verdaderas, pero pierden integralidad, por lo que no pueden entender a veces lo que excede a su tematización. La ciencia procapitalista es falsa no porque sea ilegítima dentro de sus términos, ya que cumple con su lógica interna, aunque no lo haga siempre, pero su mayor error es el de acotarse a ellos, lo que le impide representar a lo que no se condice con el interés capitalista. La coerción social dominante determina a la política científica por medio de la financiación pública y privada de las universidades, que les demanda objetivos investigativos, pero a su vez los reclamos sociales le interponen otros intereses a la ciencia, que entonces es conflictiva. La ciencia liberal no es sólo capitalista, sino que se compone en crisis con la piedad monoteísta.